Todavía convaleciente en un hospital francés en 1950, Maurice Herzog dictó el libro Annapurna: mi primer ocho mil. Más que un relato de aventuras, parece la confesión de una revelación sobre el sentido de la vida. Aquella pirámide de hielo y piedra en el corazón de Nepal fue más que un reto, adquirió las proporciones de un ideal. “Lo que en apariencia carece de sentido, tiene a veces un significado: la justificación de un acto presidido por el desinterés”, escribió el montañista mientras se recuperaba de los estragos de la expedición, entre ellos la amputación de algunos dedos en pies y manos.
Setenta años después, la pareja de montañistas mexicanos integrada por Badía Bonilla y Mauricio López encuentra sentido en la mirada vital que desplegó Herzog acerca de la montaña y en concreto sobre el Annapurna, cima que intentarán conquistar la última semana de abril de 2021.
Este será el segundo intento en esa cumbre. En 2012 atacaron las laderas de esa pirámide monumental, pero las condiciones del clima fueron hostiles y apelaron a la prudencia, siempre por delante de cualquier meta. Sobrevivieron a dos avalanchas; una de ellas casi sepultó a Mauricio. Badía observó a metros de distancia cómo la inmensidad de nieve y piedra avanzó encima de su pareja durante un instante que parecía una eternidad.
El confinamiento, prueba larga y dura
En la primavera de 2020 todo estaba listo para intentarlo por segunda ocasión, pero la avalancha de la pandemia de Covid-19 arrastró todos los planes humanos de aquel año. Badía y Mauricio, al igual que el resto del planeta, se sometieron a la prueba larga y difícil del confinamiento.
“Nos vimos obligados a concentrarnos en tareas comunes de vida doméstica”, relata Badía; “siempre trabajamos en equipo, pero suele ser en los preparativos y durante las expediciones. Pero esta vez tenía que ser para las actividades cotidianas, cocinar, limpiar la casa. Cambiamos el escenario, pero emprendimos el reto con mucho optimismo y deseos de aprender de la convivencia”.
La montaña les enseñó a ser pacientes. Los aprendizajes de una vida consagrada al proyecto de conquistar las 14 cimas más altas del mundo, les dotaron de una disciplina física y mental con la que lograron mantener la estabilidad en el espacio limitado de su hogar, mientras afuera trascurría la zozobra de la enfermedad y el miedo.
“Era como si estuviéramos en una tienda de campaña, mientras afuera azota la tormenta y el riesgo de avalancha”, cuenta Badía con una serenidad que contagia; “adentro, uno debe conservar la estabilidad mental y estar alerta, mientras en el exterior ocurre lo que está fuera de nuestro control”.
Como todo, un año después Badía y Mauricio son distintos, pero con los mismos ideales. La misión pospuesta ha sido retomada bajo las exigencias de la realidad de hoy. No sólo es el trabajo titánico acostumbrado para planear una expedición, sino también una serie de controles y requisitos que deberán cumplir para estar de cara a la montaña.
“Ahora la misión no sólo exige los preparativos de siempre”, cuenta Mauricio; “debemos hacernos exámenes Covid para volar a Los Ángeles; de ahí viajamos hasta la región y llegaremos a Katmandú, donde nos volverán a aplicar una prueba y tendremos que guardar confinamiento estricto por una semana”
Badía agrega que además el gobierno de Nepal les exige un seguro médico por si llegan a contagiarse de Covid.
“Nosotros llevamos también un botiquín de emergencia en caso de enfermar de coronavirus, con medicamentos que pueden ayudarnos en una situación de urgencia”, anota Badía.
Cada montaña tiene su significado particular. Algunas por la exigencia técnica que las convierten en retos de gran nivel; otras, por su leyenda. Annapurna está revestido de otro simbolismo para esta pareja. No sólo es una cumbre pospuesta, la novena del proyecto de conquista de las 14 montañas de más de ocho mil metros de altura, también es la primera expedición que emprenden tras la pandemia.
“Conquistar esta montaña en la era del Covid tiene un valor simbólico diferente, es como un mensaje de esperanza”, comenta Badía.
“No hay otra aspiración. No vamos por protagonismos ni por llamar la atención, desde luego tampoco recibimos un premio material, creo que lo más importante es que puede ser una inspiración en tiempos difíciles”, agrega.
Mauricio explica que técnicamente no es una montaña muy demandante. A diferencia de otras cuyas laderas de hielo exigen escaladas complejas, a la cumbre del Annapurna se llega caminando. Sin embargo, este pico ofrece retos de otra naturaleza.
“La primera vez que intentamos la cumbre recuerdo que tuve momentos desconcertantes, porque observaba la montaña y no la descifraba”, cuenta Mauricio, quien se encarga de establecer las rutas y los planes de ascenso. Lee las montañas, el clima, y medita sobre lo observado antes de diseñar el plan de ataque.
“Analizaba las posibilidades y no encontraba la respuesta. ¿Por dónde se sube en estas laderas?”, recuerda que se preguntaba.
Más experiencia
Badía y Mauricio esta vez llegan con más experiencia al Annapurna. Hay más templanza después de un año incierto para la humanidad. El montañismo ya no sólo es un reto acumulativo sino una vida dedicada al descubrimiento y la hazaña. Algunos han descrito esta actividad como una mezcla de deporte de alto riesgo, etnografía, antropología –hay que decir que el éxito de una expedición también está relacionado con la vinculación con las etnias que habitan en las faldas de las montañas– y filosofía.
El sábado emprenden el viaje que esperan culminar con la cumbre del Annapurna a finales de abril. Esa montaña que desde la cama de un hospital Maurice Herzog describió como un ideal. “Hay otros Annapurna en la vida de cada ser humano”, escribió al final de su historia.