Vallas devenidas lienzos. Caravanas, marchas, tendederos con fotos de agresores sexuales, foros. El accionar de las mujeres con motivo de la conmemoración del 8 de marzo y su permanente insistencia en la memoria de las víctimas y el cese de toda forma de violencia contra ellas, a veces razonable, a veces razonablemente irrazonable, llenó este 8 de marzo.
Pero hay otros aspectos del accionar de las mujeres que deben visibilizarse y valorarse. Ciertamente, no obedecen a la explosión de indignación, ni a la justa rabia expresada en momentos claves, sino al trabajo paciente, a la labor cotidiana que va construyendo nuevos haceres, nuevos pensares, nuevos saberes, nuevas maneras de relacionarse, que va gestando nuevos mundos.
Ante la embestida del cambio climático y la inseguridad alimentaria, muchos grupos de mujeres a lo largo de toda América Latina han encontrado en la agroecología la manera de ampliar los cuidados de las personas de su familia, al cuidado de la naturaleza. A la vez que aseguran alimentos sanos y suficientes realizan prácticas de preservación del agua, del suelo, de los bosques, de las plantas silvestres. Buscan maneras justas y sustentables de gestionar sus territorios y de romper modelos de dominación. Llevan a cabo lo que la Vía Campesina señala: “La soberanía alimentaria supone nuevas relaciones sociales libres de opresión y desigualdad entre hombres y mujeres, pueblos, grupos raciales, clases sociales y generaciones”. Desde la Patagonia fría, donde recogen plantas, hasta la sierra de Oaxaca, donde construyen la gobernanza de los bosques, pasando por los sistemas agroecológicos de producción de alimentos en los valles de Bolivia, así van resolviendo la negación de la vida que hacen la agricultura y la economía capitalistas (https://www.uv.mx/personal/jmercon/ files/2018/11/Agroecologia-en-Femenino-2018.pdf).
Las diferentes formas de economía social y solidaria tienen sus principales protagonistas en las mujeres: simples amas de casa se convierten en promotoras, cajeras itinerantes, funcionarias, directivas, auditoras de cajas populares de ahorro. En las cooperativas de consumo, los saberes femeninos de la buena administración doméstica se trasplantan a la comunidad; las tiendas son surtidas con los criterios de nutrición que las mujeres manejan en sus hogares; abundan los productos elaborados por ellas mismas, localmente producidos, sanos, de acuerdo con sus tradiciones culturales. En la producción cooperativa también ensayan nuevos caminos, ya no se conforman con ser artesanas, ahora piden que se les capacite como carpinteras industriales, fontaneras, mecánicas automotrices, conductoras de taxis. Con estas acciones cuestionan críticamente al sistema tradicional empresarial monopólico, expoliador, de matriz patriarcal, que concentra la riqueza y reproduce sin fin la pobreza.
Cuidar es curar. Ante los altos precios y los efectos no deseados, y la dependencia provocada por la medicina convencional, las mujeres van en la punta de las medicinas alternativas. Son mayoría las que se preparan y cultivan la herbolaria, la aromaterapia, la microdosis. Se van al monte y recolectan plantas, confeccionan tinturas, pomadas y jabones. Su trabajo y sus productos las empoderan y buscan liberar a sus familias del dominio de los laboratorios trasnacionales.
Curan también las heridas del alma. Sus colectivos acompañan a sus congéneres víctimas de las violencias, desde el mismo momento de la denuncia, brindan asistencia sicológica y jurídica. Forman en la resiliencia al punto de que muchas de ellas de víctimas devienen sujetas, activistas por la igualdad y contra la trata, las desapariciones, los feminicidios.
Son buscadoras con impaciente paciencia. Si bien la mayoría de las personas desaparecidas son hombres y jóvenes, la mayoría de los colectivos de búsqueda de personas son mujeres: madres, esposas, hijas. Recorren campos, desiertos, reconocen restos con la esperanza/desesperanza de que sean de sus seres queridos. Cuestionan a fiscalías y policías. Se hacen compañeras y hermanas de otras iguales que ellas, partícipes de un dolor que no ve su fin.
Todos estos y otros procesos, todas estas acciones van gestando una nueva sociedad, de verdadero poder comunitario y no de dominación. Como diría Hannah Arendt, ejercicios horizontales, de encuentro y de debate. Son experiencias de economía popular y de producción comunitaria, de organización popular; son “movimientos, experiencias de solidaridad que crecen desde abajo, desde el subsuelo del planeta”, como menciona el Encuentro Mundial de Movimientos Sociales. Y como les dice a los participantes de este encuentro el Papa Francisco: “Son sembradores de cambio, promotores de un proceso en el que confluyen millones de acciones grandes y pequeñas encadenadas creativamente, como en una poesía. En este sentido son ‘poetas sociales’”.
Poetisas, más bien, porque la radicalidad creadora, cuidadora, en estos días no se escribe en masculino ni desde la cúpula de los poderes, se construye con los sonetos y los endecasílabos que con su actuar generoso, democrático y utópico nos regalan todos los días las mujeres de todo el planeta, desde abajo, desde ellas.
Estas mujeres, parafraseando a nuestro admirado Enrique González Rojo, no son un árbol al que acaecen las flores, son un árbol, muchos árboles, que deciden flores.