A pocos cinéfilos sorprenderá que Terrence Malick, uno de los realizadores más controvertidos en el cine estadunidense actual, genere polémica con su película más reciente, Una vida oculta ( A hidden life, 2019), sobre la resistencia pacífica del austriaco Franz Jägerstätter (August Diehl), un tenaz objetor de conciencia que se negó a sumarse a la colaboración bélica de su país con las fuerzas invasoras nazis y a brindar públicamente su adhesión moral al dictador Adolfo Hitler.
Aunque el relato de Malick, basado en una historia real, no se aparta del convencional elogio de un heroismo individual frente a circunstancias sociales muy adversas, lo que incomoda a algunos espectadores, y a una parte de la crítica, es el recurso del director a una estética visual grandilocuente que ya El árbol de la vida y en To the wonder se complacía en la reiteración de un lirismo desbordado, dando, en ocasiones, claras señales de agotamiento. El gusto por la contemplación extasiada de la naturaleza y por las virtudes atemporales de la vida rural sigue todavía presente en Una vida oculta, aunque despojado ya en parte de las disquisiciones filosóficas a que suele librarse el director en tanto seguidor de Kierkegaard y discípulo directo de Heidegger.
Lo sorprendente es el regreso de Malick a una narración más convencional, sin grandes saltos temporales ni caprichosas evasiones cosmogónicas. El acento del nuevo relato se coloca más en una realidad histórica (la colaboración de una población austriaca con el fascismo alemán) que en las inercias de un misticismo trasnochado. Si bien el realizador cuenta en su filmografía con otro relato de guerra ( La delgada línea roja, 1998), basado en una novela autobiográfica de James Jones, en esta ocasión el combate no se libra ya en un frente bélico, sino en el seno de una comunidad amedentrada y humillada, y por lo mismo muy intolerante, que condena y hostiga al granjero Franz por no sumarse a la capitulación moral colectiva.
En 1938 la anexión pacífica de Austria hizo de Hitler un líder providencial de la nación vecina y de los austriacos los aliados circunstanciales de los alemanes, y en ese contexto de colaboración obligada, un objetor de conciencia como Franz se volvió un escándalo local, el recordatorio viviente del oportunismo o de la cobardía de quienes mejor se acomodaban con el nuevo orden de cosas. Renuente al reclutamiento militar y también al saludo nazi, el granjero soportará el sabotaje de su producción agrícola, el maltrato de su familia por parte de vecinos hostiles y la incomprensión de la Iglesia católica, más identificada con el poder invasor que con los temores y ansiedades de sus feligreses. Franz, un católico convencido, padece así el peso de las contradicciones de su iglesia, elige refugiarse en la añoranza bucólica de un paraíso perdido (“Siempre pensé que podíamos construir nuestros nidos en lo alto de los árboles y volar hacia las montañas como lo hacen los pájaros”) y se niega empecinadamente a aceptar las conce-siones que le propone un conciliador presidente de tribunal (Bruno Ganz) para evitar más penas en la cárcel de Tegel en Berlín o la posibilidad de una ejecución.
Una vida oculta contrasta las imágenes de una idílica armonía campestre (faenas rústicas, panorámicas de paisajes alpinos, fondo musical de Arvo Pärt o de Gorecki), con el duro material documental de El triunfo de la voluntad, Leni Riefenstahl (1934), para marcar con mayor contundencia (u obviedad) la manera en que la llegada de los nazis, en tanto fuerza del mal, habrá de perturbar la vida de la buena gente del campo. No es un azar que, en este tratamiento esquemático y maniqueo de la realidad, los austriacos se comuniquen entre ellos en inglés, aun cuando su lengua original sea la germana, mientras los malvados invasores se expresan en alemán –una necesidad comercial de la película, sin duda, pero también un sinsentido que le resta credibilidad. Del también realizador de Días de gloria ( Days of heaven, 1978), podía esperarse algo más que la hagiografía de un héroe finalmente beatificado por Benedicto XVI en 2007. Costa-Gavras presentó en Amén (2002) una crítica más dura y congruente de las contradicciones y desvaríos de la jerarquía católica frente al poder. El sometimiento de toda una colectividad a la fascinación del autoritarismo sigue siendo –ni duda cabe– un asunto de actualidad inquietante.
Una vida oculta se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 18:15 horas.