Las expectativas de crecimiento económico del Banco de México son alentadoras. De concretarse, hablarían de la mucha capacidad de aguante de negocios y trabajadores, prestadores de servicios y empleados en general; también del potencial acumulado en el claustro para retomar las prácticas individuales y de grupo que solemos identificar como económicas.
Es posible señalar fenómenos estadísticos y de otra índole que podrían poner entre paréntesis una celebración anticipada; lo cual, por cierto, no expresaría intenciones aviesas o conjuras por parte de quien lo hiciera, pero no es necesario por ahora. El dato relevante es que parece haber vida después del encierro y que millones de mexicanos se disponen a regresar al trabajo o a buscar uno con la confianza de que podrán encontrarlo.
Lo que no puede dejar de anotarse es la caída de la inversión en diciembre, respecto del mes anterior y en términos anuales. Según el Inegi, la inversión se redujo 2.1 por ciento entre noviembre y diciembre de 2020 y en comparación anual diciembre-diciembre lo hizo 12.9 por ciento, con caídas notorias en la construcción (-14.2 por ciento) y maquinaria y equipo (-11.5 por ciento).
Esto plantea un reto mayor: con un comportamiento de la inversión como el anotado, las perspectivas abiertas por Banxico dependerán en medida mayor de las exportaciones y las remesas, dado el lento avance del consumo privado y de la masa salarial. Variables sobre las cuales el país tiene poco o nulo control y eso hace aún más azaroso el futuro económico nacional.
Con todo, ante las buenas perspectivas ofrecidas por el banco central es crucial mirar al empleo y, más en general, al mundo del trabajo, donde se anclan ilusiones y esperanzas, por ahora distorsionadas por la dura y cruel verdad de la precariedad laboral, el subempleo, el desempleo y la inocupación o abandono de la población económicamente activa por el simple y terrible hecho de que ya no se quiere buscar ocupación. Estas categorías constituyen el duro piso de la tragedia social de México donde, además, se tejen muchas historias y experiencias plagadas de decepción y rencor social. Están con nosotros y no pueden ser borradas, sin más, de nuestros panoramas cercanos.
¿Cómo darle sentido a un cuadro heterogéneo y contradictorio sin dejar de reconocer con precisión todos y cada uno de sus mensajes? ¿Cómo trazar rutas ciertas, seguras, de superación de esta circunstancia? Son interrogantes obligadas si, en verdad, pretendemos encaminar y sostener esfuerzos de superación como los que el país requiere.
Podríamos pensar, para empezar una reflexión como ésta, en dos fases para encarar el enorme problema económico y social que nos abruma. La primera sería la del rescate de empresas y trabajadores devastados por el paro económico, que reclama intervenciones estatales inmediatas. Luego vendría la reconstrucción, ambiciosa y abarcante de muchos planos de la economía y capas sociales, para abrir un nuevo curso de desarrollo.
La noción de rescate es precisa. No se refiere a los oligarcas, banqueros y altos empresarios. Muchas personas y actividades productivas han quedado postradas por el largo paréntesis y la falta de apoyos sostenidos y efectivos del Estado. Particularmente, los subocupados y desocupados son millones y requieren pronto auxilio: fondos y créditos, apoyos y protección para sus hijos y su educación y mantenimiento, capacitación y formación profesional para los jóvenes, junto con la reaparición de los centros de protección y apoyo a las mujeres y madres trabajadoras.
Si convenimos en que a México le urge empezar a erigir un Estado de bienestar, es por aquí, junto con el gran tema de la salud, donde hay que hacerlo ya. Esta gran tarea deberá llevarnos a volver los ojos al deterioro urbano en muchas regiones, junto con los grandes faltantes en infraestructura. Un desarrollo regional con propósitos de construcción nacional es inconcebible sin contar con una mínima infraestructura física, institucional y humana.
El complejo sanitario y farmacéutico muestra grandes carencias, pero también muchas voluntades y experiencias. Reconstruirlo debe estar en las primeras líneas de una agenda que combine rescate y reconstrucción.
Recuperar y reconstruir nuestras relaciones institucionales, dentro del Estado y entre éste y la sociedad, es imperativo. Dos nociones como guías ciertas de este emprendimiento: economía mixta y planeación.
Las relaciones entre el Estado y la empresa no pueden ser ocasionales, sino una continua y bien intencionada conversación. Diálogo que debe extenderse a otras dimensiones sociales y regionales.
Se trata de una empresa conjunta; de diálogos expresamente acordados por todos y acuerpados sistemáticamente por los poderes del Estado, en particular sus órganos colegiados representativos alojados principal, pero no únicamente, en los congresos locales.
Si todo esto se trasladara a nuestro lenguaje público y político, para describir y acuñar realidades habríamos dado el paso primero. El púlpito entraría en receso y las mesas modulares del seminario retomarían su lugar principal en la gran tarea pedagógica de rescate y reconstrucción social, económica y política. Habría motivo para celebrar.