Desde hace varios días, en diferentes ámbitos, se comentó con miedo la llegada del 8 de marzo.
El asunto se platicaba lo mismo entre hombres como entre mujeres, y el acuerdo de todos y todas era alejarse de los lugares por donde fueran a pasar aquellas que utilizan el día y todos los agravios hacia el género para atacar lo que encuentren a su paso, lo mismo la puerta de un negocio que el cuerpo de una mujer policía.
Para la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, el uso de la fuerza para impedir actos de verdadera barbarie no es un método aceptable y lanzó llamados a la razón de las milicias femeninas para que sus protestas, cualesquiera que éstas fueran, las realizaran sin violencia, al amparo del diálogo y la paz.
A todo el mundo le queda claro que este gobierno, el de la ciudad y el federal, se niegan a usar la fuerza policiaca para contener, o repeler, los ataques en su contra y en contra de la ciudadanía, aunque los daños materiales y los que se causan a la autoridad sean cada vez más graves; decisiones, eso sí, que marcan muy profundas diferencias con el actuar gubernamental en otros tiempos.
En eso, no nos cabe duda, el gobierno no puede estar equivocado, pero cada vez se hace más necesario hallar la forma de evitar la siembra del miedo que año con año recorre la calles del centro de la ciudad.
Ya es hora de saber quiénes son y de dónde salen las y los que pretenden impunidad cubriéndose el rostro. Y no se trata de ir a la represión, se trata de anular, no necesariamente con detenciones o fuerza, a quienes se expresan por medio de la violencia.
Podría ser que se pudieran dar soluciones personalizadas. Hablar con cada una de ellas, buscar diálogos que permitan dar respuesta a las diversas demandas, lograría poner fin al 8M de miedo para pasar a la conmemoración que exige equidad, freno a los crímenes y solución a todas las injusticias que se han ejercido en contra de las mujeres.
Hallar quién financia, quién manipula, es una exigencia que además debería partir de las mujeres y de todos. Quienes violentan traicionan porque anulan la razón y entonces las manifestaciones legítimas terminan en la irritación momentánea y la anécdota, cuando más.
Las voces que no se escucharon en el Zócalo y que tienen grandes motivos para levantarse sufrieron la violencia de las que pusieron miedo al evento; y son muchas, tal vez más de las que sí llegaron a la plancha, las que saben que sus exigencias se ahogaron entre la explosión de petardos y los gritos de rabia.
Por todos los ámbitos de la ciudad, lo mismo en los partidos políticos que en los tribunales de justicia, e inclusive entre los legisladores que abren el camino a la creación de un cuerpo policiaco que atenderá los asuntos de la violencia de género, se establecieron nuevas formas de respeto y de búsqueda de la igualdad, y para ello no se requirió de las violentas vestidas de negro.
De pasadita
Cuestión de dejar pasar un poco de tiempo y mirar resultados. Decimos esto porque fueron los mismos de siempre, los que miraban en la reunión Biden-López Obrador un fracaso, los más escandalosos advertían un rompimiento con graves consecuencias para el gobierno actual.
Nada sucedió, por el contrario, según nos comentan los puentes de colaboración entre los dos mandatarios se han tendido con solidez y se espera que por ahí transiten acuerdos muy benéficos, sobre todo para México. Lo que sí quedó muy claro es que una vez más los profetas del desastre fracasaron.