Las movilizaciones del 8 de marzo en el país fueron un recordatorio de la otra pandemia que se ha profundizado con el confinamiento y la precarización de la vida causada por la crisis sanitaria: la pandemia de la violencia contra las mujeres. El debate público, que se ha desarrollado a partir de la construcción del muro de protección alrededor del Palacio Nacional y de las acciones disruptivas de los grupos feministas anarquistas durante la marcha, ha opacado el reconocimiento a otros espacios de resistencias de mujeres que no han bajado la guardia durante este año de pandemia.
Muchas de estas mujeres tienen dobles o triples frentes de lucha, resistiendo y denunciando las violencias extremas y cotidianas, pero a la vez nombrando y haciendo evidentes las violencias estructurales que las posibilitan. Estas voces nos han llevado a ampliar nuestras perspectivas en torno a la violencia de género, para reconocer que la militarización de los territorios y la destrucción de sus recursos naturales por proyectos mineros son también otras manifestaciones de la violencia contra las mujeres.
Estas violencias estructurales que afectan mayoritariamente la vida de las mujeres pobres y racializadas –muchas integrantes de los pueblos originarios– han profundizado la precarización de sus vidas. Durante el último año muchas de estas mujeres vivieron la violencia del despojo de sus territorios por megaproyectos, como el Corredor Interoceánico, el Proyecto Integral Morelos o el mal llamado Tren Maya. Desde una política de dos caras, por un lado se distribuyen recursos escasos, mediante programas focalizados contra la pobreza, al mismo tiempo que se despojan y militarizan territorios. Retomando las palabras zapatistas, podríamos decir que “para saldar la deuda de la ayuda progresista no bastaron sus tierras, sus aguas, sus culturas, sus dignidades. Deben completar con la vida de las mujeres”.
Sin embargo, ante estas múltiples violencias, las mujeres en el país se han organizado de varias maneras para confrontar las políticas de muerte que, en nombre del desarrollo, la seguridad nacional o el combate a las drogas, han violentado sus territorios, sus cuerpos y sus comunidades. A estas mujeres, que han enfrentado la pedagogía del terror de las violencias extremas, con la pedagogía del amor y la sororidad, es a quienes quisiera recordar en este texto.
A las mujeres zapatistas que durante 2020 enfrentaron y denunciaron los ataques de grupos paramilitares, que disfrazados de organizaciones productivas como la Organización Regional de Cafeticultores de Ocosingo (ORCAO), incendiaron sus centros de acopio, destruyeron sus cosechas y mantuvieron el acecho militar en sus comunidades, en los municipios autónomos de Moisés Gandhi y Lucio Cabañas. A las que nos dieron en custodia hace dos años unas lucecitas zapatistas para iluminar nuestras luchas y con quienes acordamos vivir. A ellas que han decidido cruzar el Atlántico el próximo abril, para articular luchas con mujeres de otros contextos que también enfrentan las violencias patriarcales, capitalistas y racistas (https://fb.watch/41-Dd13lk9/).
A las madres, esposas, hermanas de los desaparecidos en México, que en medio de la pandemia arriesgaron su salud y sus vidas para seguir buscando y denunciando la continuidad del dispositivo desaparecedor. Sus voces incesantes, a través de redes digitales, plantones o marchas, nos llamaron a la indignación ante la “numeralia del terror” que aumentó a 80 mil 517 personas desaparecidas, 6 mil 957 de las cuales desaparecieron durante 2020.
A las excarceladas, de la Red de Mujeres por las Justicias, que ahora en libertad se han convertido en las principales voceras de aquellas que sufren las violencias carcelarias y cuyas vidas están en peligro con la llegada del Covid-19 a las prisiones mexicanas. A todas las integrantes de la Red Feminista Anticarcelaria de América Latina, que nos han llamado a lanzar una campaña continental por la excarcelación de mujeres y grupos vulnerables (https://feministasanticarcelarias.org/) poniendo en evidencia el fracaso de los modelos penitenciarios patriarcales y racistas.
A las defensoras del territorio que, en todo el continente nos recuerdan que el modelo civilizatorio actual nos está llevando a la destrucción y a la muerte, y para quienes el respeto a la madre tierra, a los ríos, a los lagos, a la naturaleza, es una parte fundamental de la justicia de género (https://cutt.ly/9zYSzAm). A todas estas mujeres que luchan, y que han acordado vivir, es decir, resistir, las honramos en este mes de las mujeres.
* Doctora en antropología, investigadora del Ciesas