La reforma educativa, laboral y administrativa de Enrique Peña Nieto, de Aurelio Nuño y de los sectores empresariales partió de una lógica transitoria entre el capitalismo del siglo XX y el XXI, entre la sociedad disciplinaria y la de la aparente libertad y/o autonomía, entre la organización fabril y la organización gerencial de la escuela, entre la sicología negativa y la sicología positiva para imponer una mentalidad neoliberal, entre la política del biopoder y el sicopoder.
Fue una reforma contra los maestros, el régimen punitivo provocó su reacción negativa y por ello el sistema recurrió a la violencia externa, a los grupos policiacos y militares para la represión física, al control y la vigilancia de los cuerpos de los docentes en cuarteles, hoteles y otros espacios de encierro donde aplicaron los instrumentos de la evaluación estandarizada.
Por encima del convencimiento, del sentido positivo del régimen laboral excepcional y de la evaluación, estuvo la criminalización magisterial, la obligatoriedad para obedecer la ley y el castigo si no se hacía. Las y los profesores reaccionaron con miedo al despido o a la represión, con extrañeza e incertidumbre; algunos con disciplina; otros lo hicieron con indignación y rabia, al grado de poner el cuerpo para rechazar un sistema docente extraño al ámbito pedagógico y ajeno al derecho humano al trabajo.
La reforma educativa y también laboral de la Cuarta Transformación no deja de ser lesiva para los maestros, pero se impone con un nuevo sentido: el de la positividad. El exceso de positividad es característico de las sociedades neoliberales del siglo XXI, dicen Eva Illouz y Edgar Cabanas en su libro titulado Happycracia. La medición de los niveles de conformismo y de aceptación (a lo que por cierto el actual gobierno recurre de forma desmedida) se ha convertido en sustituto de análisis serios sobre el impacto de las políticas sociales; por ejemplo, con los datos felices sobre el éxito de Aprende en casa, queda la impresión de estar mejor que cuando las escuelas estaban abiertas, señala Rogelio Alonso (“Como anillo al dedo: la SEP y la pandemia”, en Educación Futura, 2/3/21).
Los ideólogos de las reformas educativas neoliberales contemporáneas comprendieron que la conciencia crítica del magisterio se anula si a los sistemas de carrera magisterial no se les presenta en su sentido negativo, ligado al castigo y al despido y, por el contrario, se plantean en sentido positivo, es decir, vinculados al mérito y al reconocimiento de los docentes. Los cuestionarios sobre el “capital emocional” en esta reforma educativa son parte de una propuesta hecha por los teóricos de la sicología positiva para diagnosticar el nivel de conformidad y de adaptabilidad de los trabajadores a la precariedad laboral: entre más felices más productivos.
La obediencia, el disciplinamiento y la obligatoriedad son sustituidos por la idea de iniciativa; tal es la ilusión que persigue la creación de la plataforma digital conocida como Proyecto Venus o Ventanilla Única de Servicios para el Sistema de Carrera de las Maestras y Maestros, en la que el docente “decide” elegir su proyecto de crecimiento personal y de autorrealización profesional, sin la mediación corruptible del sindicato y a través de una herramienta que tiene como falsa premisa la igualdad de oportunidades y la transparencia.
Por el Proyecto Venus transita lo que en realidad se esperaba: el flujo despersonalizado de la gestión del derecho a través de la digitalización de procedimientos excesivamente burocráticos y autoritarios; éstos, junto a los topes presupuestales para ampliar el universo de la promoción horizontal, por ejemplo, hacen de un primer filtro antes de poder escalar en la discriminación selectiva del mérito, que en tiempos de mercancías conceptuales del éxito se entiende como un autoproyecto de inversión económica a largo plazo al que se le debe financiar y cultivar con el patrimonio salarial propio en cursos particulares que no prometen formación pedagógica, sino capital humano para la rentabilidad de la profesión.
El problema de la crítica es que no cuestiona lo que yace de fondo en la Tiranía del mérito, dice Michael J. Sandel en su libro del mismo nombre, en este caso: que los maestros de los diferentes niveles de la educación básica y de asignaturas en secundaria son los profesionales peor pagados del país; son los únicos trabajadores sindicalizados que no tienen derecho a decidir sobre sus condiciones generales del trabajo ni a un contrato colectivo que sea velado por una representación sindical democrática; la precariedad y no los aprendizajes, igual que en la reforma de 2013, siguen siendo la ruta para la excelencia del sistema educativo.
De ahí que el resultado de la instrumentación desaseada de los nuevos procesos de carrera docente operados por la Usicamm sean la desesperación individual, la frustración en redes sociales de muchos profesores, pero no por rechazo, más bien por no poder completarlos positivamente, lo que impide que se desborde en las calles la necesidad organizada de aumento salarial y estabilidad laboral para todos. Hay por supuesto formas de organización colectiva en puerta, desde dentro y a la vez en contra, también las hay de quienes plantean tirar la reforma a la ley del sistema de carrera docente y recuperar la estabilidad laboral; en esa tónica se dio la Caravana del Sur, organizada por la CNTE.