Primero que nada conviene ratificar que al asumir Marcelo Ebrard la cartera de Tlatelolco, a pesar de que aún le queda a la misma mucha escoria, volvió a soplar en la Cancillería Mexicana el aire de coherencia y dignidad que la caracterizó antes de que llegaran a la presidencia de la República el payaso Vicente Fox y el par de sucesores asaz indignos. Tal parecía que, durante esos 18 nefastos años, hubo una suerte de competencia para que cada vez la Cancillería fuese peor.
En efecto: la cereza en el pastel, el final de la resbaladilla, fueron los dos Secretarios de Relaciones Exteriores anteriores al actual: Ruiz Massieu y Vidergaray.
De la vergonzosa expulsión del embajador de Corea del Norte, por obra y gracia de Videgaray para lucir como el mayor lambiscón, a la negativa del gobierno mexicano, junto con Uruguay, que rompió la pretendida unanimidad que buscaba Trump para invadir Venezuela y llenarse las manos de su petróleo y de su hierro, que era el motivo de su mayor interés, queda clara la transición entre un México indigno y otro que se esmera, en el ámbito internacional, en recuperar la dignidad y el enorme prestigio que tuvo antaño.
La otra gesta, que dio pie, por cierto, a que tuvieran motivo de alharaca los de siempre, fue el respaldo que se le dio a Evo Morales, sacado a la fuerza de su gobierno dentro del plazo constitucional, todavía, por un golpe de estado que se quiso convertir en legítimo. ¡Queda claro que se le salvó la vida! Al viejo estilo cardenista, México no sólo le abrió las puertas, sino que incluso fue por él, lo mismo hizo entre 1939 y 1942 con los perseguidos del fascismo en Europa.
También padecieron los funcionarios mexicanos en La Paz el hostigamiento exagerado del gobierno ilegal de la tal Jeanine Áñez, respaldada principalmente por las bayonetas bolivianas que tantas veces se han “cubierto de gloria” luchando contra su propia población civil. ¿Su pecado? Sostener a ultranza el asilo a diversos miembros del gobierno de Morales que, al viejo modo, lograron acogerse en nuestra representación diplomática.
Los tiempos ahora pasan más rápido y no hemos tenido que esperar décadas para que criminales como Franco, Pinochet o los militares argentinos se fueran a la goma. En menos de un año y medio la tortilla se dio la vuelta y la tal Áñez fue a dar al tanque con méritos más que suficientes y el sufragio general de Bolivia regresó al gobierno a quienes legítimamente lo tenían…
Me dirán que no es cristiano regodearse con el mal ajeno. No me importa. Que tales rufianes, con toda y la soberbia de que hicieron gala en noviembre de 2019, estén ahora entre rejas, no deja de darme mucho gusto, aunque quizá lo que más me satisface es que la gesta diplomática mexicana de hace poco más de un año se vea ahora gratificada con el hecho de que, en buena medida gracias a ella, la vida boliviana haya regresado a su cauce y que, bajo la jefatura de Marcelo Ebrard, México se vuelva a poner medallas en materia de política internacional.
Pienso que también su antecesor Bernardo Sepúlveda, e igual sería el caso de Rosario Green y de Jorge Castañeda (el bueno), si vivieran, ve con satisfacción que nuestro país vuelva a transitar por esa senda de dignidad por la que acostumbraba a hacerlo antaño.