La historia de México, muy especialmente la de sus sectores excluidos, ha sido la de llevar siempre la peor parte. La guerra de Independencia fue impulsada por líderes favorables a los sectores superexplotados, especialmente en favor de abolir la esclavitud, pero las mayorías no estuvieron involucradas en esos procesos. Fueron ejércitos populares y realistas en pugna: un enfrentamiento delimitado socialmente, en el que el grueso de los excluidos permaneció sin participación consciente, sin pelear por la apropiación de un futuro construido por y para ellos mismos. Tres siglos hasta entonces de brutalidad en su contra, no podían ser revertidos sin un largo periodo de recuperación y crecimiento. Los Tratados de Córdoba fueron firmados por un español criollo, Agustín de Iturbide, y uno peninsular: Juan de O’Donojú.
Ciertamente el Acta de Independencia no se explica sin la lucha de Vicente Guerrero, pero tampoco se explica sin el peso decisivo de los intereses de los españoles criollos, que terminaron por leer convenientemente para ellos la coyuntura abierta por la invasión de Napoleón a España.
Después de 1821 todo fue inestabilidad política entre élites, centralistas y federalistas, que fueron configurándose como liberales y conservadores. Algunos de ellos salieron de la mayoría de los de abajo, pero ello no cancela el hecho: una inestabilidad entre élites. Esos enfrentamientos tenían escasísima relación con las necesidades reales de los excluidos. No hablo de las proclamas de las cúpulas de las élites, sino de la marcha de los hechos para los de abajo. Había una nación nacida sietemesina o cincomesina. Su debilidad en el marco internacional no podía ser más aguda. Estados Unidos (EU) nos arrebató en 1846-48 más de la mitad del territorio, con un garnucho militar. Los de abajo estaban muy lejos de sentirse mexicanos.
En medio de la barahúnda llegamos a la Constitución de 1857 y las posteriores Leyes de Reforma, sólo para que quedaran rápidamente congeladas, debido principalmente a la invasión de 1861-62 por España, Inglaterra y Francia. Intereses externos y cupulares jugaron en la retirada de España e Inglaterra. La Guerra de Secesión en EU pesó en esa coyuntura, pero México no pudo evitar la derrota frente a Francia; tampoco aguantar el ridículo plan monárquico para México ideado por Napoleón con el archiduque Maximiliano. La complicada orografía mexicana jugó en contra de los invasores, pero también la oposición de EU a una monarquía mexicana. Fue restaurada una república en ruinas en 1867; los de abajo quedaron debajo de las ruinas.
La puesta en marcha de las Leyes de Reforma estimuló la actividad económica. Pero los liberales querían una buena y nueva colonización por europeos. Con los de abajo nada podía hacerse, concluyeron. Llegaron algunos nuevos colonos, pero la inmensa mayoría de los emigrantes prefirieron continuar trasladándose hacia EU o, al menos, hacia Argentina. La desamortización de los bienes del clero incluyó la de los de bienes comunales, por decisión liberal, lo que se traduciría a la postre en un nuevo latifundismo. Todo contra los de abajo.
Si la Revolución Mexicana tuvo una dimensión agraria, esa nació del favor que los reformadores liberales pergeñaron contra los de abajo. Villa y Zapata fueron políticamente derrotados y los de abajo fueron excluidos; más temprano que tarde la reforma agraria encontró un conveniente callejón sin salida para los de arriba. El surgimiento del EZLN es apenas explicable: nace de los polvos de aquellos lodos.
A partir del gobierno de Alemán, todo fue profundizar la exclusión. Fueron repartidos suelos de aridez, de infertilidad, de malpaís, hasta que no se repartió nada; con Salinas, además, se intentó una nueva privatización de los bienes comunales, auxiliado en lo que fuere su voluntad con las pestilentes negras artes de Fernández de Cevallos. Con los gobiernos neoliberales se echaron más menoscabos a la desgracia, como la des-sindicalización. Y la desigualdad se fue a su culmen. Los de abajo acaban de entrar ahora a su tercera centuria de vida independiente.
Si un día ha de volver la izquierda socialista, las luchas económicas y políticas de los excluidos, incluida la contienda electoral, tendrían que empatarse con un esfuerzo definitivo de organización de los excluidos como clase. Los de abajo están abajo porque hay unos arriba. Éstos, desde 2018 pugnan cada día por regresar a los privilegios políticos corruptos que los enriquecieron como nunca bajo el régimen neoliberal, para seguir operando una acumulación de capital caníbal.
A la vista están las elecciones intermedias. Los partidos al servicio del capital nacional e internacional, PRI, PAN, PRD, MC, y los de nuevas siglas con los mismos viejos timadores, que porfían sin desmayo en el mismo proyecto excluyente, deben ser cabalmente derrotados. Los de abajo son mayoría y pueden hacerlo, pero es indispensable que asuman que esos partidos son sus enemigos absolutos y buscan mantenerlos uncidos al yugo.