Entrevistado por una cadena de televisión, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dijo estar de acuerdo con la afirmación de que su homólogo ruso “es un asesino”, y advirtió que Vladimir Putin “pagará las consecuencias” por presuntamente tratar de socavar su candidatura en las elecciones de 2020. Biden también reveló que amenazó a Putin durante la llamada telefónica que sostuvieron en enero pasado, en la cual le habría dicho: “te conozco y me conoces; si establezco que esto ha ocurrido, prepárate”, en referencia a sucesos que no especificó.
En respuesta, Moscú llamó a consultas a su embajador en Washington, Anatoli Antonov, a fin de “analizar qué hacer y hacia dónde movernos en el contexto de la relación con Estados Unidos”. La portavoz de la cancillería rusa, María Zajarova, dijo que su país busca evitar “que la relación bilateral se degrade de modo irreversible”, y en este sentido “lo más importante es determinar cuáles pueden ser las vías para enderezar los nexos ruso-estadunidenses que atraviesan tiempos difíciles y que por culpa de Washington se encuentran prácticamente en un callejón sin salida”.
Hace menos de dos meses, la prórroga del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (Start III, por su acrónimo en inglés; con el cual Washington y Moscú se comprometen a limitar el despliegue de sus respectivos arsenales nucleares) permitió un cauto optimismo al indicar que la administración demócrata se conduciría de manera sensata en sus asuntos con la otra superpotencia atómica. Sin embargo, el exabrupto de Biden revive la bravuconería y la irresponsabilidad extrema que fueron el sello de la política exterior estadunidense en el cuatrienio del ex presidente Donald Trump.
Es entendible que desde el sensacionalismo más injustificado diversos medios y comentaristas se empeñen en difundir la especie según la cual el Kremlin intentó alterar los comicios estadunidenses de noviembre pasado, pero resulta injustificable que a estas alturas el presidente de Estados Unidos y prácticamente la totalidad de la clase política de ese país actúen en función de lo que hasta el momento permanece en el ámbito de las leyendas urbanas y que está fincado en supuesta información de inteligencia de la que no se ha presentado documento alguno.
Hace ya tres décadas que la guerra fría llegó a su fin, pero el mundo todavía vive bajo la espada de Damocles de una confrontación a gran escala Este-Oeste, por lo que atizar semejante conflicto es la acción más desafortunada e irresponsable que puedan emprender los líderes de cualquiera de los dos bandos. Cabe esperar que la Casa Blanca deponga la violencia verbal, las amenazas destempladas y la desmesura en el lenguaje y que se disponga a procesar sus diferencias con Moscú a través de los canales diplomáticos pertinentes.