Marco Antonio Cruz, considerado uno de los mejores fotorreporteros en México, fundador de La Jornada, falleció este viernes a los 63 años en la capital del país.
El deceso ocurrió en el cruce de calzada de Tlalpan y la avenida Miguel Ángel de Quevedo, mientras paseaba en su bicicleta. Sufrió un repentino paro cardiaco, informaron sus colegas en redes sociales.
Nacido en Puebla el 3 de noviembre de 1957, contaba con una trayectoria profesional de casi 45 años, la cual inició en 1978 al lado de Héctor García, otra de las grandes figuras de la fotografía mexicana.
Pintor de formación, a la fecha se desempeñaba como coordinador de fotografía del semanario Proceso.
Marco Antonio Cruz reconocía como sus maestros, además de a Héctor García, a los fotógrafos Nacho López, Rodrigo Moya, Graciela Iturbide y Mariana Yampolsky, así como a los periodistas Carlos Payán (director fundador de La Jornada), Julio Scherer y Gerardo Unzueta.
Según un artículo del investigador Alberto del Castillo Troncoso, publicado en la versión digital de Open Edition Journals, el fotógrafo poblano consolidó su oficio mediante su paso por varios diarios y revistas con posturas políticas de centro-izquierda, entre los que destacan los espacios editoriales más importantes de la prensa comunista, como los diarios Oposición y Así es.
“Sin embargo, el escalón más importante de esta etapa está representado por su ingreso en uno de los diarios más relevantes del último cuarto del siglo XX en América Latina, La Jornada, como uno de los miembros fundadores del departamento de fotografía”, se señala en ese artículo.
Fundador asimismo al lado de Pedro Valtierra, Jesús Carlos y Luis Humberto González de la agencia Imagen Latina, Marco Antonio Cruz enfocó con su lente a la vida cotidiana y momentos históricos del país, como la elección presidencial de 1988, el levantamiento del EZLN en Chiapas en 1994, la Revolución Sandinista en Nicaragua o el terremoto de 1985.
La mañana del 19 de septiembre de ese año, Marco Antonio Cruz, entonces fotógrafo para este diario, se dirigió a Tlatelolco y dejó testimonio de las estructuras vencidas por el movimiento, los restos de los edificios mostrando sus entrañas, entre ellas, las columnas del Nuevo León, así como de los grupos de improvisados rescatistas que ingresaron a buscar sobrevivientes.
“No existe el periodismo neutral: estás de un lado o de otro. En mi caso ha sido una forma de dar voz a los que no la tienen, de mostrar situaciones de gente que considero muy vulnerable. Ha sido un compromiso de 40 años”, dijo en una entrevista, en la que expresó además el deseo de que su archivo quedara en una institución mexicana, como la Fototeca Nacional o la Universidad Nacional Autónoma de México.