“Cuando estaba en la secundaria hacía mis primeros borradores. ‘¿Qué haces?’, preguntó mi madre. ‘Poesía’. ‘Largo camino te espera’, dijo, ‘largo camino’”.
Tal dice Rubén Rivera, guasavense nacido en 1962 y recientemente reconocido con el Premio Aguascalientes por Sendero de suicidas, que participó en el certamen bajo el seudónimo William Marwood, nombre que en verdad llevó un zapatero y clemente verdugo, coleccionista de dogales.
Rivera empezó a escribir influido por su hermano siete años mayor, Román García, lector formado y ya poeta cuando Rubén empezó. Fue él quien en plática compartida sobre Maiakovsky, Storni y otros, sugirió el emprendimiento del trabajo, un trabajo, concuerda el autor, nacido desde el fondo de la necesidad, no para los aplausos: “La poesía va más allá de cualquier premio”.
Los nombres elegidos, poetas todos –la mayoría del pasado siglo, bien que de muy diversas partes del mundo–, dejan su testimonio antes de la partida para, en palabras del sinaloense, integrarse por propia voluntad al universo, a la naturaleza. “Es un homenaje”.
Hacer el libro, que un año reposó antes de enviarse a concurso, “fue todo un viaje”, aunque distinto de otros.
“Todos mis libros son como viajes”. En otro caso, “tomé la ruta de Antonin Artaud y me fui hacia los tarahumaras, agarré la ruta que agarró”. Al fuego de la panga (son 10 los volúmenes de poesía firmados por Rivera), el viaje fue la convivencia con pescadores en varios puertos y en la pesca. Trabaja ahora en la escritura un recorrido por zonas de la cultura wixárika, y tiene publicado otro sobre o desde el mundo yoreme, Juya Annia (el Mundo del Monte o de la Naturaleza). Es también fotógrafo.
Leo hacia el final de la introducción: “…un suicida sabe que su vida es pólvora, filo mellado, aspereza de soga y vértigo de beleño, un suicida no piensa en las flores que la pólvora le pondrá en la sien… un verdadero suicida está enamorado de la vida, la vida de los que no lo aman y quizá ni en el mundo lo hacen, los más perfectos suicidas son aquellos que aman la vida y se matan para no desperdiciarla en un mundo tan vulgar y mediocre que adora las flores de plástico, la presunción del éxito que da el dinero y el arte colgado en las bóvedas de los millonarios, ah y la impostura de la poesía escrita por aquellos que nunca se matarían por defender la verdadera poesía y su pureza”.