Esencia del espíritu azteca en las pirámides de Teotihuacan al llegar la primavera y cargar hijos de energía libidinal. Tiempos y espacios fantásticos que no son tangibles, ni concretos, sino los de las pirámides del Sol, la Luna y la que vive otra distancia de la lógica mediterránea. La ilógica-lógica indígena presente de los que luchan por desaire del fuero y yugo que representa la “otra cultura”, ignorante de que los ritos y voces silenciosas del hondo y rancio sabor campero. Silencios que comunican dolor pasado que se siente. Hechizo mágico al ofrendar hambre y vida entre gritos, ayes. Cambio de camino en el manifestarse a partir de tiempo y espacio diferentes, singulares.
Caminantes sabedores que todos lo somos de un viaje sin regreso a un quién sabe “más allá” armónico, voluptuoso y pleno, que implica simplemente ser, perderse, como mirar el mar, el fuego o un árbol, desprenderse de sí, alejarse de lo sensible e integrarse al mundo interno en dirección contraria. Descubrir otros mundos, formas de vivir, donde dramas y tragedias, la muerte, sólo significan caminos diferentes en el viajar.
Viajes que suben a los aires en busca de resignación ante los golpes, vestidos con ropas blancas, acompañadas por tambores de metal agrio y agudo, mexicano y bravío, expresión del hambre indígena de siglos. Este año, en medio de la aglomeración y confusión ofrecieron vidas como sacrificio indígena que se repite una y otra vez.
Auténtica fiesta mexicana, religión y muerte, trotando por caminos entre las pirámides monumentales, esperando a la muerte en caminar triste y cansado. Trotecillo imperceptible que sale de la espesura y busca “él quién sabe qué”. Teotihuacan triste y callado, brava silueta que corta y se asoma cuando los caminantes registran “el paso a la otra vida” polvo de la tristeza, viento de cansancio, botín de hojas en los árboles, sombra esclava de la amargura de la raza.
Caminantes llenos de fe y emociones interiores, viajes que son preparación interior que florece lentamente la ascesis que busca libertad, anula el tiempo cronométrico, reduce el espacio mesurable al encontrar en el interior tiempos y espacios que duran y duran. Misticismo primitivo no influido por la razón, donde no existen días y noches sucesivos, ni personas ni lugares; se anula la presencia del cuerpo. Comunicación con seres prolongación del pasado, el presente y del futuro, lo opuesto que trata de integrarse a lo sistematizado, a la electrónica, a la lógica, a la omnipotencia y al delirio de grandeza.
Raza azteca laberinto de la fantasía de antiguos templos ceremoniales pletóricos de fantasmas y sombras evocadoras de leyendas que ignoran de dónde se viene y adónde se va, sin pasado ni porvenir, sabedor qué hay más allá de esas pirámides imantadas y mágicas que limitan el horizonte de su espacio cargado de perfumes y notas de armonías lejanas.