El sol cae como plomo en el ejido Casablanca. La tierra, blanca y reseca, parece talco. No hay forma de escapar en aquellas tierras zacatecanas del sopor infernal. Pero a los campesinos parece no preocuparles. De pie, en semicírculo ante los oradores, protegidos por sus sombreros, escuchan atentos la explicación de Enrique González Rojo sobre el funcionamiento del sistema capitalista.
Es 1982. Los labriegos del municipio de Guadalupe que participan en la reunión trabajan en colectivo las tierras que tomaron de los terratenientes con el Frente Popular de Zacatecas. Son parte de un movimiento que ocupó miles de hectáreas de latifundios simulados en localidades del estado. La reunión en que participan es una escuela de cuadros. El poeta González Rojo es uno de los maestros.
Pese al bochorno y el polvo, Enrique viste un elegante traje de tres piezas. Ni siquiera se quita el chaleco. Apenas y limpia con un pañuelo blanco el sudor que llena su rostro. Los ejidatarios, mineros y profesores que escuchan no pierden una palabra de su exposición. Profesor durante toda su vida, sus explicaciones aclaran con precisión los conceptos claves que dan cuenta de la explotación del hombre por el hombre. Los alumnos asienten con el rostro al escucharlo.
Doce años después, la noche del 8 de agosto de 1994, a mil 650 de kilómetros de distancia de Casablanca, en Guadalupe Tepeyac, Chiapas, invitado por el EZLN a participar en la Convención Nacional Democrática (CND), ataviado en plena selva con su pulcra indumentaria de siempre, una tromba empapa a Enrique de pies a cabeza. Mojado, se suma a la presidencia colectiva del naciente organismo.
Nada inusual hay en esos viajes del maestro. “No he venido al mundo –decía– sólo a poetizar y a filosofar, sino a coadyuvar, no sólo al mejoramiento de la situación social, sino a su radical transformación. Soy partidario, no del socialismo autoritario y falaz, sino de un socialismo autogestivo, profundamente democrático.”
Anhelando poseer el infinito, su vida transcurre y se entremezcla entre poesía, filosofía, política revolucionaria, docencia, música y lectura. Sin embargo, vuelve una y otra vez a la tierra, al tomar conciencia de los límites.
Enrique sale del seno familiar para entregarse de lleno a los brazos de la ideología y la militancia comunista. En 1954 lo sacude el golpe de Estado contra Jacobo Arbenz en Guatemala. Poco después, ingresa al Partido Comunista. Tiene 27 años de edad. Descubre entonces que no sólo existen los problemas del poder, sino también los de la enajenación.
En el partido se encuentra con su tercer padre, José Revueltas (https://bit.ly/3sZybd3). El duranguense transforma a los miembros de su célula, la Carlos Marx. Les enseña la historia de la lucha de clases en México. Les cuenta su paso por el Socorro Rojo y sus continuos encarcelamientos. Siembra la semilla del marxismo crítico.
El movimiento ferrocarrilero lo marca de por vida. Desde Difusión Cultural de la UNAM, donde era secretario, ayuda con la impresión de panfletos en los que convoca a los estudiantes a apoyar la huelga vallejista. En represalia, la policía lo detiene junto a Eduardo Lizalde. Liberados al día siguiente, lo llama Henrique González Casanova para comunicarle un recado que el presidente López Mateos le había dado al rector Nabor Carrillo: “Dígale a Enriquito, cuyo padre fue amigo mío, que me parece muy bien que se dedique a la política... pero no a esa política”.
Entre 1959 y 1982 (año en el que se integra a la Organización de Izquierda Revolucionaria-Línea de Masas), González Rojo milita en distintas agrupaciones espartaquistas, desde la Liga Leninista Espartaco (LLE) hasta Espartaquismo Integral-Revolución Articulada (EIRA).
Como sintetiza el autor de La larga marcha en múltiples ensayos, tres son las tesis fundamentales de esta corriente: 1) No se puede destruir el capitalismo sin un partido de la clase obrera; 2) en México no existe ese partido. El PCM es históricamente irreal, y 3) la tarea central de los socialistas en México debe ser luchar por la creación de dicho partido.
Añade la tesis de que el socialismo no se reduce a realizar una mera “revolución económica” que destruya la propiedad privada de los medios de producción y deje en pie y reproduzca otras desigualdades y contradicciones. Se requiere, además, pugnar por un proceso que articule a la revolución económica con las revoluciones cultural, sexual y antiautoritaria.
Convencido de que, si el socialismo no es democrático, no es socialismo, el poeta reivindica en los últimos años de su vida una visión autogestionaria de la política. Entiende por ello que los ciudadanos, en agrupaciones estables o efímeras, tomen en sus manos la solución de sus problemas. Que no esperen el consejo, sugerencia u orden de los “de arriba” para actuar. Que luchen por su mayoría de edad política.
Más allá de su apasionante proyecto literario, el cronista de los gerundios acompaña su visión de la transformación política con una radical y original teoría filosófica, que le permite elaborar un horizonte de cambios sustantivos y visualizar la emancipación social.
Como le “recomendó” López Mateos, “Enriquito” se dedicó a la política, pero no a la que el mandatario quería. Por el contrario, González Rojo, que de no haber sido él habría deseado ser una mezcla de “Marx, Bakunin y Freud”, fue, toda su vida, un insumiso.
Twitter: @lhan55