La última viva voz de un exilio forzado cobra sonoridad en Ávia, documental dirigido por Rodrigo Ímaz (Ciudad de México, 1982) sobre su abuela Montserrat Gispert Cruells (1934), de origen catalán.
En un tono poético y personal, en la filmación ella habla desde su memoria de infancia, en la cual resuenan los bombardeos aun a sus 87 años, cuando se define a sí misma para luego emprender el trayecto de regreso al lugar que la vio nacer, a Barcelona desde México.
“Es una vieja hermosa, que es sabia”, dice el realizador en entrevista. “Recuerda con una mirada de una niña, no es tan narrativo: el ruido de las botas, los bombardeos, pequeñas memorias y traumas. Y eso es lo que estamos recorriendo”, describe. “De alguna manera el filme se trata de entender qué es la vejez”.
La abuela es “una mujer independiente que vive sola”, así la dibuja un día después de “algo muy bonito: ayer la fui a vacunar. Filmé todo. Fue muy emotivo y conmovedor ver viejos tan felices y jóvenes tan solidarios”. Un escalofrío que lo recorrió fue el resultado junto a los menores de 30 actuando de manera humana para salvar a los mayores. “La trataron como una diosa. La parte de la pandemia la estamos incluyendo en la narrativa”.
Ávia significa abuela en catalán, palabra que nombra el largometraje, “yo quiero que sea como ella, bicultural y bilingüe”. Primero con Monserrat en su vida cotidiana, rodeada de plantas. Y la segunda parte es recorrer la ruta del exilio, por Casablanca, Marsella, Pirineos y Barcelona, con una maleta cargada de recuerdos que desembocan en el mar.
Después de su ópera prima, Juan Perros (que en 2016 fue reconocida como Mejor Cortometraje Documental en el Festival Internacional de Cine de Morelia), Rodrigo comenzó a filmar a la abuela hace tres años, con una nueva cámara que compró con sus ahorros. “Se nos atraviesa la pandemia y se pospone el viaje. La idea es ir en septiembre próximo, si su salud lo permite y las fronteras se abren”.
Hasta el momento tiene un avance de 30 minutos. “Es una carta en catalán de quién es ella. Es una película íntima y autoral, con un tono natural sobre las cosas.”
En los primeros minutos de la filmación se oye la voz acumulada de vida, mientras la mano acaricia un tronco igual de rugoso: “soy de aquí y soy de allá. Catalana de nacimiento, mexicana de corazón. Soy planta introducida. Soy el polen”.
En el proyecto, aún en proceso, Ímaz define que “es una película sobre lo humano, de la memoria, de las historias de supervivencia, la migración, los refugios, la persecución de grupos vulnerables, los exilios, los viajes, el arraigo y el desarraigo, la lucha contra el olvido, el derecho a la memoria, la empatía, la guerra, la violencia y el olvido.
“También la oportunidad de darle una voz amplia a mi abuela, una voz matriarcal que en su juventud era acallada y subestimada dadas las características machistas y patriarcales de su tiempo y su contexto.”
Durante la entrevista, afirma: “Yo me di cuenta de que no era sólo una historia personal, había cosas trascendentes que podían provocar empatía con otros seres que no necesariamente han pasado por algo similar. Asistimos al siglo de las migraciones humanas forzadas, los desplazamientos masivos por falta de agua y recursos”.
A Montserrat le tocó vivir la Segunda Guerra Mundial, la invasión nazi y cruzar los Pirineos para buscar a su padre, quien impulsó el intento de independencia de Barcelona en 1933; más tarde participó en la sangrienta batalla del Ebro, tras la derrota fue llevado al campo de prisioneros de Argèles-sur-Mer, en Francia. Al ser liberado, vivieron un año en ese país, pero la hambruna los hizo aceptar un salvoconducto de Gilberto Bosques. Llegan a México en 1941, ella de 7 años, enferma de tuberculosis.
“El proceso de migración fue muy complejo. Duró dos años, en ese periodo vive hambre y maltrato racial. Los franceses les gritaban: ‘¡refugiados de mierda, sálganse de la fila!’, para que no recibieran el alimento racionado. En México fue una acogida muy generosa.”
Bióloga de profesión, Montserrat Gispert se dedicó a la enseñanza por más de 50 años en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y a la investigación etnobotánica. Publicó 13 libros. “Un personaje secundario es la naturaleza”, pues hay toda una relación con el entorno natural. “Ella, curiosamente, se dedicó al estudio de las plantas que migraron de México a Europa y cómo se domesticaron allá. Regresa con los conocimientos prehispánicos, se arraiga aquí de esa manera, con los saberes ancestrales, como las raíces del chilacayote o el huitlacoche”.
“Mi abuela es de izquierda”, también definió, desde su padre procatalanista y republicano. Formó parte de los movimientos del 68 y del 71 como una militante académica. En el año del halconazo fue a sacar a estudiantes del Casco de Santo Tomás en su cochecito, a uno de sus alumnos se lo llevaron a Lecumberri. Cada sábado le llevaba comida.
“Muy militante, muy consistente. Se levantó del lado izquierdo y se va a morir del lado izquierdo. Es algo que entiendo como una herencia. Creo que hay un linaje que reconozco y abrazo”, afirma Ímaz de su ávia, su abuela sabia.