“Esto es una paradoja. Aquí hay ley y, en situaciones así, está de nuestro lado. No somos una república bananera”, dijo el líder de un país X, que ya va por sus cuartas elecciones generales en dos años (y bien podría ir a quintas: nadie tiene una mayoría). Un país que tiene dos primeros ministros, supuestamente “rotándose” o más bien haciéndose tropezar (siendo él, uno de ellos). Una nación que, a pesar de ufanarse de ser “una democracia fuerte” −incluso “la única en Medio Oriente” (sic)−, es en realidad, como dictaminó uno de sus más prestigiosos organismos de derechos humanos, “un régimen de apartheid” (hasta aquí los sueños sobre la democracia). Una nación cuya ocupación del país Y no es “temporal” ni “externa”, sino perpetua y transversal para todas sus instituciones. Y central para el imperante sistema de opresión y exclusión racial en el propio país y en los territorios ocupados. Un país que se ufana de tener “el ejército más moral del mundo” (sic), pero que en realidad ha cometido incontables masacres de civiles. Y que al final ni siquiera es un Estado, sino “un ejército con un Estado adjuntado” (véase: Haim Bresheeth-Zabner, An army like no other, Verso, 2020). Uno que está supeditado y depende totalmente en su presupuesto militar de una potencia Z, responsable, de hecho, por extender la “frontera bananera” en América Central (aunque por el peculiar carácter de esta dependencia a veces parece que la potencia está... sujetada al “apéndice”). Y finalmente uno cuya economía depende casi exclusivamente de la exportación de un solo bien: la violencia-armas y tecnologías militares (véase: Jeff Halper, War Against the People, Pluto, 2015).
No sé cómo a ustedes, pero a mí −con el permiso de O. Henry− suena bastante a una banana republic (o una de tipo “2.0”, si se quiere). Lo que no me parece, es que la palabra “paradoja” aplique para hablar del reciente fallo de la Corte Penal Internacional (CPI), que consideró que su jurisdicción abarca los territorios ocupados palestinos y se declaró competente para investigar los crímenes de guerra cometidos por Israel (país X) en Palestina (país Y), junto con acciones de Hamas. Pero si a algo sí aplica en este contexto es −¡paradójicamente! (supersic)− a la agitada reacción del propio Israel.
¿No es una paradoja que, negando su responsabilidad para vacunar a la población ocupada, Israel diga que Palestina “es soberana y ha de vacunarse solita” (invocando a los Acuerdos de Oslo, cuya implementación −¡otra paradoja!−, siempre ha estado boicoteando), pero cuando ésta hace uso de su soberanía adhiriéndose a la CPI, dice que Palestina “no es soberana” y no puede ser parte de la CPI, “por lo que la investigación no procede”?
¿No es una paradoja que B. Gantz, el mencionado político, ex jefe del ejército que bien puede acabar acusado por la CPI que persigue a individuos, no países, “tan apegado a la ley” −y que igual no ha perdido oportunidad para recordar que su país “no comete crímenes de guerra” y “su ejército es el más moral del mundo” (en sí mismo un oxímoron, por no decir... una mentira)− atacando a la CPI y negándose a rendir las cuentas ante la justicia internacional, y al ir, de paso, “liquidando” a Palestina ( The Deal of the Century), está, en efecto, liquidando el orden y el derecho internacional surgidos después de 1945?
¿O que Israel, al negar “cualquier fundamento a estas acusaciones”, actúa con apoplejía: tildando internamente a la CPI como “una amenaza estratégica”, delegando un ministro aparte para enfrentarla y cerrando las filas con EU (país Z), que − surprise, surprise− tampoco reconoce jurisdicción a la CPI e igualmente se opone a que sus soldados sean investigados por atrocidades cometidas en Afganistán (con Trump incluso levantando sanciones contra los miembros de la CPI)?
¿O qué B. Netanyahu que −ahora sí, “rotándose” en lo retórico con Gantz: “la CPI persigue a un país con un fuerte régimen democrático que santifica el estado de derecho”, etcétera− acusó a la Corte de... “antisemitismo” (sic), no tiene reparos en aliarse con herederos de verdaderos antisemitas, por ejemplo, en Austria (S. Kurz) o enlistar ayuda de Alemania o Hungría (bien sabemos que han hecho estos países...), primeros en cuestionar la jurisdicción de la CPI sobre Palestina “por no tratarse de un Estado reconocido”? ¿No era Hitler austriaco? ¿No eran buena parte de altos oficiales de la SS, arquitectos y ejecutores de la “solución final”, austriacos? ¿No gritó Eichmann −para ser preciso un étnico alemán−, antes de su ejecución en Tel Aviv la madrugada del 31 de mayo de 1962: “¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina! ¡Viva Austria!”? Tal vez sí. Aunque en la historia según Netanyahu, que ya dijo una vez que “el Holocausto fue inventado por los palestinos” (sic), seguramente gritaba: “¡Viva Palestina! ¡Viva Palau! ¡Viva Papúa Nueva Guinea!” (hablando antes de los guineos...).
Si bien en la Academia Militar israelí se enseña, por ejemplo, a Deleuze y a Guattari para... mejor dominar a los palestinos y su territorio (véase: Eyal Weizman, “Israeli Military Using Post-Structuralism as ‘Operational Theory’”, en Frieze, núm. 99, mayo, 2006), no esperemos que cada general, como Gantz, sea lingüista. La decisión de la CPI no es “una paradoja”. Muchas posturas de Israel frente a ella, sí (junto con hipocresía o negacionismo...). Es una tardía, y aún por consumarse, victoria de la justicia. Una esperanza.