“La macroeconomía se trata del dinero y del gobierno, y las relaciones entre ambos.” (Robert Skidelsky Money and Government).
Este asunto puede ejemplificarse de múltiples maneras; una de las más recientes y relevantes es la intervención en la crisis financiera de 2008 de las autoridades hacendarias y bancos centrales en los países más desarrollados; sus secuelas aún persisten. Claro que esta relación funciona cuando se inyecta dinero por la vía del gasto público y cuando se contrae con la austeridad.
Hoy estamos ante una clara manifestación del estrecho vínculo del gobierno y el dinero, y sus repercusiones macroeconómicas, desatadas por crisis económica y social en la pandemia de Covid-19; esta cumple un año y se extenderá por muchos meses más, en unos países más que en otros.
El Congreso de Estados Unidos aprobó un plan del gobierno de Biden para gastar 1.9 trillones de dólares (billones en castellano), que equivale a 8.1 por ciento del PIB. Se apoyará el ingreso de los desempleados, transferir fondos a los hogares y gobiernos estatales y financiar la vacunación.
Esta es una asignación adicional a la que se adjudicó el año pasado, en plena caída de producción, empleo y financiamiento por la pandemia. Ese gasto fue del orden de 18 por ciento del PIB. El déficit fiscal podría ser este año mayor al del anterior, estimado en 15 por ciento del PIB. Son cifras enormes, indican la magnitud del problema y repercutirán en el escenario macroeconómico de Estados Unidos. Su efecto desbordará las fronteras por la determinación de las tasas de interés de los bonos del Tesoro, un instrumento central en las pautas de inversión financiera y gestión de la deuda; también en el valor del dólar que sigue siendo la moneda de reserva privilegiada.
El carácter de este proceso es, efectivamente, macroeconómico pero su canal de transmisión es microeconómico, es decir, que su aplicación tiene que ver con los apoyos al ingreso y al gasto de las familias, a las empresas de distintos sectores y tamaños y es un elemento clave de saneamiento y posterior expansión del mercado.
El financiamiento equivale a una enorme creación de dinero y, con ello, un relevante aumento de la deuda pública. Una primera cuestión es cómo se financiará esa deuda. Incidirá en el empuje de una recuperación económica cifrada este año entre 5 y 6 por ciento; en la emisión de los bonos del tesoro que se van amortizando mientras se sirve la deuda pagando los intereses y que en buena medida se está conformando, cada vez más, en una forma de perpetuidad. Hoy, a muchos países, entre ellos la Unión Europea, Gran Bretaña y otros le conviene no cuestionar el papel del dólar como dinero mundial. Hasta China es un gran tenedor de deuda estadunidense y una fuerte depreciación del dólar sería muy costosa. Todos están en el mismo negocio. También habrá un alza de impuestos.
Esta crisis, sumada apenas unos cuantos años a la anterior de 2008 y que provocó una recesión de año y medio de duración (según el NBER), de diciembre de 2007 a junio de 2009 y dejó grandes secuelas y distorsiones, es otro cuestionamiento al papel del gobierno en la economía. El Financial Times recordó una expresión de Ronald Reagan, artífice del achicamiento del gasto público, del involucramiento del gobierno, de la desregulación de los mercados y el control sindical. Informó en agosto de 1986 que: “Las nueve palabras más terroríficas de la lengua inglesa son: “Soy del gobierno y estoy aquí para ayudar”. Cambian los tiempos y cambian las voluntades, como expresó sabiamente Luis de Camões. Una lección importante para ideólogos, economistas y, sobre todo para políticos oportunistas. Es el caso de los republicanos en ambas Cámaras del Congreso, que no emitieron un solo voto a favor de la iniciativa de Biden, aunque entre sus votantes, más de 40 por ciento aprueban la resolución presupuestal de los demócratas. En ocasiones, muchas por cierto, la principal actitud de los ciudadanos debe ser protegerse de los políticos. El gobierno tiene mucho poder en casos de crisis como este, para bien y para mal.
Este enorme gasto y el déficit que generará se expresará eventualmente en los mercados. Uno de los debates más persistentes de esta ley gira en torno a sus posibles efectos inflacionarios por la expansión de la demanda y las exigencias de la deuda. La sola expectativa de inflación es un elemento de distorsión.
La oferta está por debajo de su potencial y puede soportar un aumento sin que desate por un tiempo una fuerte presión en los precios. Lo mismo pasa con el alto nivel de desempleo, que evita una presión rápida sobre los salarios. Pero en esta materia las soluciones no son ni mucho menos inocuas y sus efectos no son neutrales, las cargas y los beneficios se asignan de manera desigual.
Lo que hay que admitir es que en situaciones como éstas, nadie tiene la estructura para intervenir de modo decisivo más que el gobierno, todos los otros agentes o bien se cubren para protegerse cuando tienen los recursos o, simplemente, no los tienen y no pueden defenderse. El proceso se irá desenvolviendo poco a poco con fricciones y debates interminables. Pero su necesidad no se discute ni entre los más conservadores. Habrá que ver cuánto puede durar.