Destaca Questo non è un racconto (Éste no es un cuento, Adelphi, 170 páginas, 13 euros), textos para y sobre el cine, una de sus mayores pasiones, escritos entre 1958 y 1989. Un periódico publicará semanalmente 20 de sus libros hasta mayo a precios populares. Entre ellos El día de la lechuza (1961), su obra más famosa y vendida, y la que lo consolidó como escritor; Una fama incrementada por la versión cinematográfica (1968) de Damiano Damiani, que será restaurada este año, como sucedió con otros de sus libros (Todo Modo de Elio Petri y Cadaveri eccellenti, de Francesco Rosi, ambos de 1976).
Otra publicación fresca es Dalle parti di Sciascia (editorial Zolfo, 280 páginas, 18 euros), de Salvatore Picone y Gigi Restivo. Es una topografía de los lugares de Sciascia en Racalmuto, su tierra de origen, recorriéndola a partir de la casa convertida hace poco en museo, gracias a Pippo Di Falco, originariamente de sus tías y luego suya, donde creció y escribió sus primeras obras.
Sciascia fue un autor prolífico. Su obra temprana es la menos conocida. Comenzó escribiendo en periódicos locales en 1945, y cinco años después publicó su primer libro. A Las parroquias de Regalpetra (1956), que marcó el inicio de su fama, le seguirían 44 libros más hasta su última novela, Una historia sencilla (1989), que escribió en el hospital y luego fue convertida en película por Emidio Greco en 1991. Muerte del inquisidor (1964) fue quizá la novela que él más amó.
Más que narrador, testigo
Sciascia es descrito como escritor político, el primero en desenmascarar las tramas de la mafia siciliana y su implicación con el Estado, la Iglesia y la sociedad burguesa que calificó de “parasitaria”. Un fenómeno que observó desde la realidad siciliana, pero aplicable al resto del país, en una mezcla entre reportaje e imaginación.
Nacido en Racalmuto, pueblo remoto de Sicilia, en la provincia de Agrigento, rodeado por almendros, naranjos y viñas, sobre un manto de minas de azufre y de sal. Fue este el espacio geográfico y sentimental donde construyó su obra prolífica, escrita con un estilo seco y directo.
Sciascia fue escritor, periodista y polemista inclasificable, un intelectual libre, buscador insaciable de la verdad, amante de la contradicción, adverso al dogmatismo. Fue un hereje que exploró todos los géneros literarios, incluso el ensayo de arte. Para él, la escritura no era un oropel, sino “un instrumento de conocimiento, de lucha, de redención y un arma contra la injusticia”.
Señaló en una ocasión que los seis aspectos más significativos de su vida habían sido: “la tierra, el pan, el misterio, las mujeres, la justicia y la ley”. Aunque a la mujer no la incluyó en su obra más que marginal o negativamente, como subrayó la entrevista a Franca Leosini en 1974, en la revista Espresso. El escritor ahí declaró, polémicamente, que la sociedad siciliana estaba regida por un encubierto y dañino matriarcado, ya que la mujer “siempre ha aconsejado cobardía, prudencia, oportunismo e interés individual, al que el hombre ha siempre obedecido”.
De manera significativa, Sciascia, quien provenía de la pequeña burguesía, creció en un ambiente femenino, rodeado principalmente por su madre y sus tías, quienes vivían encerradas en casa, pero recibían gente que les informaba de los acontecimientos del pueblo que él escuchaba con atención: “Veía desfilar bajo mi microscopio todas las pasiones, los dramas familiares, la intimidad de los demás. Me quedó una insaciable curiosidad por los mínimos aspectos de la vida. Fue así que me volví escritor” (Entrevista de Marcelle Padovani, “La Sicilia como metáfora”, 1979).
De las historias del pueblo se seguirá alimentando después en el Circolo Unione, club social popular donde se reunían hombres de todas las clases y colores políticos. Fueron episodios que recuerdan como “antes que narrador, Sciascia fue un testigo”, como afirmó su hija Anna María recientemente. Sus recuerdos y vivencias directas como empleado del consorcio agrario primero y después como maestro de escuela, lo pusieron en contacto directo con la pobreza de la gente y sus problemas.
En su tierra descubrió además el cine, a algunos de sus héroes empezando por su coterráneo y padre literario Luigi Pirandello (a quien dedica tres libros), así como a Alessandro Manzoni. Pero ahí se nutre también de literatura universal, empezando por Voltaire, quien se volvió su modelo filosófico. A los iluministas y simbolistas franceses, a los escritores de América, a Stendhal, que adoró (contaba con más de 200 libros del autor francés y le dedicó un libro). Sciascia que por cierto, admiró y conoció a Jorge Luis Borges, moviéndose entre lo local y lo universal. Residió en Palermo, Milán, Roma y París, ciudad que amaba, aunque en la Noce (nuez), en las afueras de Racalmuto, escribía febrilmente cada verano.