Parece que el desplome de la pederastia clerical no tiene fin. Nuevas revelaciones se suceden y más escándalos se suman a la interminable ruina eclesiástica. Desde hace décadas la Iglesia católica está en jaque ante el alud de evidencias incriminatorias. Virtualmente no existe diócesis, a escala mundial, en la cual algún ministro de culto no haya cometido actos sexuales repulsivos contra menores. Lesionando a niños, los integrantes más vulnerables de la sociedad. Puestos bajo el cuidado del cura por la confianza de los padres. Dicha confianza no sólo se perdió, sino que, ahora, se pone en cuestión la santidad del sacerdocio. Pareciera ahora que es un oficio quebrado. Es cierto que la pederastia es un fenómeno que había permanecido opaco en la sociedad y los escándalos de la Iglesia han permitido ponderarla en la agenda social con mayor agudeza. Una primera constatación, mientras fuera de la Iglesia la mayoría de las víctimas son mujeres, dentro de la Iglesia sucede lo contrario.
Pese a los esfuerzos de Francisco, las inercias de la pesada estructura eclesiástica colocan a la Iglesia bajo consecuencias aún imprevisibles. Estudiosos e historiadores comparan la crisis con la reforma protestante de hace 500 años y muchos temen una implosión secular catatónica. La diferencia es que en el siglo XVI la escisión fue interna y ahora la fractura es de la Iglesia con la sociedad.
El ámbito católico parece demolerse ante recurrentes denuncias, escándalos y litigios en sus principales plazas: Alemania, Italia, Estados Unidos, Irlanda, Australia, Brasil, Chile, Bélgica, Francia y hasta la lejana Filipinas. México no escapa. Y ocuparse de la pederastia clerical en México nos conecta fatídicamente a los Legionarios de Cristo y a su fundador, el siniestro Marcial Maciel. Dicha congregación publicó el pasado 22 de marzo un informe anual 2020 titulado Verdad, justicia y sanación. Los legionarios pretenden dar cuenta de sus abusos, encaminados a ofrecer atención a las víctimas de pederastia, así como la implementación de ambientes seguros dentro de la congregación. Especialistas y víctimas han sido críticos severos con la iniciativa de pretender lavarse la cara sin afrontar con profundidad las graves faltas que han provocado en las víctimas y en la credibilidad de la Iglesia. ¿Por qué creer en una orden religiosa que lleva décadas mintiendo? ¿Cómo acreditar cuando dicha orden religiosa lleva a cuestas la carga de la corrupción financiera y eclesiástica?, como han demostrado en sus libros Jason Berry y Raúl Olmos. Las cifras reveladas se repiten de aquel informe presentado hace un año llamado Radiografía. Siguen causando indignación los 60 menores abusados sexualmente por Maciel, máxima figura de la congregación a quien se rendía culto enfermizo a su personalidad y a quien lo querían elevar a la categoría de santo. El texto revela que 27 sacerdotes abusaron sexualmente de 170 menores de edad.
En primer lugar, la pederastia clerical es un crimen. Debe ser tratada como delito y no como pecado. La pederastia es ante todo un acto delictivo que en la mayor parte de los ordenamientos jurídicos del mundo se aplican como grave transgresión penal por abusos sexuales con menores. Además, también delinque quien de forma consciente y activa encubre u ordena encubrir dichos comportamientos deplorables. Es el punto de partida que el informe disimula: ¿por qué tan pocos clérigos legionarios no están cumpliendo una condena penal ni jurídica? Usar como objeto sexual a un menor, ya sea mediante violencia, engaño, alevosía, persuasión, supone, ante todo y por encima de cualquier otra opinión, una transgresión. ¿Cuántos legionarios purgan sus crímenes en la cárcel? El texto legionario habla de transparencia y resarcimiento de las víctimas. Pero en Italia enfrentan ahora un juicio penal severo, acusados de intento de extorsión y de haber tratado de desviar las investigaciones de las autoridades sobre un caso de pederastia. Hablan de verdad y justicia, pero su director general, John Connor, es señalado por tres víctimas mujeres que lo acusan en Texas de encubrir casos de abuso y acoso. Sobre el actual director, Elena Sada sentencia: “Fue entrenado por el mismo Maciel y, créeme, no hay nada de transparente en él. Su prioridad es proteger la orden por encima del bien de las víctimas”. Cuidar intereses, proteger pederastas y ser poco sensibles con las víctimas.
Esa ha sido la trágica historia no sólo de los legionarios, sino de la Iglesia. La conferencia episcopal francesa, el 26 de marzo reconoció públicamente su actitud frente a los más de 10 mil casos de abusos a menores: “Las autoridades eclesiásticas no supimos ver ni escuchar y a veces no quisimos ver ni escuchar. Reconocemos esta ceguera y sordera de los obispos y de otros responsables eclesiásticos”.
La presión social y mediática han jugado un papel central para contrarrestar el atrincheramiento de los legionarios y la Iglesia. Sin embargo, al margen de las acciones que tome la Iglesia para poner fin a esta realidad calamitosa, los estados y gobiernos están obligados a investigar, atraer y llevar los casos ante la justicia a cualquiera que violente la integridad física y emocional de los menores. Hay que ampliar los plazos de prescripción de los delitos de abuso sexual contra menores, dar más tiempo a las víctimas para presentar demandas civiles y endurecer la legislación que obliga a reportar los abusos. Hay que fortalecer el enfoque de las víctimas. ¿Tienen remedio los legionarios?