Las voces de las mujeres feministas se pierden una y otra vez en el vocinglerío. Una vez más las mujeres en la CDMX y otras ciudades se unieron para marchar con el himno de Vivir Quintana, “a cada minuto, de cada semana, nos roban amigas, nos matan hermanas…” Es exasperante y frustrante que las agendas con mil demandas de los grupos feministas, en ocasión del 8 de marzo deban reducirse a una denuncia: la violencia del machismo feminicida. Y aun así, esa denuncia es opacada por otra violencia distractora: los martillos, la varillas, la gasolina y el fuego ocultan al sistema patriarcal, fundamento de aquella violencia. “Que tiemble el Estado, los cielos, las calles…”, dice el himno. No ocurre tal cosa. El Estado responde: nunca las mujeres habían tenido tantas oportunidades, la mitad de los secretarios de Estado son mujeres…; es cierto, pero las mujeres gritaban contra los feminicidios.
La demanda al Estado para que cambien las cosas ha probado en los hechos, históricamente, ser lenta y limitada, sin faltar los retrocesos, en todo el mundo. Entre otras cosas porque los discursos feministas son muy diversos. Son necesarios más acuerdos entre ellas. Son ellas quienes deben cambiar el carácter de las instituciones, desde dentro de las mismas y desde fuera; algunos varones pueden ser apenas acompañantes. Cambiar el sistema patriarcal es una tarea más grande que cambiar el capitalismo. No puede ocurrir en un acto, sino en una acumulación de plazo indefinido. El sistema patriarcal no son sólo las instituciones, son los hombres y las mujeres que lo reproducen. Sin cambiar a mujeres y hombres, se impondrá la inercia estructural. El mismo proceso social produce a las mujeres y hombres que construyen el patriarcado.
La feminista radical estadunidense Catharine MacKinnon escribió, hace tiempo: “La fisiología de los hombres define la mayor parte de los deportes; sus necesidades de salud definen en buena medida la cobertura de los seguros; sus biografías diseñadas socialmente definen las expectativas del puesto de trabajo y las pautas de una carrera de éxito; sus perspectivas e inquietudes definen la calidad de los conocimientos; sus experiencias y obsesiones definen el mérito; su servicio militar define la ciudadanía; su presencia define la familia; su incapacidad para soportarse unos a otros… sus guerras y sus dominios… define la Historia; su imagen define a dios y sus genitales definen el sexo”. Puede tener razón en todo, pero no encuentra que esa masculinidad la producen hombres y mujeres.
Más recientemente la también estadunidense Nancy Fraser señaló la camisa de fuerza del bipartidismo en su país, y dijo: “Sin ningún otro lugar a dónde ir, los movimientos radicales pueden ejercer influencia política sólo luchando dentro de él [el Partido Demócrata] para cambiar su orientación. Eso es exactamente lo que está pasando hoy día. Los demócratas están divididos entre el ala Clinton/Obama (los “neoliberales progresistas”), y el ala Sanders/Warren/AOC [Alexia Ocasio] (los “socialistas democráticos”)… No hay duda, las feministas deben alinearse con la Izquierda en esa lucha”. Fraser entiende que la lucha feminista tiene que darse dentro de la lucha política general.
Otras voces apuntan a hechos que deberían ser señalados cada día. Rosa Montero hace una reseña del Superbowl de 2020, con la participación de Shakira y de Jennifer López en el intermedio. Escribe: “¿De verdad es necesario que dos intérpretes de esa dimensión tengan que actuar casi en pelotas a los 43 y a los 50 años, respectivamente, enseñando entrepierna y meneando caderas todo el rato en una pantomima de un calentón erótico?... Antes teníamos claro que poner a una señora ligera de ropa en posición lasciva para vender un coche, por ejemplo, era una utilización sexista, reductora y zafia de la mujer. Ahora aparecen estas dos grandes artistas teniendo que hacer lo mismo para venderse a ellas mismas, y a eso le llamamos empoderamiento. No sé en qué tramo del camino hemos perdido de tal manera el criterio…; imaginen que Julio Iglesias, por seguir con lo latino, hubiera tenido que salir a cantar a los 50 años, en lo más alto de su éxito, en purititos cueros, con correajes de látex marcando abdominales y un tanga negro hincado entre las nalgas. La imagen espeluzna bastante, ¿no es así? Y no sólo espeluzna: choca y alucina. ¿Por qué no nos choca cuando son mujeres?”
Alucina que no choque, cuando son mujeres. Lo han dicho ellas: desde la infancia las mujeres aprenden que tienen que ser bellas. Deben tener un cuerpo imperfecto porque debe ser “arreglado”. Pero la exigencia patriarcal de la belleza femenina es implacable; se asocia con prestigio social, alta autoestima, elegancia, carácter seductor… Algo con fecha de caducidad porque al envejecer termina esa belleza.
No obstante, es claro: todo eso no vale para las mujeres de los de abajo; están exentas de esa sandez burguesa y están en peor posición. Y excluidas el avance feminista es espejismo.