Entré en el salón, apreciando las flores que nos enviaba siempre nuestro empresario, Monseiur Dangou. Ruy hojeaba el periódico.
“–Qué amables son contigo en Francia –observó–. Hay que ver lo que dicen don Severo y Refilón. ¡Si te conocieran como yo, no escribirían así!
“A Ruy le encantaba bromear conmigo.
“¿Qué hacemos? –le pregunté, dejándome caer, displicente en un sillón. Sin toros no sabía vivir.
“Salimos por la mañana para Portugal –afirmó, decidido. Y diciendo así, cambió el rumbo de mi vida.
“Fin y principio. Cuando regresamos a Biarritz, después de 15 días en Portugal, él venía con nosotros, habiéndonos acompañado después a las corridas de Dax y Vic Fezensac. No me dijo su impresión y yo jamás se la pregunté.
“Un mes más tarde regresaba a África. Debíamos encontrarnos dentro de un año para casarnos. Él tenía su vida y yo muchísimos compromisos. Además, podía aceptar los que quisiera; él no me los limitó ni con la más ligera insinuación.
“Seguí toreando. La única diferencia era la ansiedad con que esperaba el correo. Si llegaba antes de la corrida, la cuadrilla se peleaba por entregarme la misiva. Ya sabían la sonrisa que se iluminaría bajo el ala de un sombrero ancho.
“Hoy tendremos buena tarde –diría El Litri, encantado.”
***
“No recuerdo haber tomado en mi vida más que una única decisión firme y disciplinada: la de verme frente a un montón de cuartillas con la intención de poner en ellas estos recuerdos. Las otras resoluciones que hayan surgido fueron fruto apenas de un ligero presentimiento. No conocí luchas íntimas. Me hice caballista en una noche ya narrada, y torera en una tarde empolvada, que también describí. Nada de lo que he realizado obedeció a proyectos ni planes. Un día dejé los toros, el público y los caballos. Tampoco puedo afirmar que fue en una tarde o fecha premeditada.
“Contaré lo que sucedió aquel día. Y para ello transcribiré unos apuntes que tomé entonces y que he guardado siempre.”
Sueño de una tarde de otoño
“No sé qué hora sería cuando me dormí…
“Era una linda tarde de octubre y era la feria de Jaén. Vestía yo mi traje campero color gris claro y perdida me encontraba en el paraíso de los sueños… en el ruedo y a caballo.
“Llenos estaban los tendidos, y alegre jaleaba la gente las bravas arrancadas del novillo colorado, que había tocado en suerte… Un par de banderillas… un galleo… otro par. Paré un momento la jaca, debajo de la presidencia y miré al toro colorado. ¡Cómo era de bonito! ¡Qué alegría y bravura derrochaba! En aquel momento me miraba fijo, meneando la cola; con la cara en alto se lamía nervioso. ¡Qué alegre me observaba! En mi sueño me pareció oírle decir:
“‘¡Bájate Conchita!... ¡Verás cómo te embisto bien! ¡Verás cómo es caliente la arena y cómo se siente el toreo en un ruedo español!’
“Miré a la presidencia. Con las espuelas toqué a la jaca. El público puesto en pie, como si hubiera escuchado lo que yo escuchara, le gritó a la presidencia:
“‘Señor presidente, déjela torear a pie’.
“¡Qué barullo se levantó entonces!
“Pero el presidente, con sombrero de calle gris –tan desentonado en una plaza de toros– y sus gestos autoritarios y secos, dijo que no y que no.
“La gente protestaba insistentemente: ‘¡Que sí, que sí!’ Mas la autoridad en medio de la algarabía de los tendidos, hizo un firme ademán negativo.
“Volviéndome con tristeza, me encontré con la mirada del novillo. ¡Qué crespita tenía la frente y qué alegre me miraba!
“‘¡Conchita, bájate, que aquí te espero! ¡Bájate, que te lo digo yo, que soy un torero español!’
“¿Cómo oía yo esas palabras? No lo comprendo, porque la confusión en la plaza era tremenda. Unos gritaban a la presidencia, otros, dando palmas, me incitaban.
“No sostuve el impulso y metiendo a la yeguita entre barreras, me bajé con gesto decidido y me arranqué las espuelas. El entusiasmo de la gente no era más que el eco de mi propio corazón.”
(Continuará) / (AAB)