Pozo Dzimpona, Tabasco. Vueltas de la vida. Andrés Manuel López Obrador volvió a su agua para abrir un pozo petrolero. A principios de 1996 encabezó una segunda vuelta de su “movimiento de resistencia civil pacífica”, con bloqueos de pozos, encarcelamientos de sus seguidores, helicópteros sobre su casa y otras linduras. El movimiento tenía dos ejes: uno, tumbar al “usurpador” Roberto Madrazo, gobernador gracias, entre otras cosas, a 70 millones de dólares ilegales en su campaña. El otro eje era sencillo y muy pegador, dada la indefensión de los pobladores frente al gigante: “No dejar que Pemex abra un pozo más en el estado si no deja beneficios a los tabasqueños y se compromete a conservar y restaurar el medio ambiente”.
Ayer, el antiguo líder opositor devenido Presidente de la República, estuvo en las cercanías de Villahermosa en un pozo que se espera gigante (entre 500 y 600 millones de barriles). El acto conmemorativo de la expropiación petrolera se llevó a cabo ahí, con la enorme torre a sus espaldas. Desde allá arriba, un grupo de trabajadores petroleros siguieron la escena, todo el tiempo a distancia, igual que dos centenares de personas que aguardaban a unos 500 metros, en la desviación del camino. Pero en lugar de bloqueo hubo porras.
El templete sugería varias lecturas. Estaban ahí varios secretarios de Estado y también, en segunda fila, el nieto del general de la expropiación que lleva su mismo nombre y es ahora coordinador de asesores del Presidente.
Al ver a Manuel Bartlett cerca del Presidente, y en primera fila, resultó difícil no recordar una larga charla sostenida con López Obrador a mediados de 1992. Habló de muchos temas, entre ellos, de los políticos de su estado –que dio figuras como Tomás Garrido Canabal y Carlos Madrazo– y las diferencias con los de otras latitudes: “El problema de los más importantes políticos de Tabasco ha sido precisamente la falta de control de la pasión que llevan dentro. En cambio, el político del altiplano es más frío, más calculador”.
La pasión, decía, “permite correr riesgos”, pero hay que equilibrar.
Y quizá en ese afán de equilibrio, y ahora en el poder, López Obrador decidió atemperar los sueños de su arranque. Antes de tomar posesión, y luego en otras ocasiones, ya en la presidencia, López Obrador sostuvo que su meta era que Petróleos Mexicanos venciera el declive de su producción. Y puso un número: 2.6 millones de barriles al día.
En un plan quizá más frío, ayer, mientras pastaban las vacas y volaban las garzas a sólo unos metros del pozo petrolero, planteó una “nueva política” que significa “no extraer más petróleo que el indispensable para cubrir la demanda de combustibles del mercado interno. En términos cuantitativos esto significa que durante todo nuestro mandato no sacaremos del subsuelo más de 2 millones de barriles diarios (…) Con esta producción moderada cumpliremos el compromiso de reponer como norma 100 por ciento de las reservas probadas”.
Y siguió, más como político del altiplano que del trópico, con un guiño a los ambientalistas y a su propia historia: “De esta forma evitaremos el uso excesivo de combustibles fósiles, seguiremos actuando de manera responsable y no se afectará la herencia de las nuevas generaciones”.
El espejo del general
Otro era el mundo, otro el país de la conmemoración expropiadora de hace un año.
Con 218 mil contagios de Covid-19, la Unión Europea cerraba sus fronteras y Donald Trump alistaba una medida similar. López Obrador mostraba, en su conferencia matutina, dos imágenes del Detente.
“Reitero que no vamos a modificar el marco legal para revocar los contratos que se entregaron a partir de la llamada reforma energética”, aseguró hace un año, un 18 de marzo que es también día del general Cárdenas.
Se ve el Presidente en el espejo de don Lázaro. En un texto que publicó en este diario, en ocasión del 50 aniversario luctuoso del Tata, describió así la estrategia “sencilla pero profunda” de Cárdenas: “primero apoyó y se ganó la confianza del pueblo; luego lo organizó y con ese respaldo popular recuperó el petróleo y otros bienes de la nación que Porfirio Díaz había entregado a particulares, principalmente extranjeros”.
Así ve el actual Presidente al nativo de Jiquilpan, aunque quizá lo que más admire de Cárdenas sea que dejó obra perdurable: “La obra de gobierno realizada por el general Cárdenas en seis años dejó una herencia tan sólida y vasta que la camarilla neoliberal y oligárquica no logró destruirla en las cuatro décadas en las que permaneció en el poder”.
¿Qué ha cambiado en estos meses en la percepción del Presidente? En el siguiente punto de la gira, López Obrador inauguró un cuartel de la Guardia Nacional en Las Choapas, Veracruz. Del tema del acto pasó a un recuento de los programas sociales, al anuncio de que pronto abrirán más de 800 sucursales del Banco del Bienestar aunque hay un atorón por la falta de cajeros, a la enumeración detallada de becados y beneficiarios del programa Sembrando Vida.
En este punto admitió tácitamente las debilidades del programa que beneficia a 400 mil productores: “Los exhorto para que aprovechen este apoyo, pequeño pero importante y que no se confíen, que, en efecto, utilicen el jornal para sembrar”.
¿Obra perdurable como la del general Cárdenas?
Apareció de nuevo el político del altiplano: “Mientras estemos no va a faltar el apoyo, pero no sabemos qué pueda suceder hacia adelante”.