El clamor y la furia, la plegaria y la furia, el dolor y la furia, la batalla y la furia, todo eso canta con su sax tenor y con su voz de bajo barítono el maestro Archie Shepp. A sus 83 años, este gigante de la historia acaba de lanzar un nuevo disco que es un clamor y una victoria.
Desde el mero título es una declaración de guerra florida: Let My People Go, en esas maneras tan elegantes en que los esclavos negros tomaron el sartén por el mango cuando les impusieron religión al llegar a territorio estadunidense; en los campos de algodón, lo que los opresores creían plegarias religiosas, eran en realidad cantos de protesta y combate. La Biblia: el chirrión por el palito.
Fue así como nacieron los spirituals, esos himnos de guerra disfrazados de feligreses obedientes de los designios del amo.
En su nuevo disco, Archie Shepp se refrenda como uno de los luchadores sociales más grandes, cuyo campo de batalla es la música.
El disco Let My People Go está cimentado con dos poderosos spirituals: Sometimes I Feel Like a Motherless Child, el primero, el que abre el disco, y tres tracks adelante, Go Down Moses, entre cuyos versos figura el que da título al álbum.
Así transcurre esta batalla fenomenal: como una historia contada por el ciego Homero en la antigua Grecia, el pianista Jason Moran emite notas límbicas, como en un amanecer; sonidos de abandono sensual a lo Debussy y con esa elegancia comienza a elevar el tono para ganar en hondura: ya lo que se escucha se ha convertido en himno, y es entonces cuando suena el latigazo, la lengua de fuego que sale zumbando del sax tenor de Archie Shepp.
Lo que nace del pabellón del sax de Shepp es aullido, alarido, un gemir de bestia descomunal pero muy frágil: el llanto del ser humano.
Algo así como poner sonido al óleo de Edvard Munch, El grito: una emisión muda por completo pero que expresa la tempestad entera, el aluvión completo, la marejada salvaje que zarandea en altamar; ahora estamos en medio de un óleo de William Turner: Tormenta de nieve sobre el mar. La voz del sax tenor se quiebra, se hace aguda como la punta de un maguey, horada el techo oscuro de la noche y el alarido se escucha sobre la corteza terrestre entera.
Descomunal.
Los alcances expresivos del sax tenor de Archie Shepp adquieren dimensiones epopéyicas cuando acuesta el sax sobre el piso y acerca su rostro al micrófono para cantar: “Sometimes I feel like a motherless child”, con acentos quebrados, grietas en los versos, dejos robustos pero delicados, voz de rocas arrastradas por la furia del torrente en que se ha convertido el río, bajo nuestros pies.
Al igual que los mantras budistas, los himnos de los spirituals no tienen traducción.
Decir: “hay veces que me siento como huérfano”, que equivale a la traducción literal, no corresponde al sentido metafísico que imprime Archie Shepp al himno de origen bíblico pero de naturaleza humana, profundamente humana, y solamente tenemos aproximaciones, como en toda versión de un poema escrito en otro idioma: por momentos desfallezco, como todo humano; hay situaciones que me rebasan; de repente me siento abandonado, lejos de casa, ausente de mí, como el verso de San Juan de la Cruz: vivo sin vivir en mí, o como el poema de Rückert al que puso música Gustav Mahler: Ich bin der Welt abhanden gekommen (he perdido contacto anímico con el mundo).
La profundidad de la música de Archie Shepp alcanza de esa manera dimensiones homéricas, dylanianas (de Dylan Thomas), dantescas (no del Infierno, sino de otros pasajes de La divina comedia); hace del spiritual un ritual, una ceremonia de sanación, una catarsis, contrario a las caricaturas romantizadas que suelen hacer muchos a partir de los spirituals, que son en realidad cantos sagrados y no cancioncitas para el hit parade.
La manera de entonar los versos de los spirituals que enarbola Archie Shepp en este disco nos remiten en automático a uno de sus pares: el bajo barítono Paul Robeson (1898-1976), también un luchador social, un activista como lo es Archie Shepp, un insurrecto.
Eso son los spirituals: himnos de insurrectos, cantos de liberación personal, flechas letales dotadas de flores en la batalla de la vida.
El otro spiritual de este disco maravilloso se titula Go Down Moses y también es caballo de Troya e igualmente tiene connotaciones de lucha social.
Es muy curioso el caso de Archie Shepp: su militancia de toda la vida tiene capítulos nodales con sus pares: John Coltrane, Frank Zappa y otros músicos gigantescos con quienes ha registrado una discografía tan descomunal como fascinante. Pongo un ejemplo: el disco Looking at Bird, de 1986, es un sistema de dúos semejantes al disco que hoy nos ocupa.
Con el legendario bajista danés Niels-Henning Orsted Pedersen (1946-2005) eslabonó diálogos en torno a Bird, como conocemos cariñosamente a Charlie Parker. El título es un bonito juego de palabras, pues pareciera referir a Olivier Messiaen, ese gran observador de aves que transcribió su canto en sus partituras.
Los diálogos que sostiene Archie Shepp, de 83 años, con Jason Moran, de 46, tienen todos los elementos necesarios y suficientes para una nave de gran calado: profundidad, ligereza a pesar de sus voluminosas dimensiones, agilidad, humor, ritmo, sabor y esencia.
De los siete dúos que conforman el álbum Let My People Go (algo así como: liberen a mi gente; no se metan con mi gente; dejen en paz a los míos), dos de ellos son los spirituals aquí mencionados y el resto oscila entre piezas conocidas y composiciones originales, como el track 3, He Cares, composición del pianista Jason Moran, y creaciones, que no recreaciones, a partir de hechos consumados, como ese monumento que se llama Round Midnight, de Thelonious Monk, o bien el tema de Duke Ellington llamado Isfahan.
Hay momentos deliciosos (sometimes I feel like a blessed child) como el track 9, Jitterbug Waltz, que se mueve con gracia semejante a La Valse à mille Temps, de Jacques Brel, o la sabrosura en cuasi cámara lenta del bonus track, en cuyo nombre está el inicio del juego: Slow Drag, una meneadita en blues de arrastre lento, cadencioso, muy sensual.
Recomiendo la discografía entera de Archie Shepp, ese músico comunista, como lo identifican muchos, pero él no tiene empacho, no le preocupan los estereotipos. Lo mismo dedica discos a Malcolm X que incluye poemas y textos suyos en el audio de sus discos.
No se pierdan, además de la joya con el bajista danés que mencioné párrafos atrás, el siguiente disco: The Magic of Ju-Ju, en el que participa un ensamble de percusionistas africanos.
Al igual que sus compañeros de batalla Cecil Taylor y los compadres del Art Ensemble of Chicago, buena parte de las batallas ganadas por Archie Shepp en su carrera está su activismo con la música de África, convencido él de que toda música es un acto político, un reclamo social.
Por cierto, Archie Shepp es también dramaturgo. Se han llevado a escena muchas de sus obras de teatro, entre ellas precisamente El comunista, de 1965, y Lady Day: A Music al Tragedy, de 1972, en homenaje a Billie Holiday.
Shepp es un bien de la humanidad. Es uno de esos héroes con la humildad y generosidad que se necesitan para enseñar a los otros, compartir conocimientos y sabiduría: es el profe Shepp, con más de 30 años como profesor universitario.
Al escuchar su nuevo disco, Let My People Go, aprendemos, disfrutamos, nos emocionamos, bailamos, nos estremecemos.
He aquí una obra digna de un gigante de la historia.