Mientras haya niños habrá payasos, decía Cepillín, personaje que por medio de la música, el circo, la televisión y el espectáculo permaneció en el gusto de al menos tres generaciones.
No había fiesta infantil en México donde no se escucharan sus canciones. Con 27 discos, más de mil emisiones de televisión, películas y shows, el espigado payasito era una especie en peligro de extinción, ya que a lo largo de su carrera fue emisor de mensajes para los niños, terreno en el que las semillas que sembró germinaron y florecieron en buenas personas. Era un promotor absoluto de la inocencia, porque hablaba como adulto, pero cantaba como niño.
Contó que se había pintado la cara por primera vez en una facultad de odontología en Nuevo León, en una campaña dirigida al cuidado de los dientes de los niños. Eso devino su primer empleo en la televisión de Monterrey, donde estuvo años hasta que en 1977 fue contratado por Televisa para hacer El show de Cepillín, híbrida emisión entre educativa y cómica que permaneció al aire tres años y se transmitió en 18 países de Latinoamérica. Continuó con otros programas.
Ricardo González, Cepillín, falleció ayer. Tenía 75 años. La noticia la dio a conocer su hijo Ricardo González Jr. Había estado hospitalizado por un accidente que requirió una cirugía de espalda que derivó en complicaciones. Estaba intubado y en terapia intensiva por neumonía e insuficiencia cardiaca. Su familia dio a conocer que le habían detectado cáncer y, finalmente, informó el deceso.
“Soy de verdad”
Hasta hace poco, Cepillín se maquillaba con la misma pasión que la primera vez, porque “ser payaso es lo máximo. Además, la Iglesia lo acepta y los doctores lo recomiendan”, comentó en una charla en la redacción de La Jornada, donde más de uno se tomó con él la foto del recuerdo.
Esa vez, compartió que él existiría “como leyenda, porque soy de verdad…” Comentó que era “famoso”, pero que no vivía del ayer; “el niño de esta generación apenas me está conociendo, porque lo que se hace en televisión en la actualidad es un degenere; hay majadería, ofensa”.
Cepillín o Ricardo González era lo mismo, pintado o despintado. Un humano conocido por todos y por todos respetado. “No soy el mejor payaso, pero sí el que más se ha fregado (trabajado). No hay nadie que diga que he dejado de hacer un espectáculo así esté enfermo. Nadie podrá decir que me contrató y no fui”, afirmaba.
En el corazón del público
Teatros cerrados y al aire libre, plazas, circos, programas de televisión, hasta foros como el del Madison Square Garden en Nueva York, lo presentaron. Pero más que esa trayectoria de casi 50 años, lo que más le satisfacía era quedarse en el corazón de la gente.
“Lo único que no aceptaría –refería– es que me consideraran un mito, porque eso sería que soy como una mentira. Una leyenda, sí, por lo que sé que es una responsabilidad”.
Fue famoso, pero era de las personas que no vivían del ayer. Insistía “que el niño de esta generación apenas lo conocía por la Internet (donde actualmente tenía un canal en YoutTube y Facebook, en el que se presentaba junto con sus hijos Franky y Cepi), “pero el que me conoce y se la raja por mí, es el papá, es el abuelo... Que me consideren como efigie, es para mí como ganar un Óscar, un Emmy o un Ariel. Es un piropo”.
En años recientes, a Ricardo González le había ido como en feria. Y no precisamente como en “la de Cepillín”. Por esas malas rachas, podría haber estado tan extraviado como la chinita que se perdió en un bosque de la China, o viviendo con tanta rapidez como Pancho López, el de la canción de Lalo Guerrero que el payasito popularizó en uno de sus discos.
“Me dio un infarto que me hizo frenar. También se cayó parte de mi casa y te desmoralizas. Luego de que me había ido como en feria, todo mundo me decía: ‘pídele a Dios’. Comprendí que hay gente más necesitada que yo y me pregunté: ‘por qué voy a molestarlo’. Sin embargo, una persona me reiteró que le gustaba que lo molestaran. Me aventé el tiro y le dije: ‘Señor, ya no puedo’.”
¿Cree que la popularidad puede hacer perder el humanismo? Le preguntó este diario en esa ocasión.
Respondió: “Mientras vas al baño y haces lo mismo que todos, eres normal. Aunque hubo una vez, que hasta en un baño público, un mesero metió por abajo de la puerta una hoja para que le diera un autógrafo. Los únicos momentos en que no puedo entregarme al ciento por ciento es cuando estoy comiendo o en el baño”.
Comentaba que no tenía la respuesta del por qué salió de Televisa, donde se hizo muy popular. “Habrá que preguntarle a la gente del medio... don Emilio Azcárraga ya murió. Qué pasó, no sé. En mi vida nunca me metí con la mujer de alguien. Nadie podrá decir: ‘yo me acosté con él, excepto mi esposa’”.
No le gustaba despintarse
Ricardo González aseguraba que a Cepillín le gusta pintarse, pero despintarse le caía gordo. “A veces llegaba a casa y no tenía tiempo de despintarme, incluso hice el amor con mi esposa pintado, porque llegas y sobre el muerto las coronas... Ella terminaba como mapache”.
Conocía muchas anécdotas de sus seguidores. Relató que una ocasión un señor en Mérida le dijo que él había sido la razón de que no se suicidara. El hombre iba a estrellarse con su carro, cuando de pronto vio un anuncio del circo de Cepillín y, como de niño fue seguidor del personaje, se retractó. Como ésa, tiene miles de anécdotas... Sin embargo, admitió que “a mis hijos les faltó el amor que di a muchas personas. A mi madre la estaban velando y yo, grabando. Uno tiene que aguantarse. En mi caso había veces que fumaba y si me veían, llegaban a preguntarse: ¿Cepillín fuma? Yo decía: ‘Soy un señor normal y no creo que se deba romper el encanto’”.
Además de sus shows y discos, como El payasito de la tele, Un día con mamá, Vamos a la escuela y En el bosque de la China, con populares piezas como Las mañanitas y La feria de Cepillín, actuó en películas como Milagro en el circo (1979) y Las guerreras del amor (1989).
Cepillín hizo de todo. Bueno, “creo que lo he hecho todo... bueno, me falta subirme al Challenger (nave espacial de la NASA) y tirarme de La Quebrada (en Acapulco)”.