Sentirme bien es bueno para mí pero también para los otros.
Ese verso es el eje, la vértebra multiplicada, el átomo y megáfono de una canción que cumple medio siglo, y lo celebramos hoy aquí.
La canción se llama Me and Bobby McGee y la escribieron al alimón Kris Kristofferson y Fred Luther Foster.
Casi todo el mundo conoce esa obra por la versión literalmente de garra y alarido que hizo poco antes de morir Janis Joplin (pareja y amor platónico de Kris Kristofferson), aunque hay casi 70 versiones grabadas por cantantes de varia ralea.
Pero el verso que menciono aquí al inicio no es el célebre, aunque sí el más importante (last, but not least).
Mientras tanto, el que se convirtió en himno de toda la cultura jipi es el siguiente verso:
La felicidad consiste en no tener nada que perder.
A continuación, los originales:
Freedom’s just another word for nothin’ left to lose
Nothin’, and that’s all Bobby left me
Well, feelin’ good was easy, Lord, when he sang the blues
And feelin’ good was enough for me
Good enough for me and my Bobby McGee, yeah
Hay otro par de versos importantes:
Well, I’d trade all my tomorrows for one single yesterday:
To be holdin’ Bobby’s body next to mine
Hay más, pero son suficientes, porque basta citar un par de versos de El Cantar de los Cantares para poseer el poema completo.
La canción que celebramos hoy en su jubileo, Me and Bobby McGee es compendio, piedra filosofal, alfa y omega.
Inmortalizó a varios al mismo tiempo que refrendó la indestructible presencia del amor, la confianza en el futuro, la esperanza. Las certezas.
Hizo inmortal a Janis Joplin. Garantizó la trascendencia de sus autores, Kris Kristofferson y Fred Luther Foster.
Es una canción refrendo, sello, decreto.
No en balde todo el movimiento jipi enarboló el verso que en esa canción habla de la libertad y se reservó para sus noches íntimas el que habla de sentirse bien y compartió, paz y amor, el verso inefable que habla de la proximidad de los cuerpos. Entendemos por cultura jipi la paz interior, la mente quieta, el corazón en llamas.
El amor libre, el anhelo por una sociedad mejor, la procuración del bien del otro, el amor incondicional, son atributos hippies. No es casual que la explosión cultural del budismo en Occidente haya nacido como secuela y consecuencia del “sexo, droga y rocanrol”.
Es por eso que la combinación de versos “And feeling good was good enough for me / good enough for me and my Bobby McGee, yeah”, resulta metáfora detonadora.
Contemos la historia de cómo se escribió esta historia:
Hay que decir, primero, que la historia de la música está llena de dioses, semidioses y héroes olvidados, relegados, grandes maestros trascendentes que sonríen detrás de las cortinas que la industria de la música les ha tendido enfrente. Sonríen contentos, sin amargura. Su corazón está en calma, su mente en paz.
Uno de esos héroes se llama Kris Kristofferson.
El imaginario colectivo lo ubica como un galán, que lo es, y por solamente una película: Nace una estrella, cuando en realidad protagonizó 75 filmes donde a juicio del Disquero el summun consiste en su complicidad con Sam Pekinpah (1925-1984), a quien incluso escribió una hermosa canción y con quien desarrolló su condición de militante por las causas sociales.
El filme Convoy, de Pekinpah, es emblemático. Subversivo bajo la apariencia de road movie.
Eso, Kris Kristofferson es un subversivo y por eso lo amamos tanto.
Subvertir el orden establecido es anhelar, procurar y hacer lo conducente por un mundo mejor, por una sociedad donde exista la justicia y el bien común. Porque el orden establecido está podrido y hay que hacerlo retoñar.
Toda su vida la ha empeñado Kris Kristofferson en eso.
Su historia es muy simpática y conmovedora. Su sentido del humor es exquisito y su capacidad de convertir acciones torpes en actos creativos está en muchos episodios de su vida: para comenzar, echar literalmente por la borda una brillante carrera militar, herencia de su padre, para dedicarse a contar historias.
Pero también es el muchachito tímido y respetuoso que trabajaba limpiando pisos y baños en los estudios de grabación donde Bob Dylan no dormía preparando su obra maestra: Blonde on Blonde, y el chavito lo escuchaba cantar, lo observaba componer y lo admiraba, guardando distancia, discreto. Nunca pidió nada.
