Perogrullada ineludible: la comprensión del presente exige saber del pasado con mirada honesta y desprejuiciada. De lo contrario, la meritocracia neoliberal seguirá tergiversándolo, con deliberada amnesia de casta y clase: “antes de mí, la nada; después, el olvido”.
Hoy, en Argentina, se conmemora el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, con el propósito de difundir y analizar las causas del abominable golpe cívico/eclesiástico/ militar del 24 de marzo de 1976, y el terrorismo de Estado que castigó a sus habitantes hasta la recuperación de la democracia, en octubre de 1983.
Uno de los bulos favoritos de la historiografía liberal consiste en calificar los golpes de Estado con interpretaciones que diluyen sus causas. V. gr.: las de matriz funcionalista (“dictadura versus democracia”) y las lúdicas o literarias del tipo “novela del dictador”.
Del comentario excluimos los contados ensayos militares que, en raras ocasiones, se pronunciaron contra las oligarquías y el imperialismo. Hablamos de la liturgia que del asesinato de Francisco I. Madero (1913) al golpe contra Evo Morales (2019) muestra a Washington y sus corporaciones interviniendo sistemáticamente en la desestabilización política de nuestros pueblos.
Todos los golpes anticonstitucionales de AL fueron a consecuencia de estructuras internas de explotación y dominación, y el respaldo de Estados Unidos a sus socios nativos desde la proclamación de la Doctrina Monroe, “América para los americanos” (1823). Expresión de un protoimperio en ciernes y en vísperas de la victoria militar bolivariana en las pampas de Ayacucho, que acabó con el dominio español en América (Perú, 9 de diciembre de 1824).
De Monroe a Biden, el monroísmo jamás soltó el dedo del renglón. Y los que sienten que hablamos de “mero pasado”, quedan invitados a ponderar las recientes palabras del almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur, frente al Senado: “Este hemisferio está bajo asalto. Los principios y valores democráticos que nos vinculan (sic) están siendo minados activamente por organizaciones criminales trasnacionales y el Partido Comunista de China y Rusia (sic). Estamos perdiendo nuestra ventaja de posición en este hemisferio y se requiere de acción inmediata” (sic).
Faller agregó: “Estados Unidos no puede estar seguro sin un hemisferio occidental estable y seguro […] la misión del Comando Sur es ‘mantener segura a nuestra vecindad’” ( Welcome, Biden! Trump estaba loco… ¿no?)
En el golpe argentino de 1976 predominaron, en efecto, causas internas. No obstante, fue precedido de vigorosos procesos de emancipación subregional que, finalmente, fueron aplastados por los ejércitos alineados con la doctrina seguridad nacional “made in USA”: Brasil (1964), Bolivia (1971), Uruguay y Chile (1973), giro derechista del nacionalismo revolucionario en Perú y Ecuador (1975).
Luego del horror y el desangre de varias generaciones de militantes y luchadores sociales, llegó la democracia. Una democracia que en el decenio de 1980 fracasó en romper su dependencia del FMI, y en el de 1990 monitoreó el llamado “consenso de Washington”, junto con las “cumbres iberoamericanas” convocadas por “el rey de todas las Españas”.
Resultado: incremento exponencial de la deuda externa, renovada herramienta política y geopolítica y, fundamentalmente, de chantaje ideológico: ceder recursos naturales al capital financiero internacional, a cambio de su “negociación”.
Respuesta: la revolución bolivariana (1999), el “no” al Acuerdo de Libre Comercio de “las Américas” (ALCA, 2005), y la irrupción de nuevas formas de lucha popular, protagonizadas por un abanico de movimientos sociales y populares (indigenistas, feministas, ambientalistas) y de una generación de políticos democráticos identificados con la unidad de la “patria grande” (Alba, Unasur, Petrocaribe, Celac, 2003-17).
En el contexto referido, los organismos de derechos humanos de Argentina libraron una ejemplar batalla tenaz de 38 años, empezando con el juicio y sentencia a los militares genocidas del 76 y sus cómplices civiles (1985).
Por tramos, el ánimo decayó: inconsistencias del presidente radical Raúl Alfonsín (1983-89), traición y entreguismo durante los gobiernos del peronista Carlos Menem y el radical Fernando de la Rúa (1990), y el nefando del impresentable Mauricio Macri (2015-19), quien acorde con el modelo neoliberal de 1976, recibió un país relativamente ordenado por Néstor y Cristina Fernández de Kirchner (2003-15), y en cuatro años lo dejó deliberadamente endeudado para lo que resta del siglo.
Dato no menor: a 45 años de la implantación del terrorismo de Estado, sin la insobornable actividad militante de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, la fecha que conmemoramos hoy sería, tan sólo, un pie de página en las luchas de liberación del pueblo argentino.