Isela Vega, quien no se quedará como una leyenda, sino como una hermosa realidad, un espíritu libre, soberano, franco y pleno de bondad, partió anteayer a los 81 años.
Diseñadora de ropa, modelo, actriz, guionista, productora, directora, transgresora, libertaria, Isela Vega, figura en las artes, el activismo sociopolítico y el entretenimiento de nuestro país, forjó una trayectoria de más de 60 años.
En realidad, no hay epítetos suficientes para calificarla. Cualquiera se queda corto, porque ella dejó de ser una figura cultural, para convertirse en un divino bien social. Un personaje admirado en la vida de este país de unas décadas atrás a la actualidad. Claro, con el papel protagónico, en una película de vida en la que sus diálogos se modificarían a su santa voluntad.
Isela no era una persona libre, sino la libertad en persona. Se rebeló contra el conservadurismo, contra la mochez; fue llamada símbolo sexual, y mucha gente consideraba que “no tenía moral”.
“Yo soy artista, no tengo límite. Yo no tengo moral: mi moral es no hacerle daño a nadie; la moral me parece una limitación. Si la tuviera me limitaría en todos mis actos, sobre todo en el trabajo”, afirmó alguna vez.
Debut en Estados Unidos
Fue una destacada actriz; de las primeras en interpretar papeles lésbicos y en apoyar a la comunidad LGBT+, la primera latina que posó desnuda para Playboy, en 1974. Ese mismo año hizo su debut en el cine estadunidense con la cinta The Deadly Trackers. Además, se le recuerda mucho por apoyar a Andrés Manuel López Obrador desde la denuncia de fraude electoral, en 2006.
Fue una mujer a quien le gustaba ser vista en el teatro, en el cine, en revistas o en cualquier escenario, ya fuera el que adaptó siendo niña en el camión de redilas de su papá, en su natal Sonora, o en el político, dando su apoyo a la causa más justa y social.
Fue una actriz que, si quería, podía cambiar los diálogos. Le sacaba la vuelta “a la cursilería, a la gazmoñería, a la hipocresía hasta donde puedo y trato de que mis parlamentos digan algo, porque me importa que la gente me crea”, aseguraba. Y lo hacía fuera del proscenio y del set, como contó en una entrevista con Elena Poniatowska.
Si lo deseaba, podía cuestionar, incluso a Dios. “De niña nadie me callaba, me daban de nalgadas y yo seguía discutiendo de religión. A los ocho años decidí que ya no quería ir a misa. Mi mamá era muy mocha, pero mis tías eran aún más mochas y me rociaron con agua bendita... el día que decidí ya no ir a misa fue un escándalo, yo discutía acerca de la existencia de Dios y me callaban a bofetadas”.
Insistía en negar que fuera un símbolo sexual, porque ella era “la libertad en el sexo, una actitud ante el sexo. Por ejemplo, en las películas que he filmado, y que son bastante malas, pero no por mi culpa, yo como personaje cambio los diálogos, arreglo mi papel, porque me importa que la gente me crea”. Y Poniatowska le preguntó: “¿Y cómo te ha respondido el público?”. A lo que ella contestó: “Mis películas son las más taquilleras, mija”.
Tenía el alma desnuda
Mucho se le destacó porque mostraba su cuerpo desnudo, en el tablado en el plató o en la caracterización. No, Isela nunca usó ropa, porque desnuda el alma tenía. Todos le preguntaban que “por qué le gustaba andar en cueros (en sus personajes)”. Ella contestaba con otra pregunta: “Por qué andan vestidos”.
Era una persona que nunca calló. Hereje y libertaria, una furia. Cosía ropa –estudió diseño en Estados Unidos–, aunque más bien hilvanaba con los hilos más transparentes, su vida de franqueza y armonía. Era un personaje de verdad.
Isela se va, pero se queda más como un tatuaje y representación de libertad. Todos y todas lamentaron la pérdida. Las instituciones de la cultura en México no se quedaron atrás. No es fácil olvidar seis décadas de amor por el arte, y por lo que consideró ser visto y hablado.
Si alguien vive la experiencia de actuar en unas 150 películas “haciendo escenas, secuencias, inventando, estudiando, es que te has pasado la mitad de la vida en la ficción”, decía.
A Isela Vega la espera su amigo Juan Gabriel, donde sea que esté, con cantos de mariachi. Ella comentaba que “cantaba mal, pero cantaba fuerte”.
La actriz, oriunda de Hermosillo, destacó en el cine nacional. Su última aparición en la pantalla grande fue en la película Cindy la regia y en la pantalla chica en La casa de las flores. Su hijo, Arturo Vázquez, contó ayer que iba a filmar, que iba a participar en la nueva producción de Alejandro González Iñárritu.
Ganó cinco premios Ariel, que otorga la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas: a mejor actriz por La viuda negra, de Arturo Ripstein; en tres ocasiones a mejor actriz de reparto por La ley de Herodes, Fuera del cielo y Las horas contigo. En 2017 recibió el de Oro en reconocimiento a su trayectoria.
Entre su extensa filmografía también están Las pirañas aman en cuaresma, El festín de la loba, El Santo Oficio, La primavera de los escorpiones, El llanto de la tortuga, Los inadaptados, Arráncame la vida, Salvajes, Las mujeres de Jeremías, Muñecas de medianoche, Celestina y Las Pecadoras. Su primera oportunidad en televisión fue en 1959, como modelo del programa Max Factor Hollywood.
En teatro debutó en la comedia Una viuda y sus millones, de Alfonso Anaya.
Isela Vega se fue, “con la misma entereza, las mismas agallas, la misma capacidad de enfrentarse a las multitudes como lo hacía en el (teatro) Fru-Frú cuando cantaba, bailaba y se desnudaba frente a un público enloquecido”, como la describió Poniatowska.
Otra faceta
En sus últimos años destacó como activista. Cuenta Poniatowska que ya había comenzado su lucha política en Los Ángeles cuando decidió unirse a Cuauhtémoc Cárdenas y se volvió perredista. En 2005, cuando pretendían el desafuero a López Obrador, ella filmó un documental: entrevistó a los vecinos a los que les parecía cosa de locos acusar al entonces jefe de Gobierno. También se sentó a ayunar con otros perredistas frente a la sede del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, de playera, pantalón de algodón y cabello suelto.
En 2006 también gritó: “Voto por voto, casilla por casilla”, y siguió gritando como la doña Lupe de La Ley de Herodes, asida a los barrotes de la puerta del tribunal. Apoyó a AMLO hasta el final.
Se presentó también en Bellas Artes como miembro destacado de la Comisión de Cultura durante los días del plantón, fue a la Cámara de Diputados a decirles sus verdades, y cuando una señora la increpó llamándola terrorista, ella respondió: “No hay cosa peor en esta vida que una pinche vieja pobre defendiendo a los ricos”.
Isela Vega no dejaba el amor de lado. “No hay que confundir el amor con la calentura”, expresó en estas páginas al reportero Arturo Cruz. “No hay que tomar todo en serio. A veces creemos que son trapazos amorosos y les vamos poniendo etiquetas, pero no hemos racionalizado que era pura calentura, puro amor físico, carnal... A mí me hubiera encantado que me dijeran: ‘tú cada mes vas a caer perdidamente enamorada de alguien, pero no”.
Sostuvo que “amar es un asunto básico en la vida... Después de nacer, amar... diría yo (...) Amar es lo primero que uno aprende; amas la carita de tu mamá cuando te amamanta. Es la primera persona que ves”. Después, “llegamos a la etapa del amar con pasión, con sexo”.