Graciela Iturbide fue reconocida con el premio a la contribución excepcional a la fotografía, el más prestigioso de los Premios Mundiales Sony 2021, por su capacidad para “evocar un México impregnado de carácter, cultura y espiritualidad”.
La artista transformó el duelo en una desbandada de pájaros e inmortalizó una medusa oaxaqueña con cabellera de iguanas. En sus palabras, el acto de accionar su cámara no le produce catarsis, “sino que crea un sentimiento de comprensión hacia lo que veo, vivo y siento”.
Con el anuncio del galardón, hace una semana, se adelantó que la Organización Mundial de Fotografía inaugurará el 15 de abril una exposición virtual con 25 imágenes esenciales para descubrir más sobre su “enigmático” trabajo y se publicó una entrevista con la fotógrafa de 78 años, donde acepta que la imaginación es un elemento predominante en toda su obra.
Sus retratos en blanco y negro no han tenido alguna preparación, aparecen al momento de verlos a través de la lente y soltar el clic, poseída por una especie de estado de gracia, como el que experimentaba Giotto al plasmar sus lienzos renacentistas. Así describió esos segundos que han quedado capturados con sus cámaras analógicas.
“No preparo el retrato con antelación, la imagen aparece en el momento en que estoy con la persona a la que estoy fotografiando. Pueden suceder situaciones que ofrecen algo inesperado que me asombre. La complicidad con el personaje me ayuda a aprovechar el momento espontáneo para producir un buen resultado.”
El premio es “un gran incentivo para continuar”, respondió a la organización mundial. Dijo sentirse honrada y feliz por el reconocimiento a su labor, que ha realizado por más de medio siglo.
Sin embargo, en este año de pandemia se ha refugiado en la literatura y poesía para germinar la inspiración; también se dedica a organizar su archivo y prepara exposiciones. Ha vivido la imposibilidad de salir con su cámara para retratar la realidad que la rodea, como hizo en sus años de aprendizaje junto a Manuel Álvarez Bravo, luego viajando por el país para retratar comunidades indígenas, por ejemplo a los seris nómadas en Sonora o a las mujeres zapotecas en Juchitán, invitada por su amigo Francisco Toledo. Más tarde fueron India, Italia y Hungría, algunos de los países que han captado la mirada curiosa, preparada para el asombro.
Iturbide lamenta no poder volver a algunas comunidades debido al narcotráfico y otros peligros que hay en el país en que nació en 1942.
En las palabras que dio a la Organización Mundial de Fotografía, recordó a su maestro Álvarez Bravo: “este gran hombre me dio la libertad de ser quien soy. Por supuesto, me enseñó fotografía, pero lo que más me enseñó es a darme tiempo suficiente para hacer las cosas”.
Fue consultada sobre su interés por el cine en su juventud. En 1969 ingresó el Centro Universitarios Cinematográficos. Aunque fue la imagen fija, en blanco y negro, sobre plata gelatina a la que dedicó su vida profesional, ve muchas películas y aprende de ellas. Se siente atraída por el cine neorrealista italiano, las obras del director sueco Ingmar Bergman y Andrei Tarkovsky, “quien más me llena el alma”.