Su vida había cambiado cuando un buen día escuchó un disco de Bob Dylan y en ese momento decidió consagrar su vida a contar historias y aprender de los poetas, así como Bob Dylan había aprendido de William Blake, que también marcó la discografía completa de Kris Kristofferson.
¿Voz sexy? Kris Kristofferson. ¿Poesía en canciones? Kris Kristofferson. ¿Sentido del humor en versos? Kris Kristofferson. ¿Música de excelencia? Kris Kristofferson.
Otra de las cortinas de humo que tendió la industria de la música, como suele hacer con todo subversivo, sobre la obra de Kris Kristofferson, es su filiación a la música country, capítulo que amerita un Disquero aparte, por su complejidad y su dimensión inconmensurable.
Baste decir por el momento que Bob Dylan no se entiende sin la cultura country. Ni Dylan ni Lou Reed ni Leonard Cohen ni Bob Geldoff ni John Fogerty ni, vaya, la lista resulta interminable.
La cortina de humo: en el imaginario colectivo, música country es sinónimo de folclor, cosa de rancheros iletrados, adocenamiento, contrario a su esencia verdadera: protesta social, honestidad, rudeza y delicadeza simultáneas. Ah, last, but not least: belleza.
Contar historias con belleza se convirtió en el oficio de Kris Kristofferson.
Y ahora sí, regresemos a nuestra canción: Me and Bobby McGee.
Kris Kristofferson se ganaba duramente la vida observando las estrellas desde cerca: volaba helicópteros sobre el Golfo de México, y allá arriba lo asaltaban en tropel las musas.
Un buen día, en uno de sus aterrizajes, alunizó y alucinó para siempre: su amigo, el productor de discos Fred Luther Foster le dijo: “Oye, mano, fíjate que estoy enamorado de una chica pero es un amor imposible, un amor de lejos, un amor puro y platónico, un amor puramente espiritual”.
“Mi crush”, siguió contando cuitas Fred Luther a Kris Kristofferson, ambos con whiskey en mano, “se llama Barbara Mckee, ¿por qué no le escribimos una canción, pero sin nombrarla y poniendo nada más metáforas?”
Con su peculiar sentido del humor, Kris Kristofferson ironizó al narrar cómo escribió la historia de esa canción: “Como yo ya estaba borracho, escuché mal y en lugar del apellido correcto, Mckee, entendí McGee”.
La canción Me and Bobby McGee la grabó el cantante country estrella de ese momento, 1970, Roger Miller, y el 12 de enero de 1971 la grabó Kris Kristofferson, y ya cumplió entonces medio siglo y por eso celebramos, en el amplio sentido de la palabra celebración.
Solamente Janis Joplin y Lou Reed han comprendido la esencia verdadera de esa canción, su sentido metafórico, su alto contenido erótico y cultural, su preciado puñado de metáforas.
Bobby McGee es alter ego, personaje amoldable a cada quien, por eso Janis hizo algunos ajustes, porque Bobby puede ser hombre o mujer: es una metáfora de la presencia del otro, de los otros: sentirme bien es bueno para mí, pero también para los otros, para el otro: “feelin’ good was good enough for me and my Bobby McGee, yeah”. Porque cada quien tiene su propio Bobby McGee.
Tan llena de contenido y metáforas, que muchos no solamente la han incomprendido sino malinterpretado. En su momento, Kris Kristofferson tuvo que salir a explicar: “No hace falta perderlo todo para ser libre”, ya que de manera malintencionada los detentadores del poder y los defensores del podrido orden establecido, decían que esos hippies eran unos buenos para nada, porque cantaban: “freedom’s just another word for nothin’ left to lose”.
De manera similar a como pocos entendieron (¿ya los entienden?) versos del primer seguidor de William Blake (el segundo es Kris Kristofferson), Bob Dylan, con su verso en Like A Rolling Stone: “When you ain’t got nothing / you got nothing to lose”.
El amor incondicional, el amor espiritual, procurar el bienestar del otro, de los otros, la libertad: he ahí la combinación ganadora de la canción Me and Bobby McGee.
Es emblema de la utopía, concreción de lo inefable, bella manera de contar historias con sencillez y eso la hace sumamente poderosa.
Y es por eso que hoy celebramos su bello jubileo.