Vicente Rojo, grande entre los grandes de la creación y la creatividad mexicanas, nos dejó para quedarse. Pensó su “ruptura” artística como una apertura y así afirmó su magisterio de creador, hombre y ciudadano. Abrazo para su hijo y Barbarita, amigos y camaradas.
Los “brotes verdes” de la recuperación, para recordar a Obama, parecen estar… pero registros recientes apuntan a persistentes rezagos en el desempeño de los servicios y las manufacturas; las exportaciones, por su parte, se dan a querer y el sector primario, a pesar de sus dinamismos, se queda corto para “jalar” al conjunto de la economía y de la población.
Cotidianamente se impone la tristemente célebre “K”, como figura de una recuperación muy desigual; y en el gobierno no se detecta movimiento alguno hacia una reorientación política efectiva en las tendencias actuales que es precisamente lo que urge e intentan hacer muchos gobiernos, en naciones ricas y no.
Los cambios de orientación pueden ser fulgurantes, como los que impulsa el presidente Biden, o sujetos a tortuosas revisiones y negociaciones, como ocurre en la Unión Europea. También pueden partir de una bien construida opacidad pletórica de ajustes de cuentas y luchas por el poder, como ocurre en China, pero casi siempre perfilados por recomposiciones en las estrategias y las políticas al uso. Todos, o una mayoría, buscan cambiar, salvo México que, como afirmó un respetado colega italiano en reciente programa en Tv UNAM, “puede quedarse atrás”.
La sincronía del mundo de la política se ha sobrepuesto a la alcanzada por la impetuosa globalización comercial y financiera que hoy vive una pausa peligrosa vuelta ominosa por los conflictos geopolíticos. Con la pandemia y sus más que inciertos derroteros, la predominancia de la política sobre la economía se volvió necesidad imperiosa, universal: nos descubrimos muy desprotegidos y con instituciones benefactoras más frágiles.
El vuelco político en Estados Unidos es un acicate insoslayable para otros estados y con un lineamiento claro: poner la política fiscal al mando y fortalecer o reconstruir los estados de bienestar. Sin incorporarse a esos deslizamientos, se corre el peligro de, en efecto, “quedarse atrás” en la adopción de decisiones que pueden equipararse al “momento” decisivo, existencial, que fue de la Gran Depresión a la Segunda Postguerra para desembocar en la transformación capitalista que redefinió el mundo en la segunda mitad del siglo. Con todo y sus guerras frías.
En aquella época México buscó estar en las descubiertas de aquella marcha hacia el nuevo mundo de los capitalismos democráticos, cocinados en el New Deal y contra la pesadilla de Hitler y los fascismos, así como con las visiones transformativas de Roosevelt y Keynes, los demócratas radicales, los laboristas ingleses. El “pensamiento de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe)” abrevó de ésas y otras muchas experiencias filtradas por la historia de nuestro “extremo occidente”.
Por qué optar por quedarnos solos, frente a las olas de transformación del planeta, debería tener una explicación más allá del “estilo personal de gobernar” que acuñara Cossío Villegas. El talante más que conservador del Presidente no es factor causal suficiente de una política que sin embozo nos obliga a vivir peligrosamente a todos.
La victoria electoral de 2018 puede haber sido aplastante pero no explica el desplome subsiguiente de la deliberación pública y el discurso político de Estado. El susurro se impuso en la oposición y los negocios, hasta hacer del silencio o el chistorete las palancas del verbo.
Si, como se insiste, quiere forjarse un bloque transformador de la economía, la política y el Estado, lo que es vital para el que quiera ver, la palabra tiene que ser reivindicada. Más exigente habrá que ser si lo que se quiere es algo como una “izquierda democrática” que no puede reducirse al juego de las sillas donde acabó aterrizando el cambio político-electoral.
Entonces hubo más de una transición, como hace poco me dijera Porfirio Muñoz Ledo, sin que pudieran emulsionarse en una profunda reforma del Estado que diera paso a un régimen de democracia social progresivo, el puente “natural” entre la Revolución y sus veredictos históricos y las nuevas pautas del reclamo libertario y democrático esbozado en el 68.
Poco se avanzó en ese sendero que se clausuró bajo las turbulencias del cambio económico apresurado para globalizarnos cuanto antes. La 4T, con toda su furia y sonido, no está a la altura de las omisiones y confusiones de ayer; tampoco de las exigencias de la historia presente.
Poco ayuda a mirar a distancia cuando la estrategia que se sigue es la del avestruz.