México tiene un triple reto por delante: el posible repunte de la pandemia de Covid-19 pasando la Semana Santa, la participación en una elección definitiva para la historia moderna del país, inmersos en esas condiciones restrictivas de salud pública, y la polarización por diseño de cada tema que se discute en la agenda nacional.
El gobierno es ineludiblemente el responsable de la política pública de atención a la salud, máxime que hasta hoy no existen reglas para la participación privada para atender este fenómeno; así, el gobierno federal es el único hoy responsable de las decisiones que se toman para evitar más contagios y muertos, así como la compra y logística que rodea al tema de las vacunas. De lo que el gobierno a ningún nivel es responsable, es del frenesí que abarrota playas, de la urgencia que hace del aeropuerto una romería; del hartazgo con el encierro que nos lleva directo al riesgo, al contagio, a la tercera ola de Covid-19.
El arranque de la vacunación ha generado una percepción diferente de la enfermedad. La noticia hizo que muchos bajaran la guardia, como si a la primera inyección se hubiera decretado el fin de la pandemia. A diferencia de cuando termina una guerra, que ha sido lo más parecido a estos últimos meses en cuanto al número de pérdidas de vidas, daño económico y las restricciones a la movilidad, aquí no habrá campanas anunciando la paz; no habrá campanas anunciando la salud plena y la desaparición del Covid. No las habrá porque, pese a lo difícil que resulta reconocerlo, vamos a seguir atados a esta enfermedad y a sus mutaciones en los próximos años.
Por eso, el avance de la vacunación hoy (5 por ciento de la población) contrasta con el efecto que éste ha tenido en el ánimo de la gente. Harta del encierro, ganando menos, a las personas les urge un escape de la “nueva realidad” a la que nos condenó el Covid. Eso es lo que evidencian los pasillos del aeropuerto, las carreteras y las playas. Si la historia y la cultura de nuestro pueblo se han preciado del afán retador de los mexicanos hacia la muerte, esta semana estamos haciendo honor a nuestra fama. Lamentablemente, todo apunta a que eso tendrá consecuencias negativas para el manejo de la pandemia y el repunte de casos.
En ese marco, México en junio acudirá a las urnas en plena vacunación, con comercios a medio abrir, candidatos haciendo campaña a medias y un ambiente de profunda crispación política. ¿Qué tanto influirá la pandemia en la operación política de los partidos, las estructuras y sus bases?, ¿cómo llegaremos a esa justa electoral?, ¿cuánto y cómo influirán las vacunas en el ánimo electoral de la gente?, ¿cómo jugará la pandemia de cara a la elección que determinará la nueva conformación del Congreso federal?, ¿qué tanto la gente asocia el manejo de la pandemia a su gobernador, alcalde y qué tanto al gobierno federal? Son preguntas a despejar que marcarán un nuevo mosaico de las fuerzas políticas y el futuro inmediato de México en materia política, legislativa, de marco normativo e institucional.
A esa cita los ciudadanos llegan con posiciones contrarias e irreconciliables. Y en eso han tenido que ver las redes sociales como mecanismo para obtener información. El hecho de filtrar a partir del conocimiento del usuario qué información recibe cada quién, hace que el lector, el consumidor de noticias, entre en un embudo informativo en el que cada vez tiene menos contacto con ideas que no comparte y más con planteamientos que refuerzan sus prejuicios. Esa ecuación está teniendo efectos profundos en la democracia, en la economía, en la marcha del mundo. Tan es así, que hace unos días el dueño de Facebook, Mark Zuckerberg, fue cuestionado en el Congreso estadunidense por contribuir a través de su plataforma a la polarización política en Estados Unidos.
Redes, elecciones y pandemia. Polarización, participación y riesgo. Dada la gravedad del momento que vivimos, valdría la pena reflexionar cuánto está aún en nuestras manos para despresurizar el ambiente político, evitar una nueva escalada de contagios y velar por aquello que nos une, a pesar de lo mucho que nos separa. La responsabilidad ciudadana tiene que hacerse presente en esos tres grandes frentes.