Ciudad de México. Ayer murió Ernesto Mallard, escultor y pintor, después de algunas semanas de luchar contra la muerte. Aunque llegó un momento en que carecía de fuerza suficiente, insistía en ponerse de pie. Hacia las dos de la tarde del viernes ya no pudo hacer más. Murió en su casa, con su familia, en paz, a causa de un paro cardiorrespiratorio.
Mallard, como se le conocía en el mundo de las artes visuales (en el que destacó desde 1965, cuando comenzó a ganar importantes premios), estudió Arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México en la primera mitad de los años cincuenta pero, aunque tuvo un despacho en el número 72 de Florencia, en la colonia Juárez, durante la década del sesenta, y participó en algunos proyectos muy importantes —como la remodelación y ampliación del hotel Casino de la Selva, sitio referencial en la historia de Cuernavaca—, prácticamente no ejerció la carrera, porque su pasión por la escultura y la pintura fue mucho más fuerte, aunque a la vez es evidente que el tipo de pintura y escultura que eligió desarrollar no habría sido posible sin sólidos conocimientos arquitectónicos.
Ernesto Mallard Arano, nacido en Cosamaloapan, Veracruz, el 19 de mayo de 1932, fue pionero del arte cinético en nuestro país, una forma o corriente de arte que se propone crear obras con movimiento, sea por medios ópticos o mecánicos.
El cinetismo empezó a interesarle a Mallard mucho antes de que tal denominación existiera. Como le contó a James Oles en una entrevista realizada en el año 2014, con motivo de la exposición Conecta los puntos: “…desde la preparatoria tenía ya una idea. Trataron de enseñarnos que la línea era una sucesión de puntos. Yo pensaba entonces que no: para mí la línea se genera mediante un punto dinámico, un punto que se desplaza en el espacio. Y una línea que se desplaza genera el plano y del plano se va al relieve, del relieve al volumen. Y el volumen existe, lógicamente, dentro del espacio…
“Comencé a pensar en las grandes posibilidades que tenía la línea recta como tal: la línea vertical, la horizontal y todas sus inclinaciones, no sólo en el plano sino en el espacio. Una simple superposición de líneas tiene una gran capacidad para provocar algo visualmente. Es muy emotivo, al menos para mí. En ese tiempo me decía: 'Si yo lo veo y lo siento, los otros también deben poder sentirlo y valorarlo. Y ello a partir de la energía que el movimiento del espectador mismo proyecta.
Quizá la pieza que quepa considerar como cardinal en el desarrollo de esa búsqueda sea el tríptico Heliogonía II, que Mallard construyó entre 1967 y 1968 y exhibió en la Exposición Solar, presentada por el Instituto Nacional de Bellas Artes de julio a diciembre de 1968 en las galerías de la planta baja y el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes.
Heliogonía II obtuvo uno de los premios de adquisición que el INBA otorgó (desde entonces la obra forma parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno), y fue una suerte de piedra angular que definió la creación de Mallard a lo largo de la siguiente década. Carlos Pellicer, a quien Mallard conoció y frecuentó a finales de los años sesenta, calificó ésa, y otras obras similares de Mallard como “Naturacosas”, un neologismo con el que busca fundir la creatividad de la naturaleza con la creatividad humana.
Las Naturacosas, como apunta el escritor Alain-Paul Mallard —el menor de los hijos de Mallard—, albergan, bajo un domo de acrílico, estructuras tridimensionales en metal estructurado e hilo plástico regidas por una estricta geometría. El entrecruzamiento de líneas axiales y paralelas genera por superposición de planos y efecto de moiré –en función del desplazamiento del ángulo de la mirada– una cautivadora ilusión de movimiento. Se trata de obras que involucran al espectador a un nivel perceptivo, solicitando una participación activa en el acto de mirar.
En los años setenta Mallard expuso diversas series de Naturacosas en las galerías que entonces se concentraban en la Zona Rosa, como la Pecanins, la Misrachi o la Chapultepec, pero a principios de los ochenta decidió no volver a exponer en galerías y comenzó a trabajar con el propósito de emplear otros materiales —piedra, alambre, acero, hojalata— y de apartarse del circuito mercantil. Hizo esculturas monumentales que se encuentran en diversas ciudades de México y en 1992 se convirtió en miembro fundador del Simposio Internacional de Escultura en Acero Inoxidable, que hasta el día de hoy se celebra anualmente en el municipio de Tultepec, en el Estado de México, y a veces se extiende, como exposición, a Toluca.
Ni la biografía ni la obra de Mallard —que lo llevó a presentar su trabajo en países tan remotos como Irak— pueden sintetizarse en esta breve nota. Aquí sólo se informa de la desaparición de un gran artista mediante la rememoración de algunos hitos de su extensa trayectoria.