La transición energética requerida debe ser ampliamente consensuada, socialmente aceptada e impulsada, de otra forma tiende a fracasar. Lo muestra la fragilidad de muchas acciones emprendidas en el mundo. Bien orientadas, pero malogradas. ¿Un ejemplo? La reforma energética del anterior gobierno, pero lo mismo puede pasar hoy. El cambio de fondo supera la perspectiva sexenal, trasciende cualquier juego de mayorías y minorías: simples, absolutas o calificadas. ¡No importa! Está de por medio el impulso de nuevos hábitos sociales, el aliento de novedosas políticas públicas, el respaldo a nuevas tecnologías.
La generosidad hacia futuras generaciones es imprescindible para desplegar una auténtica transición energética que resuelva los cuatro problemas básicos del actual balance de energía: 1) enorme dependencia de fuentes no renovables; 2) altamente ineficiente; 3) intensivo en emisiones de gases de efecto invernadero; 4) costoso y dispendioso.
Sí. Estamos urgidos –de veras que sí– de una nueva matriz energética. 1) Sustentada al máximo posible en recursos renovables; 2) lo más eficiente posible; 3) con emisión mínima de gases de efecto invernadero; 4) con peso decreciente en la factura energética familiar, comercial, industrial, agropecuaria y pública.
Sí. Se exigen nuevos hábitos, nuevas políticas, definiciones de fondo, graduales pero irreversibles. Nuevas respuestas a viejas preguntas: ¿Cómo mover y transportar personas y bienes? ¿Cómo resolver el bombeo de agua potable, aguas negras, aguas de riego agrícola? ¿Cómo satisfacer las necesidades de iluminación de hogares, oficinas, espacios públicos? ¿Cómo conservar alimentos y cubrir requerimientos de cocción, calentamiento de agua, acondicionamiento de temperatura en viviendas, oficinas y escuelas? ¿Cómo?
La lista es larga, interminable, pero las respuestas costosas y limitadas. Hoy consumimos casi 300 millones de barriles de petróleo equivalente al día, 100 millones estrictos de petróleo, el equivalente a 70 millones de gas natural y casi 80 millones de carbón. Sí, 84 por ciento es no renovable y contaminante. ¡Lamentable! Su consumo representa alrededor de 37 mil millones de toneladas de CO₂ equivalente. ¡Lamentable! Y la electricidad apenas resuelve 20 por ciento de los usos finales de energía. ¡Lamentable! Y más de 60 por ciento se genera con combustibles no renovables y contaminantes. Emite la tercera parte del CO₂ equivalente. ¡Aún más lamentable!
Por eso lo que se discute hoy en México es de extrema relevancia, requiere altura de miras, visión prospectiva y estratégica. No la tuvo el anterior gobierno ni el anterior Congreso: robaron los recursos naturales aplicables en la electricidad para aprovechamientos privados. Los señalados al final del texto aprobado y publicado en el Diario Oficial de la Federación el 29 de diciembre de 1960. Sí, hace 60 años.
“Corresponde exclusivamente a la nación generar, conducir, transformar, distribuir y abastecer energía eléctrica que tenga por objeto la prestación de servicio público. En esta materia no se otorgarán concesiones a los particulares y la nación aprovechará los bienes y recursos naturales que se requieran para dichos fines”. ¿Recursos naturales que se requieren? Sí, agua, sol y viento, entre otros. Imprescindibles hoy para electrificar el balance de energía y para descarbonizarlo en una amplia visión de futuro que, reiteremos, exige nuevos hábitos sociales, nuevas políticas públicas, nuevos impulsos tecnológicos. Nuevos tiempos.
De veras.