Ciudad de México. En México es imprescindible que haya una instancia que realice investigaciones acerca de los efectos que la soledad derivada de la pandemia de Covid-19 está causando en la sociedad, “pues las consecuencias ya se están dando en muy distintas dimensiones de la vida, principalmente entre los jóvenes estudiantes”, sostiene el historiador Javier Rico Moreno (1958, Ciudad de México).
El catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien prepara un libro acerca de la historia cultural de la soledad en Occidente, explica en entrevista con La Jornada que más que una institución gubernamental dedicada a atender el asunto –como los ministerios que ya funcionan en Gran Bretaña y Japón–, en nuestro país “es pertinente y necesario que primero se emprendan estudios serios acerca de la soledad”.
Hasta el momento, añade, aun con los recursos tecnológicos que facilitan la comunicación a distancia, no hay forma de sustituir lo que la pandemia le quitó a millones de personas para quienes esa emoción se está convirtiendo en una pesada carga: el factor humano.
“A escala global están pasando muchas cosas derivadas de la contingencia sanitaria. Lo peor sería que nos acerquemos a un retorno a las actividades presenciales sin entender qué fue lo que nos sucedió como sociedad. Es decir, en lo individual podemos emprender una autorreflexión, pensar cómo salimos de esta y cómo estuvimos encerrados, pero a escala sociocultural necesitamos entender la extraordinaria paradoja de estar en una sociedad en la que los medios de comunicación y la tecnología nos permiten estar en contacto con otros; incluso, podemos conversar y ver a un amigo o colega en otra parte del mundo; sin embargo, aun con la proliferación de esos recursos prevalece el sentimiento de soledad, ¿por qué?”, insiste el historiador.
Por eso, continúa, “hay que reflexionar, indagar, hacer mucho trabajo para saber qué nos está sucediendo en tanto seres humanos, pues, a pesar de tener reuniones por videollamadas, hay algo que se pierde y que quizá no sabemos definir, porque estamos ante una situación inédita”.
Para comenzar el debate, plantea, hay que explicar que “la soledad que se experimenta como un padecer generalmente tiene que ver con el desamparo. En ese sentido, la pandemia no estaba en nuestro horizonte ni en nuestras expectativas, podíamos esperar un cambio de gobierno, un cambio de modelo económico o teníamos presente el escenario del cambio climático, pero el coronavirus resultó ser algo nuevo y enfrentamos una situación de desamparo, sobre todo cuando no vemos la luz al final del túnel.
“Pensamos que lo ideal será cuando 99.9 de la población ya esté vacunada, pero la experiencia nos va a dejar al borde de un constante temor; es decir, no hay garantía de que no aparezcan nuevos virus, y quizá tendríamos que hacernos a la idea de que estaremos sujetos a una situación de riesgo, que si apareció este virus nada nos garantiza que en tres años no estaremos en un escenario semejante.”
Consecuencias académicas
De manera inmediata, la preocupación del historiador y varios de sus colegas de la UNAM, detalla, se centra en el desempeño académico de sus estudiantes, muchos de los cuales han externado la idea de darse de baja porque sienten que no están aprendiendo lo mismo que de manera presencial.
“Es una petición legítima, pero hay que tomarla con cuidado, porque no sabemos si vamos realmente a regresar a lo de antes. En la FFyL no se ha definido con claridad; pienso que cobrará forma la modalidad híbrida, y estas generaciones van a resultar muy afectadas.
“Por ejemplo, tengo estudiantes que están en tercer semestre y no conocen la facultad. Fue impresionante constatar hace poco que muchos de mis alumnos se sienten muy desanimados. Algún colega les mandó un correo electrónico diciéndoles: ‘¿De qué se quejan?, si están en su casa, no tienen que trasladarse a la escuela, tienen tiempo para leer más’, y eso es un absurdo, porque la situación que viven nuestros estudiantes en sus casas no es boyante.
“Los jóvenes experimentan desde problemas tecnológicos, hasta la sensación de que el círculo se va estrechando. Nos empiezan a llegar mensajes que dicen que en su familia todos se enfermaron y ahora ellos se tienen que hacer cargo, o que falleció el padre o algún familiar, eso lleva a la ansiedad, al desánimo, al sentimiento de soledad.”
Javier Rico, autor del libro La historia y el laberinto: hacia una estética del devenir en Octavio Paz (UNAM/Artigas/FFyL, 2013), reitera que el meollo del asunto está en la experiencia humana. “¿Qué nos está pasando? Estamos experimentado una pérdida, en muchos sentidos, de la experiencia humana, en términos no sólo de aprendizaje, sino de experiencias: estar en los pasillos de la facultad, hablar con los compañeros después de la clases, ir a la biblioteca.
“Octavio Paz abordó la idea desde una perspectiva dialéctica; decía que la soledad es lo contrario de la comunión. Estamos solos cuando no podemos entablar una comunión con el otro y esa comunión se puede establecer de distintas maneras.
“Por eso, lo que estamos padeciendo es una paradoja, podemos escucharnos, vernos, pero no estamos logrando establecer un diálogo o una comunicación auténtica con el otro, está de por medio una pantalla, no tenemos quién nos mire a los ojos en un intercambio de expresiones.
“Hace falta, como una suerte de antídoto contra la soledad, como diría el filósofo italiano Nicola Abbagnano (1901-1990), una forma nueva o más fecunda de comunicación”, concluyó el historiador, quien en 2018 obtuvo el premio Edmundo O’Gorman que otorga el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) a la mejor tesis de doctorado en el área de teoría de la historia e historiografía por su trabajo Poesía e historia en el Laberinto de la soledad de Octavio Paz.