Mi nuevo libro, Pobreza y florecimiento humano. Una perspectiva radical (UAZ-Itaca, 2020) fue presentado ayer en la UAZ por cuatro comentaristas. Hoy abordo la raíz central y parte sustancial del tronco de este libro. Se trata de mi tesis doctoral (2005) sustentada en el Centro de Investigación y Estudios Superiores de Antropología Social (CIESAS-Occidente): “Ampliar la mirada. Un nuevo enfoque de la pobreza y el florecimiento humano”. Lleva el siguiente epígrafe de mi cuño: “La pobreza degrada y destruye, moral, social y biológicamente al más grande milagro cósmico: la vida humana”. En ella desarrollé una visión de lo bueno. La tesis, en dos volúmenes, la convertí con leves cambios en libro igual de extenso que fue dictaminado positivamente en el CIESAS y en El Colegio de México en 2006. A pesar de los dictámenes positivos, mi autocrítica me hizo ver omisiones que juzgué imperdonables: estaban ausentes en el volumen I las teorías de las necesidades de Malinowsky, Agnes Heller, y de Ryan y Deci sobre las necesidades sicológicas básicas, cuyas obras empecé a trabajar después de presentar la tesis. Empezaba tal tarea cuando recibí invitación de Virginia García Acosta, directora general del CIESAS nacional, y de Jorge Alonso, editor de Desacatos. Revista de Antropología Social, para coordinar un número sobre los temas de mi tesis, experiencia enriquecedora que me llevó no sólo a “ampliar más la mirada” sino a proyectarla al futuro, pero que significó posponer la publicación del libro de la tesis. Por razones de espacio hoy presento sólo el propósito central original de la tesis, que sigue siendo válido para el nuevo libro. Expresa que el florecimiento es la brújula que debe guiarnos. Así expresé el propósito central de mis investigaciones en la tesis:
“Sostengo que debemos ampliar la mirada para ver al ser humano completo y comprenderlo. Que, si nuestra percepción de la pobreza económica, como la llamo ahora, es fruto de una mirada del ser humano sólo desde la perspectiva económica, para avanzar en la comprensión de éste debemos derivar nuestra mirada de una más amplia. Por ello, después de décadas de estudiar la pobreza, ahora he buscado una atalaya más alta para ver más lejos. El fondo se explica con la siguiente cadena de reflexión. Si identificásemos perfectamente a los pobres en el sentido tradicional del concepto y pudiésemos lograr que dejasen de ser pobres (en ese sentido limitado) habríamos reducido enormemente el sufrimiento humano, pero no necesariamente habríamos avanzado mucho en logros que nos pudieran enorgullecer como especie. En los hogares que dejan de ser pobres ¿aumentan las probabilidades de despliegue pleno de las facultades humanas de sus integrantes? La predicción sería pesimista. Si la inmensa mayoría de los hoy no pobres están muy lejos del despliegue pleno de sus facultades, no hay razón para pensar que sería distinto entre los nuevos no pobres. He buscado ampliar la mirada para inyectar más sentido al para qué de la superación de la pobreza económica. Quizás sea posible una política centrada en el florecimiento humano que rebase la superación de la pobreza económica y genere reales oportunidades de florecimiento humano. Esta perspectiva concibe el despliegue de las potencialidades humanas como el valor más alto y no lo confunde con la abundancia material. Erich Fromm (EF) ha contrastado con gran profundidad el ser y el tener: “La Gran Promesa del progreso ilimitado –la promesa del dominio de la naturaleza, de la abundancia material, de la mayor felicidad para el mayor número de personas y de la libertad irrestricta– ha sostenido las esperanzas de generaciones desde el comienzo de la era industrial y formó el núcleo de una nueva religión. La edad industrial ha fracasado en cumplir su Gran Promesa, y cada vez más personas se están volviendo conscientes de que 1) la satisfacción irrestricta de todos los deseos no conduce al bien-estar ni es el camino a la felicidad, y 2) el sueño de ser maestros independientes de nuestras vidas terminó cuando nos percatamos que todos hemos sido ruedas dentadas de la maquinaria burocrática. EF añade que las dos premisas sicológicas del sistema industrial son: 1) que el propósito de la vida es el placer máximo definido como la satisfacción de cualquier deseo (hedonismo radical), y 2) que el egoísmo y la codicia que el sistema necesita generar para poder funcionar, llevan a la armonía y a la paz. EF sostiene que en estas premisas estaba implícito el fracaso inevitable de la Gran Promesa. Señala que la teoría del bien-estar de los grandes maestros del vivir no sostuvo el principio del placer máximo: “Ninguno enseñó que la existencia fáctica de un deseo constituyese una norma ética. Estaban preocupados con el bien-estar óptimo ( vivere bene) de la humanidad. El elemento central en su pensamiento es la distinción entre deseos que sólo son sentidos subjetivamente y cuya satisfacción lleva a un placer momentáneo, y aquellas necesidades enraizadas en la naturaleza humana y cuya realización es conducente al crecimiento humano y produce eudaimonia, esto es, bien-estar. La era presente ha regresado a la práctica y la teoría del hedonismo radical, pero nuestra “búsqueda de la felicidad” no produce bien-estar. “Somos una sociedad de personas notoriamente infelices: solitarias, ansiosas, deprimidas, destructivas, dependientes. Hasta antes del siglo XVIII, dice EF, la conducta económica seguía siendo conducta humana sujeta a los valores de la ética humanista. Pero en dicho siglo se separó la conducta económica de la ética y los valores humanos. Se concibió la máquina económica como un sistema que funcionaba por sí mismo, con sus propias leyes, y que ya no estaba determinado por lo que es bueno para el hombre, sino por lo bueno para el sistema”. EF señala que, a contrapelo de los valores dominantes, en la cual quien nada tiene, nada es, los grandes maestros del vivir hicieron de la alternativa entre tener y ser un tema central de sus sistemas, p. ej. Meister Eckhart enseñó que no tener nada, abrirse y estar vacío, son las condiciones para lograr riqueza espiritual y fuerza. También señala EF que “en cada cultura es distinta la proporción entre cosas y actos. En contraste con la gran multitud de cosas de que está rodeado el hombre moderno, la tribu primitiva de cazadores y recolectores maneja relativamente pocas [pero] el espectro de la actividad humana no muestra semejante diferencia. En realidad, hay buenas razones para creer que el hombre primitivo hacía más y era más que el hombre industrial. El hombre medio de hoy piensa muy poco por sí mismo. De lo que sabe no conoce nada por su propia observación o pensamiento. El hombre primitivo está obligado a pensar por sí mismo y aprender de sus observaciones. Su vida depende de que adquiera ciertas habilidades, y las adquiere por su propia obra y acción. Aquellos primitivos manejaban pocas cosas hechas por el hombre, pero aplicaban muy activamente sus facultades de pensar, observar, imaginar, pintar y esculpir. EF distingue entre el tener orientado al ser y el tener orientado al poseer. Aclara que el hombre no puede existir sin “tener” pero puede existir muy bien con un tener puramente funcional. “Con la orientación al tener soy lo que tengo. Superada esta orientación, el lema es soy lo que estoy siendo, o soy lo que hago (en el sentido de actividad no enajenada)”, concluye EF.
Tanto en mi tesis como en mi nuevo libro desarrollo un enfoque que valora el tener que sirve al ser, un enfoque en el centro del cual está el florecimiento humano, el despliegue pleno de las potencialidades humanas. Seguiré narrando esta vocación en la que sigo trabajando.