Después del Nobel...Como ocurre con todos sus libros, una sensación múltiple invade al lector: fascinación, curiosidad, suspense, una inquieta reflexión a lo Kierkegaard.Al leer este nuevo texto, nos viene a la mente de inmediato la novela Nunca me abandones, en cuanto al personaje, pero también Los inconsolables, esa obra maestra que linda y rebasa lo kafkiano, la omnisciencia.Tenemos ante nosotros un nuevo, descomunal logro literario: Klara y el Sol, el primer libro de Kazuo Ishiguro luego de recibir el Premio Nobel de Literatura.Con autorización de Océano, distribuidor en México del sello Anagrama, ofrecemos a los lectores de La Jornada esta primicia: las primeras líneas de Klara y el Sol, de Kazuo Ishiguro.
Cuando Rosa y yo éramos nuevas, nos colocaron en la parte central de la tienda, en el lado de la mesa de las revistas, y eso nos permitía tener vistas a través de algo más de la mitad del escaparate. De modo que veíamos el exterior: los empleados de las oficinas siempre con prisas, los taxis, los corredores, los turistas, Mendigo y su perro, la parte inferior del Edificio RPO. Cuando ya llevábamos cierto tiempo en la tienda, Gerente nos permitía acercarnos a la parte delantera, justo detrás del escaparate, y desde allí podíamos ver lo alto que era el Edificio RPO. Y si estábamos allí en el momento adecuado, podíamos ver cómo se desplazaba el Sol desde los tejados de los edificios de nues- tro lado de la calle hacia la acera del Edificio RPO.
Cuando tenía la suerte de poder verlo así, echaba la cara hacia delante para absorber toda la energía posible, y si Rosa estaba a mi lado, le decía que hiciera lo mismo. Pasados uno o dos minutos, teníamos que regresar a nuestros puestos, y en la época en que éramos nuevas eso nos inquietaba, porque desde la parte central de la tienda a menudo no alcanzábamos a ver el Sol y eso significaba que cada vez estaríamos más débiles. Chico AA Rex, que en aquel entonces ocupaba un lugar pegado a nosotras, nos dijo que no teníamos por qué preocuparnos, porque el Sol tenía mecanismos para llegar hasta nosotras estuvié- ramos donde estuviésemos. Señaló los listones de madera del suelo y dijo:
–Ahí hay una mancha de Sol. Si os preocupa, basta con que pongáis la mano y os cargaréis de energía de inmediato.
No había ningún cliente cuando nos dijo esto y Gerente estaba ocupada arreglando algo en los Estantes Rojos y yo no quería molestarla pidiéndole permiso. De modo que miré a Rosa y, cuando ella me miró con aire inexpresivo, di dos pasos adelante, me agaché y acerqué ambas manos a la mancha de Sol en el suelo. Pero en cuanto mis dedos la tocaron, la mancha desapareció, y pese a todos mis intentos –golpeé con la palma de la mano el punto en el que había estado, y cuando esto no funcionó, froté los listones de madera del suelo con ambas manos–, no reapareció. Me reincorporé y Chico AA Rex me dijo:
–Klara, esto ha sido glotonería. Las Chicas AA siempre sois muy glotonas.
Pese a que entonces yo era nueva, pensé de inmediato que tal vez no hubiera sido culpa mía, que la mancha del Sol se había borrado por pura casualidad justo en el momento en que yo la estaba tocando. Pero Chico AA Rex permaneció con expresión seria.
–Klara, has cogido para ti todo el nutriente. Mira, nos hemos quedado casi a oscuras.
Era cierto que el interior de la tienda se había vuelto lúgubre. Incluso fuera, en la acera, la señal de prohibido aparcar sujeta a la farola tenía un aspecto grisáceo y apagado.
–Lo siento –le dije a Rex, y me volví hacia Rosa–: Lo siento. No pretendía absorberlo todo yo.
–Por tu culpa –se quejó Chico AA Rex–, esta noche me debilitaré.
–Me estás tomando el pelo –repliqué–. Estoy convencida.
–No te estoy tomando el pelo. Podría enfermar ahora mismo. ¿Y qué pasa con los AA de la parte trasera de la tienda? Ya están teniendo problemas. Y van a empeorar. Klara, has sido una glotona.
–No te creo –dije, pero ya no estaba tan segura. Miré a Rosa, pero mantuvo su rostro inexpresivo.
–Ya me empiezo a encontrar mal –aseguró Chico AA Rex. Y se inclinó un poco.
–Pero si acabas de decirlo tú mismo. El Sol siempre encuentra el modo de llegar hasta nosotros. Seguro que me estás tomando el pelo.
Al final logré autoconvencerme de que Chico AA Rex me estaba tomando el pelo. Pero la sensación que me quedó ese día fue que, sin yo pretenderlo, había empujado a Rex a sacar un tema incómodo, algo de lo que la mayoría de los AA de la tienda preferían no hablar. Y no mucho tiempo después, le sucedió aquello a Chico AA Rex, lo cual me hizo pensar que incluso si ese día estaba bromeando, una parte de él sí hablaba en serio.
