A mediados de 1967, yo había dejado en el cajón de las cosas pasadas mi oficio de fotógrafo de prensa, ejercido de 1955 a 1967. Así lo comenté a amigos y colegas que me preguntaban qué hacía en la vida al haber desaparecido del ámbito de la prensa en México.
Mi respuesta era que ahora era editor, y publicaba la revista especializada en cuestiones de mar y pesca, Técnica Pesquera, y había fundado por tal efecto la editorial Ediciones Mundo Marino SA. Así, ya no me consideraba el fotógrafo que había sido y me colgué el título de editor y director de una publicación extraña que vivió independiente y prosperó durante 20 años. Esto era cierto del todo. Cerrado el capítulo de fotógrafo asalariado, que duró 14 años, y a pesar de mis ínfulas de hacer una publicación mensual, seguía siendo el fotógrafo documentalista que había sido desde mi primera juventud, sólo que ahora no recibía una orden diaria de lo que debía hacer, sino que fotografiaba, por mi revista, toda clase de barcos, pescadores, redes, paisajes marinos, empacadoras, entrevistas con investigadores y todo aquello que podía ser útil para ilustrar la publicación.
Con mi nuevo y propio oficio no abandoné mi interés por los aconteceres del país y del mundo, y estaba suscrito al diario El Financiero, para mantenerme informado. Un día me topé con una columna en páginas interiores que se llamaba Clicks a la Distancia, firmada por José Antonio Rodríguez, que se publicaba sin falta los miércoles. Yo ya no era fotógrafo de prensa, y cualquier comentario al respecto me salía sobrando. ¡Otra mentira! Leí la primera vez un Clicks a la Distancia y desde entonces era lo primero que buscaba cuando llegaba el periódico. Puedo decir que gracias a sus clics, la foto volvió a interesarme como exploración del mundo y por él volví a ver la vida a través de una cámara.
Extraña columna la de José Antonio Rodríguez: escribía de cosas ajenas o desconocidas por la mayoría de los mexicanos. Más al fondo, sus tesis resultaban reveladoras o irritantes, en exceso culteranas. Así lo asumía en mis lecturas, pero sentía que me estaba iluminando, al mismo tiempo que yo afirmaba mis ideas sobre el fotoperiodismo, la realidad y el mundo social que nos rodea.
Me atraía su cultura libresca, mirando casi siempre hacia afuera y sus mundos desconocidos; sus citas contundentes y extrañas, su cultura fotográfica tan lejos del gremio de los inocentes fotógrafos. La labor de José Antonio Rodríguez, a pesar de excesos y antagonismos, es parte ya de la historia fotográfica mexicana. Su deceso, acaecido en la madrugada del 13 de marzo, deja una cauda de seguidores y detractores de sus ideas. Siempre polémico, audaz en sus ideas, jocoso o irritable en las discusiones, José Antonio Rodríguez deja un triste vacío del que sólo el tiempo nos dirá su dimensión. Queda su obra escrita, sus investigaciones, sus seminarios siempre concurridos y su risa que no se olvidará, cuando las discusiones sin salida en que se enfrascaba llegaban al agujero negro de las ideas.