Año de trabajo intenso, la pandemia nos encerró entre cuatro paredes. El gobierno federal dijo que no había que preocuparse, que tenía la solución mágica para que la escuela no se detuviera, que el año lectivo llegaría a buen término con todos los aprendizajes esperados y que cubriría salarios completos. El magisterio democrático vio con desconfianza las negociaciones con las televisoras y el gigante Google, pues ningún dueño de capital regala “generosamente” sus recursos; sospechó de grandes negocios ocultos por “el bien de la niñez”. Entonces tomó decisiones emancipadoras; de esas que surgen de la roca como el agua de los manantiales; de esas que se vomitan como el fuego de los volcanes; de esas que se abren paso con toda la fuerza de las semillas germinadas cuando reciben las gotas de agua generadoras de vida.
Esos docentes capitalinos visionarios sabían que la humanidad estaba en una crisis profunda y la infancia no necesitaba la tv-escuela, porque había dejado de tener significado; había incertidumbre, angustia y rabia: mamá no tenía trabajo, papá no había regresado del hospital, la abuela falleció después de la fiesta Covid y la vida era más precaria y violenta. El magisterio conocía a estudiantes y familias y sabía que la escuela podía ser una tabla de salvación.
En una irreverente rebeldía ante la autoridad, que pedía evidencias para evaluar, hicieron a un lado las guías de consejo técnico y decidieron ofrecer otra escuela, donde se hablaba de la vida cotidiana, de necesidades, temores y certezas para acompañarse en el duelo y la soledad.
Usando todos los medios posibles: cartas, correos electrónicos, WhatsApp, plataformas, audios, mensajes, hasta encuentros con sana distancia, se comunicaron y compartieron lecturas como: Cuando murió la abuela y El pájaro del alma. Vieron rostros infantiles que se iluminaban, sonreían, hablaban de recuerdos, escribían cartas a quienes no habían visto en muchos meses o habían fallecido. La clase fue por otros caminos, más allá del Aprende en Casa sobre adjetivos y adverbios.
Escucharon que niñas y niños decían que había que “apretarse el cinturón” y sugirieron cultivos en macetas y huacales, en el pedacito de tierra del patio, para que creciera el aguacate, el jitomate o el cilantro, y las casas se fueron llenando de pequeños huertos y también se compartieron los cálculos de productos más económicos y las recetas de la abuela.
Estos locos docentes, visionarios e intrépidos no tomaron en cuenta que Cazadores de microbios no está dentro de la lista de los libros de texto; sin embargo, su lectura alumbró la mente de sus jóvenes investigadores. En los grupos estudiaron las cifras de la pandemia, la geografía del contagio desigual en el mundo y comprendieron el gran problema de producir vacunas a corto plazo frente a la voracidad de las farmacéuticas. Advirtieron que el neoliberalismo capitalista financiero había desmantelado los servicios de salud porque no eran rentables.
En ese atisbo a lo que sucedió en la CDMX, yo me preguntaba qué había llevado al magisterio democrático a decidir esos innovadores caminos. Encontré que vivían la palabra “democracia”, donde la participación no deja a nadie fuera y es comunitaria. Habían escuchado muchas voces que pedían no resolver todos problemas de los “Desafíos matemáticos”, porque muchas lecciones eran complejas e incomprensibles; que no podían hacer un resumen de todos los capítulos del libro de historia porque había muchos nombres y fechas que se confundían y perdían sentido. Las voces infantiles decían que era muy cansado estar frente a una pantalla de televisión que nunca respondía sus preguntas. El magisterio escuchó porque sabe que no podía exigir democracia, equidad y justicia en la calle y dejarla ausente del aula.
Puede que otros docentes consideren que lo único importante es terminar los programas. Esperamos que despierten y observen el profundo dolor que significa ver el sillón vacío de la abuela, o la cama de la hermana, o que la ropa del tío esté inerte en un rincón. Esperamos que adviertan que miles de menores están a punto de no regresar a la escuela, porque hay necesidades apremiantes. Esperemos que retomen aliento y los busquen, los integren, les ofrezcan nuevos significados en sus vidas, porque muchos hemos vivido el nuevo sentido de la escuela como tabla salvadora de la angustia, la desesperanza, la incertidumbre de niñas, niños, jóvenes y sus familias. Es una labor histórica, que se hace hoy, porque tal vez mañana, sea demasiado tarde.
A los maestros democráticos que hicieron de su aula el espacio real de la esperanza les pedimos que documenten, graben, que sigan creando nuevas formas de enseñar y de aprender de sus alumnas y alumnos y sigan compartiendo en encuentros virtuales palabras sabias y experimentadas, que inunden las redes con maravillas pedagógicas liberadoras y creativas, porque en el aula la propuesta emancipadora y revolucionaria no es sino el equivalente dialéctico de la protesta en las calles.
Sea este un reconocimiento por la lucha pedagógica que resignificaron en marzo de 2019, en un nuevo comité ejecutivo de la sección nueve de la CNTE-SNTE y ya nunca, nunca más, va a parar, porque es el único camino para transformar la educación.