Semana Santa es un buen momento para recorrer a ojo de pájaro algunas novelas de dictadores latinoamericanos. Continúo la serie que inicié aquí en diciembre de 2019.
En 1967, durante una reunión entre Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Miguel Otero Silva y Carlos Fuentes se puso en marcha un proyecto literario con el propósito de crear una serie de biografías retratando los dictadores de América Latina.
Tras leer los retratos en Patriotic Gore de Edmund Wilson, en el contexto de la guerra de secesión estadunidense, Fuentes relata que sentados en un pub de Hampstead, “se nos ocurrió que no estaría mal un libro comparable sobre la América Latina: una galería imaginaria de retratos”. En ese instante, varios espectros entraron al pub londinense reclamando el derecho a encarnar: eran los dictadoreslatinoamericanos.
Aunque el proyecto nunca se terminó, contribuyó a inspirar una serie de novelas escritas por autores importantes como Alejo Carpentier, Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.
Ana Petrook señala que la trama de El señor presidente es aparentemente sencilla –un dictador que gobernó Guatemala inspirado en Manuel Estrada Cabrera, quien fuera presidente entre 1898 y 1920–, pero desde la primera escena a través de la feroz descripción del ambiente físico y moral, se revela que El señor presidente trata del poder que deforma.
En la novela, un asesinato, del protegido del señor presidente, el coronel Parrales Sonriente, pone en movimiento las más macabras acciones para aniquilar al general Canales y al licenciado Carvajal, dos favoritos caídos en desgracia. Luego caerá en desgracia otro favorito del dictador, Cara de Ángel, quien se enamora de Camila, la hija del general Canales, concluye en su revisión literaria Ana Petrook.
Algunas frases inolvidables de esta novela de Asturias:
a) No se pregunte, general, si es culpable o inocente: pregúntese si cuenta o no con el favor del amo, ¡que un inocente en mal con el gobierno es peor que si fuera culpable!
b) En estos puestos se mantiene uno porque hace lo que le ordenan y la regla de conducta del señor presidente es no dar esperanzas y pisotearlos y zurrarse en todos porque sí.
Se trata de una visión de la dictadura y el poder omnímodo como una telaraña, laberinto o calle sin salida en la que la propia mente del pueblo se encuentra prisionera de sí misma.
En su quinta novela, Margarita, está linda la mar (1998), Sergio Ramírez conecta dos momentos claves en la historia de Nicaragua: el regreso de Rubén Darío a su Nicaragua natal en 1916 y el asesinato de Anastasio Somoza a manos del poeta Rigoberto López Pérez unos 40 años después. A través de una narrativa que se pasea entre los dos periodos, nos introduce a las dos figuras legendarias como seres de carne y hueso. Al mismo tiempo que desmitifica, a veces de manera grotesca a Darío y a Somoza, Sergio Ramírez condensa la historia de Nicaragua de la primera mitad del siglo XX mediante una narrativa que borra los límites entre la ficción y la historia.
Sergio Ramírez señala que siempre parte de imágenes. En esta novela, durante mucho tiempo tuvo una imagen obsesiva que era la de dos personas peleándose el cerebro de Rubén Darío en las calles de León: Esta imagen fue como una proyección cinematográfica. Además, Darío soñó, días antes de morir, que le arrancaban la cabeza y se peleaban por ella a bastonazos.
Como señala Brian T. Chandler en su ensayo sobre esta novela, la desmitificación de Darío y las muestras de heroísmo por parte de Rigoberto señalan una nueva manera de considerar la historia, el patrimonio cultural y el papel del mito en la sociedad contemporánea. Metafóricamente, el espacio adonde el lector debe de ir en búsqueda de una historia más completa es el centro del laberinto donde se conserva la versión desmitificada de los grandes protagonistas históricos.
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