Indudablemente Enrique González Rojo Arthur fue un gran poeta. Su extensa y magnífica obra así lo atestigua. Y en esa vertiente de su vida era su convicción mantenerse al margen de cofradías y círculos de elogios mutuos entre escritores. Pero existía otro aspecto fundamental. Enrique era también un político revolucionario, un comunista que dedicó muchos años a impulsar la transformación socialista del país.
Fue fundador de la Liga Leninista Espartaco en 1959 con José Revueltas, Eduardo Lizalde y Jaime Labastida, cuyo objetivo era contribuir a la construcción del partido del proletariado en México. Cuando aparecieron en el movimiento comunista internacional las discrepancias entre el Partido Comunista de la URSS (PCUS) y el Partido Comunista Chino (PCCh) a raíz del XX Congreso del PCUS, en el seno de nuestra Liga aparecieron posiciones encontradas: Revueltas y Lizalde apoyaron la visión soviética; Enrique González Rojo, yo y la mayoría de los militantes de la Liga coincidimos con la posición del PCCh. A partir de ese momento (1963) nos convertimos en unos decididos promotores de los puntos de vista del maoísmo. No omito decir que Enrique fue un denodado defensor de las causas de las mujeres desde los años 60 del siglo pasado, cuando apenas empezaba a asomar y tomar cuerpo la lucha feminista y muy pocos eran quienes la abrazaban. A diferencia de otros supuestos izquierdistas, nunca abandonó ni titubeó en respaldar al feminismo.
Enrique comprendió la trascendencia de lo que se debatía y asumió el análisis y estudio de la naturaleza de las sociedades “socialistas”, en especial de la URSS. Un primer aspecto fue entender el carácter de la clase dirigente y concluyó que era una nueva clase social: la intelectualidad, que en la URSS ocupaba los puestos de dirección en el partido, en la economía y en la cultura. Los intelectuales habían despojado del papel dirigente a los trabajadores manuales y usurpado la revolución. Se requería entonces una nueva revolución que Enrique denominó “proletario intelectual”. Por esa preocupación del papel de los intelectuales, González Rojo fue de los primeros que contribuyeron a colocar los escritos de Antonio Gramsci a la orden del día.
Impulsor del maoísmo y de su concepto clave de “servir al pueblo”, Enrique desempeñó un papel fundamental para unificar a una parte sustancial de los grupos maoístas en México. Al lado del Frente Popular de Zacatecas apoyó la integración de la Coordinadora Línea de Masas (Colima), en la cual participaron Tierra y Libertad de Monterrey, el Comité de Defensa Popular Francisco Villa de Durango, el de Chihuahua, el Seccional Ho Chi Minh de la Liga Comunista Espartaco y algunos grupos más. Es en estos años de principios de la década de los 80 que consolida sus ideas sobre la autogestión como una aportación para el futuro de las revoluciones y en un esfuerzo para darle una perspectiva antiburocrática al cambio social.
En una actividad frenética, tampoco descuidó la docencia, actividad en la cual se desempeñaba brillantemente en medio de la estimación y el reconocimiento de sus alumnos, ya fueran del bachillerato (Colegio de Ciencias y Humanidades) o a nivel superior en la Universidad Autónoma Metropolitana, donde fue un catedrático fundador de esa institución. Escribió para los estudiantes entonces la Teoría Científica de la Historia.
Incansable, aportó a la filosofía mexicana libros poco conocidos sin demérito de su importancia: Para leer a Althusser; Epistemología y Socialismo, libro que polemiza con Adolfo Sánchez Vázquez en torno a la obra de Althusser, y En marcha hacia la concreción. En su texto sobre una filosofía del infinito, trata en la tercera parte de sus más de 600 páginas las teorías de Freud y de Lacan.
En forma muy escueta presento en estas líneas la actividad de un personaje inolvidable con una enorme obra teórica y una actividad política poco conocida. González Rojo era un gran poeta, pero también un comunista revolucionario que nunca renunció al sueño que nos mueve a muchos de cambiar el mundo por otro sin explotación ni opresión.
Dedico este artículo a Alicia Torres, compañera de Enrique en las últimas décadas de su vida, y a sus hijos Graciela y Guillermo.
* Ingeniero-arquitecto, profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana, autor y coautor de libros de texto para CCH sobre historia de México y universal, en los que se formaron miles de estudiantes