Fue una mañana muy soleada y Rex ya no trabajaba a nuestro lado porque Gerente lo había trasladado a la hor- nacina de la parte delantera. Gerente siempre decía que cada posición estaba cuidadosamente pensada y que tenía- mos las mismas posibilidades de ser elegidos estuviéramos donde estuviésemos situados. Aun así, todos sabíamos que, al entrar en la tienda, la mirada del cliente en lo primero que se fijaba era en la hornacina de la parte delantera, y era obvio que Rex estaba encantado de que le hubiera llegado el turno de ocupar ese sitio. Lo observábamos desde la parte central de la tienda, con la barbilla alzada y el Sol dándole de lleno, y en cierto momento Rosa se inclinó hacia mí y me dijo:
–¡Oh, tiene un aspecto estupendo! ¡Seguro que no va a tardar en encontrar una casa!
Era el tercer día de Rex en la hornacina cuando entró en la tienda una niña con su madre. En aquel entonces, a mí todavía no se me daba muy bien calcular la edad, pero recuerdo que deduje que tendría trece y medio, y ahora creo que acerté. La madre trabajaba en alguna oficina y por los zapatos y el traje que llevaba se podía colegir que tenía un cargo importante. La niña se fue directa hacia Rex y se plantó ante él, mientras que la madre se acercó hacia donde estábamos nosotras, nos miró y siguió caminando hasta el fondo de la tienda, donde había dos AA sentados en la Mesa de Cristal, balanceando las piernas tal como Gerente les había dicho que hicieran. En un determinado momento, la madre llamó a la niña, pero esta hizo caso omiso y siguió contemplando la cara de Rex. Unos instantes después, estiró el brazo y pasó la mano por el brazo de Rex. Él, claro está, no dijo nada, se limitó a sonreír y permaneció inmóvil, tal como nos habían dicho que debíamos hacer cuando un cliente mostraba especial interés por nosotros.
–¡Mira! –me susurró Rosa–. ¡Va a elegirlo! Está encantada con él. ¡Qué suerte tiene!
Le di un codazo para que se callara, porque nos podían oír.
Ahora fue la hija la que llamó a la madre y un momento después estaban ambas ante Chico AA Rex, mirándolo de arriba abajo; la niña, de vez en cuando, se acercaba y lo tocaba. Hablaban entre ellas en voz baja y en cierto momento oí que la niña decía: «Pero, mamá, es perfecto. Es precioso.» Y unos instantes después refunfuñaba: «Oh, mamá, venga.»
Para entonces Gerente ya se había colocado con sigilo detrás de ellas. Al final la madre se volvió hacia ella y le preguntó:
–¿Qué modelo es?
–Es un B2 –dijo Gerente–. Tercera serie. Para el niño adecuado, Rex puede ser un compañero perfecto. Creo que él en particular estimula en una persona joven el empeño en ser concienzudo y estudioso.
–Bueno, a esta jovencita eso desde luego le vendría de perlas.
–Oh, mamá, es perfecto.
–B2, tercera serie –dijo la madre–. Son los que tienen problemas de absorción solar, ¿verdad?
Lo dijo tal cual, delante de Rex, sin dejar de sonreír. Rex también continuó sonriendo, pero la niña se quedó desconcertada e iba mirando alternativamente a Rex y a la madre.
–Es cierto –explicó Gerente– que, al principio, los de la tercera serie presentaron algunas pequeñas disfunciones. Pero las informaciones al respecto se exageraron mucho. En entornos con niveles normales de luz, no dan ningún tipo de problema.
–He oído que la mala absorción solar puede gene-rar problemas más serios –comentó la madre–. Incluso de comportamiento.
–Señora, con el debido respeto, los modelos de la serie tres han llenado de felicidad a muchos niños. A menos que viva usted en Alaska o bajo tierra, no tiene de qué preocuparse.
La madre siguió observando a Rex, hasta que al final negó con la cabeza y dijo:
–Lo siento, Caroline, entiendo que te guste. Pero no es para nosotras. Ya te encontraré otro que sea perfecto.
Rex continuó sonriendo hasta que las clientas se mar- charon, y ni siquiera entonces mostró ninguna señal de es- tar triste. Pero luego recordé la broma que me había hecho y pensé que esas preguntas sobre el Sol, sobre la cantidad de nutriente que necesitábamos, le rondaban por la cabeza desde hacía tiempo.
Hoy, claro está, sé que Rex no era el único. Pero oficialmente esto no era así; cada uno de nosotros contaba con especificaciones que garantizaban que no podían afec- tarnos factores como nuestra ubicación en una habitación. Aun así, un AA podía sentirse aletargado después de unas horas alejado del Sol, y empezar a preocuparse porque algo en él no funcionaba bien, pensar que tenía algún defecto que le afectaba en exclusiva y que, si se evidenciaba, jamás encontraría una casa.
Ese era el motivo por el que poníamos tanto empeño en estar en el escaparate. A todos nos habían prometido que nos tocaría el turno, y todos ansiábamos que llegara ese momento. Ese interés tenía en parte que ver con lo que Gerente denominaba el «honor especial» de representar a la tienda hacia el exterior. Y, además, dejando de lado lo que dijera Gerente, sabíamos que teníamos muchas más posibilidades de ser elegidos si estábamos en el escaparate. Pero lo más importante, que todos teníamos muy claro sin hablar de ello, era el Sol y el nutriente que nos proporcionaba...