En el marco de las celebraciones del Día Internacional de la Mujer valen algunas reflexiones sobre su profundo sentido. Con independencia de su calificación profesional, ellas han sido discriminadas para dirigir grandes empresas o proyectos, lo mismo en el sector público que en el privado. Las razones son muchas, pero casi todas apuntan a la negativa de los hombres a admitir que las mujeres están igual y, en algunos casos, más capacitadas para desarrollar las mismas actividades que ancestralmente ellos han detentado. Es un atavismo que ha sido muy caro superar y pone al género femenino en desventaja, perpetuando un sistema meritocrático diseñado por y para los varones.
Pero las condiciones cambian a pasos agigantados. No por graciosas concesiones o decretos que establecen una paridad en ocasiones artificial, sino por una realidad aplastante. La contundencia de la igualdad entre mujeres y hombres es patente en todo tipo de actividades: industriales, financieras, educativas, científicas, deportivas, culturales, etc. Los ejemplos de liderazgo en Estados Unidos abundan: General Motors, IBM, Pepsi Cola, Hewlett Packard, el Congreso, alcaldías y gobiernos estatales, y ahora en la vicepresidencia del país. Hoy por hoy, son las mujeres las que con buen tino conducen algunos de los asuntos más trascendentes en buena parte del planeta. La historia ha sido larga y escabrosa. Uno de los ejemplos más patéticos es el secuestro de uno de los derechos más elementales de la democracia: el voto femenino. En Estados Unidos es relativamente reciente su reconocimiento y en 1920 se repararon años de esa lamentable segregación (en México, a nivel federal, fue hasta 1954). Llama la atención que, en la discusión de una de las más trascendentes decisiones de la democracia estadunidense, la abolición de la esclavitud fuera en 1865, cuando en el Congreso se insinuó, no sin sarcasmo, que el siguiente paso sería dar el voto a la mujer. Los congresistas, todos varones, se mostraron alarmados ante la posibilidad de tal “exceso”. La historia y la lucha de las sufragistas se encargaron de reparar ese sinsentido.
Pero hay un expediente que es impostergable cerrar: el abuso y maltrato en contra de la mujer, y, lo más grave, los feminicidios. El expediente sigue abierto, y mientras no contribuyamos en forma contundente a dar los pasos para cerrarlo, será un obstáculo para continuar en la creencia de que vivimos en un mundo civilizado.