El ascenso imparable de los contagios y fallecimientos a consecuencia del Covid-19 y la propagación nacional de la dos veces más contagiosa variante P1 del virus han colocado a Brasil en una situación trágica. El gigante pasó de mil 74 muertes diarias el 13 de febrero a mil 910 el 4 de marzo; y a 3 mil 258 anteayer, 20 días después, y contando. Con más de 12 millones de contagios y 298 mil 676 fallecidos hasta que esto escribo, es sólo superado en este indicador por Estados Unidos, con casi 123 millones de habitantes más. La tragedia fue vaticinada a fines de enero por el médico Enrique Mandetta, ex ministro de Salud echado por el presidente Jair Bolsonaro debido a su promoción de las medidas de bioseguridad, contrapuestas a la agenda política del ex militar en vísperas de las elecciones municipales.
Mandetta declaró entonces que Brasil marchaba hacia una “megaepidemia” en los próximos dos meses, causada por la diseminación de la variante amazónica, se cree que surgida en Manaos, y por la falta de controles del gobierno. Censuró el envío de cientos de pacientes de ese estado a hospitales de otras entidades. Con esta política “vamos a plantar esa cepa amazónica en todos los territorios de la federación y de aquí a 60 días podemos tener una megaepidemia”, fue su pronóstico, fatalmente cumplido ante la criminal negligencia de Bolsonaro, quien ha tenido una actitud negacionista, como su ídolo Donald Trump, desde el principio de la pandemia. Llegó a calificar la enfermedad de “gripecita”, a anunciar su final en diciembre de 2020 e incluso a presentar una petición ante el Supremo Tribunal Federal para impedir que los gobiernos regionales y municipales impusieran medidas conducentes a frenarla, desestimada por esa instancia judicial. Si no fuera por la formidable y creciente amenaza que constituye Lula da Silva para sus planes releccionistas y el severo daño que el descontrol de la pandemia está haciendo a su popularidad, Bolsonaro no habría variado su actitud hacia la vacuna, de negarse a recibirla a hacerle promoción retórica y, ayer, ante el hecho escandaloso de estar a las puertas de los 300 mil fallecidos, a farisaicamente afirmar que “la vida es primero” y constituir un comité nacional para enfrentar al virus.
Para mayor desgracia, al holocausto que sufren nuestros hermanos brasileños, particularmente los más pobres, se añade la amenaza de extensión de la nueva variante a nuestra región y al resto del mundo. Consultado por la BBC el 9 de marzo, el epidemiólogo Pedro Hallal afirmó: “21 por ciento de todas las muertes ocurridas en el mundo ayer debido al Covid-19 sucedieron en Brasil, un país que solamente tiene 2.7 por ciento de la población mundial. Entonces, esto es enorme. Brasil se está convirtiendo en una amenaza para la salud pública global”. En esa misma tesitura se pronunció Carisa Etienne, directora de la Organización Panamericana de la Salud, en declaración publicada por este diario el miércoles 24: el coronavirus continúa aumentando peligrosamente en todo Brasil, y agregó que este incremento afecta a los países vecinos: Venezuela, Bolivia y Perú, así como a Uruguay, Paraguay y Chile. Esto, unido a reportes que mencionan la llegada de la P1 a Estados Unidos y países de Europa, perfectamente explicable, considerando la gran conectividad aérea de Brasil con el resto del mundo. Una verdadera bomba de tiempo cuando aparecen señales esperanzadoras de reducción del número de contagios y muertes.
Este cuadro pone de relieve la urgente necesidad de las vacunas como solución radical que debe universalizarse mediante la solidaridad con los países pobres, con transferencia de tecnología, de modo que pueda extenderse y diversificarse su fabricación. Este es quizá el mayor problema que enfrenta el combate al Covid, pues sólo 10 estados acaparan la mayor parte del inmunizante. Mientras los países con más ingresos vacunan a una persona por segundo, la mayoría de las naciones aún no han puesto ni una sola dosis, afirma la economista venezolana Pasqualina Curcio en un artículo revelador (https://ultimasnoticias.com.ve/).
En esta coyuntura, refulge el ejemplo de Cuba, que además de enviar médicos de las brigadas Henry Reeve a combatir el Covid-19 en más de 40 países y territorios, hoy despliega cinco candidatos vacunales creados por su comunidad científica, entre ellos Soberana 02 y Abdala, en la fase 3 de ensayos clínicos con cerca de 100 mil personas, y con decenas de miles en Cuba, Irán y Venezuela en la fase de estudios controlados. La isla enfila hacia la inmunización masiva de su pueblo, que llegará entre junio y agosto a 6 millones de personas vacunadas sobre sus 11.2 millones de habitantes. El banco de vacunas del ALBA se nutrirá de fármacos cubanos, los que, además, estarán disponibles para muchos países imposibilitados de tener acceso a ellas.
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