Palenque, Chis., Fue el discurso más breve de la gira. El presidente Andrés Manuel López Obrador visitó la zona arqueológica de Palenque para inaugurar –en el Museo de sitio que lleva el nombre del arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier– el pabellón dedicado a un personaje singular que cogobernó en el siglo séptimo, cuya tumba fue hallada en 1994. Los restos tratados con cinabrio (sulfuro de mercurio) en el entierro le dieron nombre provisional, aunque ahora se sabe el verdadero: igual siguió siendo la Reina Roja.
Por la mañana, el mandatario había grabado, en su cercana finca de nombre La Chingada, un video en el que siguió el debate en torno al cerco metálico al Palacio Nacional y las protestas de este lunes.
Luego, llegó al museo en compañía de funcionarios del sector y, en su breve mensaje, se refirió al interés que Palenque despertó en personajes que van de Justo Sierra a Graham Greene, pasando por el Che Guevara. “Aquí escribe un poema”.
El Presidente celebró: “Aquí está, pues, la Reina Roja en su sitio, gobernando, mandando, porque hay hombres y mujeres que no se mueren, nada más cierran los ojos y se quedan velando y siguen gobernando con su ejemplo”.
En un salón anexo, la prensa seguía el acto. Ahí mismo lo atendían funcionarios del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que fueron invitados y luego, por decisión de la ayudantía presidencial, dejados fuera del salón principal.
–¿Qué no son los anfitriones?
–Pues sí... Pero así es la cosa en estos tiempos –dijo uno de ellos.
Un olor a naftalina invadió el salón con la pieza oratoria del gobernador de Chiapas, Rutilio Escandón, quien pasó rápido de la grandeza de los mayas a elogiar el “paso gigante” del Presidente: “Ahora sí estamos viviendo una verdadera democracia”.
La mañana, desde el flanco de los discursos, la salvó el director del INAH, Diego Prieto, quien hizo un detallado retrato hablando de la tumba, de su importancia arqueológica y se dio tiempo de jugar con el clima, pues la Reina Roja remite a una deidad acuática: “Debe estar un poco contenta, porque toda la noche llovió, toda la noche la señora saludó este evento”.
En 1994, cuando se realizó el hallazgo, la entonces directora del INAH, Teresa Franco, fue informada con esta frase: “¡Un tumbón de pocas tuercas!” El arqueólogo Arnoldo González, quien rindió ese informe, se encargó este día de guiar al Presidente y sus acompañantes por el recién inaugurado espacio.
Imposible reproducir en este espacio la detallada descripción que Diego Prieto hizo de la tumba. Baste decir que incluía “un canal que permite a la difunta abandonar su cuerpo e iniciar su viaje al inframundo”.
Alejandra Frausto, secretaria de Cultura federal, presente en la ceremonia, publicó poco después en sus redes sociales: “El hallazgo de la Reina Roja en 1994 corroboró el estatus de igualdad entre los mayas, sin distinción de género, donde las mujeres también gobernaron”.
En rigor, según los especialistas, una tumba de una mujer gobernante era excepción y de ahí el interés que despertó el hallazgo.
Siguió Frausto: “La Reina Roja será inspiración y símbolo para las mujeres mayas de hoy y para todas las mujeres de México: soberanas de su pensamiento, de su palabra, de su comunidad, de su familia, soberanas de su cuerpo”.
Acomodar piezas de la historia al presente y sus encendidos debates tiene sus riesgos. Hace unos años, Sergio Ramírez, escritor y ex vicepresidente de Nicaragua, visitó Palenque y se entusiasmó con la historia de la gobernante maya sepultada en el año 672 de nuestra era.
Los restos que dieron lugar al pabellón inaugurado ayer, nos informaba Ramírez, pertenecieron a la esposa del rey Pakal, El Grande.
“El hecho de que una mujer mereciera un sarcófago resulta extraño a los cánones de la cultura maya, pero eso explica más bien el gran poder que tuvo. Los esposos gobernaron juntos porque Pakal le cedió parte sustancial de sus atributos de mando. Ambos eran temidos por sus súbditos, sobre todo ella por sus atributos de hechicera...”
Con el correr de los años, los expertos determinaron que la Reina Roja llevó el nombre de Tz’akbu Ajaw, es decir, “Señora de las Sucesiones”.