Moscú. El Ártico –la única región del planeta cuyos límites geográficos están aún por definir, motivo de permanente controversia entre los Estados que proclaman tener derechos de propiedad sobre el polo norte– se ha convertido en arena de lucha, soterrada pero no por ello menos peligrosa, por las riquezas que se presumen importantes y yacen debajo de sus capas de hielo.
Mientras los aspirantes al reparto siguen debatiendo, por ejemplo, dónde termina la plataforma continental de cada uno y comienza la zona de aguas internacionales, el valor de ese botín, de acuerdo con estimaciones del Departamento de Energía de Estados Unidos, equivale a no menos de 13 por ciento de las reservas no exploradas de petróleo a nivel mundial y de 30 por ciento de potenciales yacimientos de gas natural, así como significativas reservas de níquel, platino, estaño, tungsteno, metales raros, oro y diamantes.
Pero el Ártico es rico no sólo en materias primas, también representa mucho interés por su valor estratégico como plataforma de dominio a través de las bases militares que puede albergar y, en un futuro no muy lejano, como vía marítima de comercio, ya que se calcula que a partir de 2040, de mantenerse el actual ritmo de calentamiento global, el Océano Glacial Ártico será plenamente navegable en verano acortando las rutas entre Asia, Europa y América del Norte.
Con apenas seis por ciento de la superficie del planeta, dentro de cierto tiempo el Ártico puede ejercer una gran influencia, no proporcional a su reducido tamaño, en la economía mundial por sus riquezas naturales e importancia estratégica.
No sorprende que cinco países colindantes con el polo norte –en mayor o menor escala, Rusia, Canadá, Estados Unidos, Dinamarca y Noruega– reclamen el derecho a explotar sus recursos, en tanto tres países de la región prácticamente no pueden participar en el reparto por no tener salida al Océano Glacial Ártico (Suecia y Finlandia) o carecer de fuerzas armadas como argumento adicional (Islandia). En cambio, otros muy distantes en términos de geografía pero que han enviado no pocas misiones de exploración como China o India, no quieren quedarse al margen.
En ese contexto, Estados Unidos dio una razón más de confrontación con Rusia al publicar a comienzos de este año una nueva concepción de estrategia para el Ártico que establece como “derecho y obligación” de sus buques de guerra dominar lo que llaman “las latitudes septentrionales, incluidas las rutas de navegación en las aguas árticas bajo control de Rusia”.
La respuesta rusa se produjo hace unos días mediante una exhibición de fuerza: por primera vez en la historia de su Armada, mostró –como parte de las maniobras militares que lleva a cabo desde el pasado 20 de marzo en el Ártico– que tres submarinos nucleares, dotados de misiles, tras romper una capa de hielo de un metro y medio de grosor, emergieron a la superficie de manera simultánea en el mar congelado, en un área con 300 metros de radio.
También se informó que, mientras dos cazabombarderos efectuaron un repostaje en pleno vuelo sobre el polo norte, un submarino nuclear lanzó varios torpedos bajo el hielo, alcanzando con éxito los blancos fijados.
En palabras del almirante Nikolai Yevmenov, comandante en jefe de la Armada rusa, estos ejercicios bélicos, que continúan cerca del archipiélago de la Tierra de Francisco José, sirven para “probar la eficacia del armamento en latitudes altas y temperaturas bajas” y, cabe agregar, como advertencia a Estados Unidos y sus aliados noratlánticos.