“Se me perdió mi mujer, nos separamos y ya no la veo”, repetía y repetía el hombre, dicharachero y con ganas de conversar. Entró con su esposa en la fila y ambos, como todos los asistentes al centro de vacunación en la colonia Del Valle, hicieron una primera espera, sentados bajo una enorme carpa.
Después de unos minutos pasaron a una de las mesas, donde diligentes empleados pidieron sus credenciales del INE y, si lo traían, el número de folio del registro en línea. Los empleados llenaban formatos con los datos personales; además, la marca, número de lote y fecha de caducidad de la vacuna. En un extremo marcaban también el recuadro correspondiente a la primera dosis.
Ahí fue donde el hombre perdió de vista a su mujer, pues seguía el último trecho a la esperanza, la fila que terminaba en las mesas de vacunación.
Los empleados de chaleco verde o los voluntarios sin chaleco indicaban a los formados el lugar que les correspondía, es decir, una silla en una de las 56 “células de vacunación” dispuestas en la sede.
Una vez que las 10 personas ocupaban sus lugares, los empleados de bata blanca daban recomendaciones generales y hacían preguntas a cada persona que se iba a vacunar: diabetes, hipertensión, alergias, medicamentos.
“Puede haber dolor de cabeza, fiebre, que se sientan cansados, dolor en los músculos, que se sientan fatigados… son efectos normales de la vacuna, que pueden presentarse o no. Si esos síntomas llegan a presentarse y duran más de tres días, hay que acudir al médico”.
Mientras una oficial de la Marina daba sus vueltas de mesa a mesa, libreta y pluma en mano, los empleados de salud tomaban los formatos y los devolvían con una anotación como la siguiente: “Vacunador: Licenciada en enfermería Adriana Maximino Mejía”.
El joven enfermero Ernesto repetía una y otra vez las indicaciones, y lo mismo ocurría en las 55 mesas restantes bajo la enorme carpa: “Se les aplicará la vacuna AstraZeneca, que requiere dos dosis, tiene que ser la misma vacuna. Aproximadamente en dos o tres meses se les estará volviendo a llamar por el mismo medio”.
–¿No son 21 días?–, preguntó un hombre.
–Cada laboratorio tiene sus tiempos–, responde Ernesto, en referencia a las 10 a 12 semanas que deben pasar entre una y otra dosis de la sustancia desarrollada en la Universidad de Oxford (Vaxzevria, es su nuevo nombre).
Nadie pregunta más en este punto ni se escuchan arengas contra el gobierno en todo el proceso. Es decir, nada que muestre la indignación de habitantes de esta alcaldía que juraban que los gobiernos federal y capitalino los estaban “castigando” por ser una reserva de votos para el PAN.
En cuanto inició la vacunación en la Ciudad de México, bastaba un chapuzón en Twitter para encontrar retos como el que subió Laura Martínez (que se cita sólo a manera de ejemplo): “Señora Sheinbaum, los de la Benito Juárez no le convenimos para sus intereses, ¿nos va a dejar sin vacunas por sus prioridades políticas…? Ni un voto para Morena”.
El alcalde, Santiago Taboada, integrante de un grupo que controla la demarcación hace más de una década, se subió al tren de la vacunación con una oferta concreta: transporte gratuito a los centros de vacunación. Los autobuses iban y venían de varios puntos cercanos. En pequeños grupos, empleados de la alcaldía –con chalecos que imitan los de los servidores de la nación pero en color azul– registraban los viajes de los adultos mayores.
Hacia la una de la tarde del martes 30, una muchacha de chaleco azul, sentada en una sillita, esperaba a los adultos que iban a vacunarse, en una esquina de la Glorieta de la SCOP.
–¿Cuántas personas han llevado?
–Poquitos, porque es con sana distancia. Hasta ahorita 30.
Afuera, una joven policía tocaba el silbato, meneaba los brazos y gritaba, todo al mismo tiempo: “¿Viene a la vacuna, joven?” “Vengo a la vacuna porque no soy joven”, le respondió un automovilista, y ella estalló en una carcajada.
Adentro, el personal médico daba los últimos consejos: no tocar el área del piquete y paracetamol en caso de fiebre. “Los medicamentos que toman, normal; su vida cotidiana, normal. ¿Sale?”
“Pues sale”, asintieron todos, incluyendo al hombre que había perdido de vista a su esposa y seguía con ganas de charlar. Preguntó cualquier cosa a una joven médica sólo para tener la oportunidad de contarle que él jugó futbol en la escuela donde ahora lo vacunan. Y volvió a la broma de su cónyuge: “¿Y si ya no me la regresan?” Dos mujeres de la fila de adelante lo regañaron con dulzura: “Ay, qué malo”.
El hombre atisbó la figura de su esposa cerca de la salida. “¿Se siente bien? Ande, vaya a alcanzarla”, dijo la doctora. Y salió a toda velocidad, paso a pasito.