El temido Día Internacional de la Mujer fluyó en México sin incidentes notablemente mayores o distintos a lo previsible, según lo reportado oficialmente a la hora de cerrar esta columna (a las 20 horas).
Violencia hubo, gasolina y fuego contra mujeres policías, detenciones policiacas arbitrarias, encapsulamiento de manifestantes (lo cual hizo recordar lo sucedido el día de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto en 2012), uso de gases disuasivos, derribamiento de vallas metálicas e incluso alarma por la presencia de presuntos francotiradores en lo alto de Palacio Nacional, que, luego se explicó, activaban rifles para descontrolar y anular el vuelo de drones sobre la sede del poder presidencial.
Pero, a fin de cuentas, no se produjo ningún acto mayúsculo de violencia política, en el contexto de lo que se ha vivido en ocasiones anteriores y lo cual no significa que no hubiera reprobables actos de violencia cometidos desde ambos bandos. Es decir, la búsqueda de sangre relacionada con lo político no se produjo, como temía Palacio Nacional.
En términos relativos, la movilización feminista de este lunes se mantuvo en el rango de peligro o violencia de otras ocasiones, e incluso podría decirse que las acciones de mujeres en protesta fue menor, en términos proporcionales, al abanico de posibilidades que el gobierno federal les regaló con la provocadora instalación de vallas metálicas para proteger Palacio Nacional.
Un primer saldo positivo para las manifestantes consiste en la reiteración (nunca suficiente) de las condiciones estructurales que son adversas para las mujeres mexicanas, sobre todo, pero no solamente, en el terreno de la atención justiciera de casos de abusos sexuales. En la capital del país y en otras ciudades las movilizaciones abonaron, por encima del estruendo circunstancial, a la fijación en la conciencia colectiva de la necesidad de políticas públicas que realmente atiendan las demandas de las mujeres en general.
Podría decirse que para el gobierno obradorista fue un triunfo el salir sin graves aprietos de esta cita de calendario. Pero el problema de fondo se mantiene y sus síntomas volverán a expresarse en público cuando haya otra coyuntura adecuada. En todo caso, el Presidente de la República ha ganado tiempo para replantear su visión y relación respecto al movimiento feminista que no va a ceder ni menguar.
La batalla del 8-M permitió, además, identificar al segmento de las élites mediáticas y empresariales que de manera súbita se han convertido a un feminismo que antes repelían con obsesión. Opinantes, comentaristas, columnistas y periodistas con espacio para sus puntos de vista, e incluso directores o dueños de grandes medios convencionales de comunicación, conversos fugazmente a la causa feminista e incluso casi promotores de la violencia política, de la insurrección ciudadana ante el “autoritarismo” y la “dictadura”.
Ese activismo de élites provisionalmente feministas no aterriza ni embona en el horizontal actuar de los grupos e individualidades que se manifiestan en el campo real de combate político y físico como lo hicieron ayer tantas mujeres. Desde luego, hay otro segmento de ciudadanos que de manera legítima se opone a las movilizaciones feministas y así se expresan en las redes sociodigitales. Pero, frente a estas franjas cívicas antiobradoristas por convicción, resalta la orquestación de opiniones y declaraciones de la élite y sus principales empleados, en la faena de confundir, enfangar y polarizar.
Astillas: Decenas de policías terminaron cuidando anoche el domicilio particular de Andrés Roemer, el ex diplomático y conductor de programas de televisión y director de La Ciudad de las Ideas. Para evitar previsibles agresiones a ese inmueble, donde se habrían cometido abusos sexuales de diversa graduación, el propio Roemer hizo levantar una especie de muro que manifestantes ya habían tumbado ayer mismo… ¡hasta mañana!
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