Con sus museos y cafés cerrados, los escasos turistas en París sólo pueden visitar unas pocas iglesias y dar largos paseos, una alternativa que permite conocer la Ciudad Luz desde un punto de vista diferente al que habrían tenido antes de la pandemia.
Para Ginevra Morello, una estudiante italiana que visita la capital francesa con un amigo, esta situación le permite tachar de su lista de deseos uno de sus sueños: que la retrate uno de los muchos pintores que habitualmente se encuentran en la famosa Place du Tertre, en el artístico barrio de Montmartre.
“Antes había tanta gente que era imposible, ahora es el momento”, afirma mientras el sol se pone en la capital con el canto de fondo de los pájaros, una música imposible de escuchar hace un año por el ruido del tráfico y la multitud.
Admite que le habría encantado coronar esta ocasión tomando un café en una terraza parisina, algo imposible, ya que están cerrados desde octubre, al igual que los restaurantes.
En su lugar, los turistas se resignan a recorrer las calles, admirar la arquitectura de monumentos a los que no pueden acceder y con el tiempo justo para llegar a sus hoteles antes del toque de queda a las 6 de la tarde.
Es triste ver a tan poca gente. Se puede decir que la mayoría de los turistas son franceses de visita, afirma Paul Vida, que viene de Canadá y acaba de visitar la basílica del Sagrado Corazón.
Su estrategia es arriesgada: escoge un lugar para visitar sin preocuparse si estará abierto y se asegura estar de vuelta antes del toque de queda, “si no son 135 euros (160 dólares) de multa”.
El mes pasado los clientes extranjeros sólo representaron 4 por ciento de las reservas en los hoteles actualmente abiertos, según la asociación de profesionales del turismo de la región de París.
Eso se traduce en un descenso medio de los ingresos de los hoteles de 73 por ciento en comparación con el mismo mes del año pasado según la asociación, cifra que se eleva a 88 en el caso de los de París propiamente dichos.
Las personas que todavía están dispuestas a venir a pesar de los cierres y el toque de queda, se enfrentan al gasto adicional por tener que presentar una prueba negativa de coronavirus al entrar a Francia y normalmente al volver a casa.
A cambio, tienen la oportunidad de ver la ciudad como pocos lo harán: en 2019, antes de la crisis, París y su región atrajeron a 50 millones de visitantes, una cifra que se redujo en dos tercios el año pasado.
“¡Me siento como si fuera el dueño de París!”, dice Ivan Vdovicic, un suizo de 27 años, mientras disfruta de un café al aire libre en Trocadero con un amigo.
Afp