Este año, cuando se cumplirá el 30 aniversario de la disolución de la Unión Soviética, invita a recordar algunos sucesos de 1991 que resultaron claves para que Rusia, el mayor heredero, tenga hoy –en lugar de un sistema socialista anquilosado y que necesitaba reformarse– un capitalismo tan benéfico para una minoría privilegiada como injusto para la mayoría de sus habitantes.
El primero de esos hechos es el referendo del 17 de marzo de 1991, en el que los soviéticos debían responder si querían conservar la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas “como una federación renovada de repúblicas soberanas e iguales, en la cual se van a respetar todos los derechos y libertades de las personas, sin importar su nacionalidad”. 76.4 por ciento dijo que sí, pero apenas nueve meses después la Unión Soviética dejó de existir.
¿Cómo fue posible? Es una pregunta cuya respuesta consta de una cadena de episodios que se precipitó a partir del propio 17 de marzo al celebrar ese mismo día la Federación Rusa –la república más importante en términos de población, extensión, economía y arsenal nuclear– otro referendo acerca de la creación del cargo de presidente de Rusia mediante votación directa, iniciativa aprobada por 71.3 por ciento de los rusos.
La lucha por el poder entre Mijail Gorbachov, que promovía un nuevo pacto federal para salvar la Unión Soviética, y Borís Yeltsin, que buscaba concentrar el mayor poder posible para relegar a segundo plano al entonces líder soviético, comenzó en 1990, cuando el Congreso de los Diputados Populares eligió al primero como presidente del país y el segundo, por medio de movilizaciones multitudinarias que meses más tarde alcanzaron en Moscú hasta medio millón de seguidores, fraguó la idea del plebiscito para dejar de ser su formal subordinado y tener las mismas facultades.
De ese modo, el 17 de marzo chocaron en Rusia dos propuestas excluyentes, aprobadas ambas por amplia mayoría, algo así como mutatis mutandis celebrar ahora el mismo día dos elecciones para presidente de Rusia, en las cuales, como ejemplo de extremos imposibles de conciliar, Vladimir Putin obtuviera 76.4 por ciento y Aleksei Navalny, 71.3 por ciento. Pero sí se pudo hacer en la Unión Soviética de 1991 y tras los referendos pronto tendría dos mandatarios en igualdad de condiciones, lo cual aceleró la agonía soviética.