Cada vez hay más indicios de que Andrés Manuel López Obrador es propiamente un ciudadano del siglo XX. Su visión de México, con una impronta histórica muy profunda, está anclada en el siglo pasado. Ciertamente los problemas de México son ancestrales y no han cambiado con el siglo, la corrupción ha resistido el paso de décadas y siglos y las recetas del pasado pueden servir en el presente. Sin duda la fórmula perfecta, de ayer y hoy, es combatir la impunidad.
Es posible que su visión de México también esté, en gran medida, influenciada por el México profundo: indígena, campesino y popular, que en cierto modo quedó todavía anclada en el siglo pasado. AMLO no dejó de tener ese contacto permanente con el pueblo al llegar a Palacio Nacional. Es capaz de saludar respetuosamente a la mamá de El Chapo y no le importaron las críticas y diatribas de sus detractores. Se portó como un caballero.
Y la fórmula también le dio buenos resultados con Donald Trump, evitó a toda costa el enfrentamiento, las malas maneras y supo manejar las distancias. El manejo de la relación de Enrique Peña Nieto con Trump fue un desastre, fue humillado públicamente y lo trataron con la punta del pie. La visita de López Obrador a Washington se mantuvo en los parámetros del respeto y la dignidad. Pocos estadistas pueden arrogarse la medalla de haber sorteado dignamente la relación con este personaje.
De manera semejante, su relación con Joe Biden está anclada en los principios del pasado, en la doctrina Estrada y en la no intervención. Una receta antigua que previene cualquier tipo de injerencia extranjera y un mensaje claro: no me meto en tus asuntos, para que no te metas en los míos. Y el principio también ha funcionado en el caso de Venezuela, ha sido respetuoso de ese proceso y ha sabido mantener las distancias. Los conservadores, como dice el Presidente, no han podido asustar a los mexicanos con el coco de Maduro.
Su visión de nación sigue siendo autárquica, le parece un crimen haber desmantelado y rematado los principales activos del país, especialmente la Comisión Federal de Electricidad y Petróleos Mexicanos. Apuesta por las refinerías nacionales y no por la dependencia del gas y la gasolina de Texas, que ciertamente está al lado y es barata, pero no es mexicana. Y esta decisión lo sitúa en el siglo XX, sus críticos le achacan que no entiende la relevancia de la ecología y el impacto del cambio climático. También lo aleja de los jóvenes de la generación millenial, que nace con impronta ecológica y les choca que se corten árboles para tender las vías del Tren Maya.
A ese público joven le tiene sin cuidado la “Cartilla moral” de Alfonso Reyes, no la van a leer y menos aún les interesa que sus abuelos se la lean. La familia patriarcal es un asunto del pasado, aunque algo de eso persista en el México rural y popular. El proceso de transición demográfica en un asunto concluido según el último censo de 2020 del Inegi. La familia tradicional y numerosa, se quedó en el siglo pasado. Hay una profunda transformación y diversificación en el tipo de familias mexicanas.
Otra vuelta al pasado tiene que ver con la propuesta de López Obrador de reditar el Programa Bracero (1942-1964). Para empezar, habría que reconocer que ya existe un programa semejante, el de las visas H2, A y B, que contratan, en territorio mexicano, a unos 250 mil trabajadores todos los años. No es necesario, ni pertinente, retroceder el reloj a la segunda guerra mundial. El programa actual de visas temporales tiene vicios, problemas e irregularidades que es importante corregir y sobre las cuales habría que empezar a dialogar.
De igual modo, se han dado cambios radicales en el movimiento feminista y así como existe mayor conciencia ecológica, hay mayor conciencia sobre el cúmulo de abusos que las mujeres han sufrido a lo largo de la historia, y que ya no están dispuestas a quedarse calladas. El movimiento #MeToo ha llegado a México y tiene amplia difusión. No se trata de feministas radicales, se trata de un movimiento masivo que ha dejado atrás el mutismo y la resignación. Y en ese contexto, ya no se acepta la impunidad de personajes como Salgado Macedonio, que se excusan precisamente en la impunidad reinante en casos de abuso y acoso sexual.
Ya no es un asunto de la aplicación de la ley en términos formales, es la denuncia ante un pacto de impunidad histórico con respecto a los abusos que sufren y han sufrido las mujeres, todo esto avalado por la inoperancia del sistema judicial y la opinión pública. Es cierto que ya corrió agua y no se hicieron las denuncias en tiempo y forma, pero ese es precisamente el meollo del asunto, el pacto patriarcal, que continúa defendiendo casos como el del candidato a la gubernatura de Guerrero.
AMLO se defiende diciendo que respeta profundamente a las mujeres y que tiene un gabinete paritario, lo que sin duda es un gran avance. Pero no entiende de qué se trata el pacto patriarcal, por más que se lo expliquen.
El colmillo político de Andrés Manuel López Obrador no le da para sortear las críticas de las feministas y ecologistas del siglo XXI, debilidad que obvio aprovechan los “conservadores”, naturalmente.