La ciudad de París ofrece al caminante un abanico de paseos al gusto. Hay quienes gozan viendo vitrinas. Si se prefieren las antigüedades –muebles, cuadros, tapices–, el colec-cionista o simple espectador puede recrearse con los escaparates de la rue des Saints-Pères. Si el paseante es un amoroso de la pintura, tomará las calles de Beaux-Arts o de Bonaparte. Para contemplar vajillas de porcelana y fina cristalería, puede recorrer la de Paradis. Hay quienes, para divagar a la vez por las calles y la imaginación, recordando personajes desaparecidos, buscan las placas que indican el nombre del escritor, el músico, la actriz, el matemático, las fechas de nacimiento y muerte, los años que residieron en ese sitio. De algunos de ellos sólo queda la placa. Las de Oscar Wilde y Jorge Luis Borges se encuentran a cada lado de la puerta del hotel de Beaux-Arts. Las placas de Baudelaire ocupan varias paredes de la pintoresca Ile-Saint-Louis: el autor de Les fleurs du mal erraba de un domicilio a otro como un caminante vagabundea. De Víctor Hugo y Balzac quedan más que simples placas y siguen ocupando sus residencias convertidas en museos, el primero en la calle Raynouard, el segundo en la hermosa place des Vosges.
Hay también paseantes que prefieren caminar al azar de los encuentros, sin meta y sin las penas de la búsqueda. Turista extraviado en el laberinto parisiense. Caminante ensimismado o simplemente distraído. Al tomar la discreta calle de Verneuil, con sus altos edificios silenciosos, uno y otro se verán sorprendidos por un largo muro que aúlla secretos, de un solo piso, pintarrajeado de grafitis coloreados, selva de frases donde no cabe una letra más. Declaraciones de amor y fanática pasión hacia quien habitó y murió en esa casa: el autor y compositor Serge Gainsbourg (1928-1991). Desde su muerte, un 2 de marzo, la casa permanece cerrada, al parecer al abandono. La vegetación invade un patio de entrada y se cuela por una parte de la reja hacia la calle.
Los homenajes al músico, quien deseaba ser pintor, se han sucedido estos días para conmemorar los 30 años de su desaparición. Su hija Charlotte, propietaria de la casa, ha decidido abrirla al público, convertida en una especie de museo donde no se moverá nada de lo que ahí quedó. La visita no incluirá la recámara ni su estudio.
Hijo de un pianista y una cantante de ópera, ambos judíos rusos inmigrantes, Serge ejercerá diversos oficios cuando joven, el principal de ellos: cantante-pianista de bar. En esa época conoce a Boris Vian, quien lo compara a Cole Porter. Serge admira las canciones de Vian, con sus textos provocadores, graciosos y cínicos. Pero los inicios en escena de Gainsbourg son duros a causa de su miedo a ser rechazado y a la convicción de ser feo. Para ocultar su fealdad, la exagerará con el mentón sin rasurar, el desaliño de su pelo, la ebriedad en sus palabras y gestos, el eterno cigarrillo entre los labios. Y tratará de hacer olvidar su fealdad con el cortejo de las hermosas mujeres que seduce y a quienes ofrece sus inolvidables canciones. A Juliette Greco dedicará La Javanaise, composición tierna y amorosa, irónica y escéptica, donde canta: Nous nous aimions le temps d’une chanson. Provocador innato, escandalizará con Je t’aime… moi non plus, interpretada con Brigitte Bardot, a quien la dedica y donde ambos imitan los quejidos del coito.
Serge Gainsbourg es tan idolatrado como aversión inspira. Sus escándalos se convierten en principio de vida… y manera de hacerse publicidad. Poner La Marsellesa a ritmo de reggae es profanación para unos, patriotismo plural para otros. Compone Lemon Incest, juego de palabras entre “incesto de limón” y zeste de citron, “cascarilla de limón”, para su hija Charlotte de 13 años. Se filma en la cama con ella en camiseta y calzoncillos, él con el torso desnudo. La bella y la bestia.
Salud a Gainsbourg, el magnífico trovador poeta con alma de pirata.