Cada 8 de marzo, desde 1975, se conmemora el Día Internacional de la Mujer, que nos recuerda la lucha por la igualdad, el reconocimiento y el ejercicio pleno y efectivo de nuestros derechos. No obstante, uno de los grandes reclamos de los movimientos feministas tiene que ver con el “pacto patriarcal” que reproduce la hegemonía masculina, propicia barreras para que las mujeres no avancemos y solapa actitudes machistas que incluyen la violencia de género.
El ámbito de las bellas artes también acoge estas conductas. Ésta es la razón por la que inicio con la provocativa pregunta que cita Valeria López-Vela en su colaboración para el libro Pintura y ciencias penales, recientemente presentado por el Inacipe.
La respuesta al cuestionamiento del movimiento conocido como Guerrilla Girls resulta dolorosa. En el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York las obras expuestas provienen del trabajo de 5 por ciento de mujeres artistas, en contrapartida con 85 por ciento de mujeres desnudas que aparecen en los cuadros. La realidad no es diferente en otros museos del mundo.
Las fotografías de los lienzos que aparecen en el libro, coordinado, entre otros, por Gerardo Laveaga, dan cuenta del control sobre las mujeres y de las relaciones asimétricas de poder que acotan voluntades.
El dominio de los hombres se ve reflejado en Ofelia, de John Everett Millais, que pinta a una mujer que pierde su propia identidad por cumplir los caprichos del novio, padre y hermano. Únicamente la muerte la libera. Un caso similar se observa en Dánae, de Gustav Klimt, que fue encerrada por el rey Argos, su padre, temeroso de que se cumpliera una profecía que vaticinaba su muerte a manos de uno de sus nietos. Zeus, transformado en lluvia, traspasó las paredes de la habitación y encontró cobijo en el cuerpo de la doncella. El monarca vulneró la libertad sexual de su hija y dispuso de su vida y la de su nieto, pues los encerró en una caja de madera y los arrojó al mar.
El cuadro Estoy bien, de Sara Riches, ejemplifica cómo las mujeres silenciamos la violencia y la ocultamos para salvaguardar nuestra integridad. Contar con redes de apoyo y atención integral es un imperativo para muchas mujeres incapaces de romper el círculo de la violencia por temor al qué dirán, por dinero, porque no tienen a dónde ir o por codependencia.
Otros trabajos muestran la corrupción de la justicia. En Susana y los viejos, de Guercino, se pone de manifiesto cómo el cuerpo semidesnudo de Susana es espiado por dos juzgadores que le exigen tener relaciones sexuales. Ante su negativa, la amenazan con acusarla por adulterio y la condenan a morir lapidada. La escena refleja hostigamiento sexual y abuso de poder. La misma suerte corre Friné ante el Areópago, de Jean-León Gérome. Una joven hetaira es acusada por un hombre despechado. Frente al jurado, obviamente integrado por hombres, Hipérides arranca el velo que cubría a Friné y, ante tanta belleza, el tribunal, en clara decisión subjetiva, la absuelve.
Las mujeres también somos blanco de algunos ilícitos. Trata de blancas, de Joaquín Sorolla, permite apreciar a cuatro jovencitas durmiendo en un vagón bajo la supervisión de su Celestina. La prostitución forzada se naturaliza y pone ante nuestros ojos al patriarcado que se adueña del cuerpo de las mujeres y nos clasifica en buenas y malas, a pesar de que los estereotipos menoscaban la dignidad humana.
Idénticas situaciones se perciben en Locomoción capilar, de Remedios Varo, así como en los emblemáticos murales de la Suprema Corte de Justicia de la Nación La búsqueda de la justicia, de Ismael Ramos, y La justicia, de José Clemente Orozco. La primera representa el secuestro de una mujer atemorizada, mientras detectives que deambulan por el lugar parecen no darse cuenta del suceso. La segunda evoca el reclamo generalizado de justicia ante la inacción de las autoridades. Respecto de la tercera, el ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá afirma que “toda obra artística está cargada de simbolismos”, los cuales expresan creencias, vivencias e ideologías. El mural de Orozco simboliza la justicia metafísica y la justicia de los hombres. Esta última, caótica y limitada, por lo que nos dice “que debe buscarse el equilibrio a través de un sistema de justicia que trate justamente a las personas”.
Las niñas y los niños también suelen ser victimizados. El sueño, de Teresa de Balthus, generó críticas y movilizaciones por la imagen de la adolescente erotizada. Más de 12 mil firmas exigieron al Met de Nueva York que incluyera una descripción del contexto, con perspectiva de género, sobre la interpretación del cuadro. Esta petición se sitúa en 2017, de cara a movimientos que se alzan contra la violación, la pederastia y los abusos sexuales.
La discriminación es otro problema que viven las personas en situación de vulnerabilidad. Las mujeres y las niñas, especialmente. Prototipo de esta circunstancia, El problema con el que todos vivimos, de Norman Rockwell, que reproduce la discriminación por el color de la piel. Ruby Bridges, en los 70, fue excluida de una escuela primaria exclusiva para personas blancas.
No cabe duda de que es necesario cultivar el intelecto más allá de la educación formalizada. Las bellas artes permiten que aflore la sensibilidad y la creatividad. Pintura y ciencias penales es un libro fascinante que nos transporta, a través del lienzo y el pincel, a tiempos y sucesos conocidos. La historia narra lo que la pintura expresa en una melódica sinfonía de trazos y colores perfectamente orquestados.
Una diversidad de mujeres y hombres de amplio reconocimiento profesional han colaborado aportando su perspectiva del binomio arte-derecho. Especialmente, de las ciencias penales en atención a nuestra condición humana.
* Magistrada federal y académica universitaria